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TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez. La fragilidad que se abre a la acogida

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Aleteia Team - publicado el 18/04/14
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«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él» (Is 53,4-5).
 
Es un Jesús frágil, muy humano, el que contemplamos con asombro en esta estación de gran dolor. Pero es precisamente esta caída en tierra lo que revela aún más su inmenso amor. Está acorralado por el gentío, aturdido por los gritos de los soldados, cubierto por las llagas de la flagelación, lleno de amargura interior por la inmensa ingratitud humana. Y cae. Cae por tierra.
 
Pero en esta caída, en este ceder al peso y la fatiga, Jesús vuelve a ser una vez más maestro de vida. Nos enseña a aceptar nuestras fragilidades, a no desanimarnos por nuestros fallos, a reconocer con lealtad nuestras limitaciones: «El deseo del bien está a mi alcance – dice san Pablo – pero no el realizarlo» (Rm 7,18).
 
Con esta fuerza interior que viene del Padre, Jesús también nos ayuda a aceptar las debilidades de los demás; a no indignarnos con quien ha caído, a no ser indiferentes con quien cae. Y nos da la fuerza para no cerrar la puerta a quien llama a nuestra casa pidiendo asilo, dignidad y patria. Conscientes de nuestra fragilidad, acogeremos entre nosotros la fragilidad de los emigrantes, para que encuentren seguridad y esperanza.
 
En efecto, en el agua sucia del cántaro del Cenáculo, es decir, en nuestra fragilidad, es donde se refleja el verdadero rostro de nuestro Dios. Por eso, «todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios» (1 Jn 4,2).

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ORACIÓN
 
Señor Jesús,
que te has humillado para rescatar nuestra debilidad,
haznos capaces de entrar en una verdadera comunión
con nuestros hermanos más pobres.
Arranca de nuestro corazón toda raíz de miedo y cómoda indiferencia,
que nos impide reconocerte en los emigrantes,
para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras,
sino que es verdadera madre de todos. Amén.
 

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