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Juan XXIII y las botas de campesino que nunca se quitó

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Aleteia Team - publicado el 17/04/14
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Anécdotas de la niñez y juventud de Ángelo Roncalli

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Ángelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, una población cercana a Bérgamo, y era el tercer hijo de una familia de trabajadores. Empezó a ir a la escuela a los seis años con el párro­co de su pueblo, don Rebuzzini.

Ya en la escuela públi­ca, llegó un día el inspector y se puso a hacer algunas preguntas a los alumnos. Una de las más difíciles, porque nadie la acertaba, fue la siguiente:

-¿Qué pesa más, un kilo de paja o un kilo de hierro?

La mayoría de los niños contestaban que el kilo de hierro, otros sencillamente que no lo sabían. Se levantó Ángelo, el niño gordito, y contestó con aplo­mo:

-Igual, pesan lo mismo. Lo que pasa es que hay que echar más paja.

El inspector lo felicitó por su acierto. Más tarde el maestro se hizo también su amigo, pero los compañe­ros, por envidia, le pegaron. Sólo le defendió uno: su amigo Battistel.

Después de cursar sus primeros estudios en Bérgamo, y ya seminarista, los prosiguió en Roma desde 1900. En 1905, el cardenal Radini-Tedeschi, de enorme importancia posterior en las luchas entre la Iglesia y el poder temporal en Italia, fue designado obispo de Bérgamo y eligió como secretario al recién ordenado Roncalli, quien vivió de cerca la impresionante labor social de su obispo, siempre defensor de los obreros.

Cuatro años más tarde, Roncalli fue designado profesor de sociología e historia eclesiástica en el seminario de Bérgamo, tras haber publicado dos libros: uno sobre la vida del cardenal César Baronio y otro, de carácter más erudito, Actas de la visita apos­tólica de San Carlos Borromeo a Bérgamo. Siendo ya profesor, editó una confe­rencia suya en la que trataba la labor asistencial de la Iglesia desde la antigüe­dad.

Eran famosas sus enormes botas, que no se quitaba nunca, cuando iba a dar clase al seminario. Un alumno de aquellos tiempos lo recuerda así: «Nunca se quitó sus botas de campesino. Aunque se hubiese propuesto llegar a clase silenciosamente y sin ser advertido por sus alumnos, no lo hubiera conseguido nunca por el ruido que producían aquellas enormes botas». «Me parece que aún le veo llegar a clase a toda prisa, frecuentemente con retraso y con la respiración fatigo­sa por subir las escaleras corriendo». Cuando en 1914 murió su obispo, el joven Roncalli le dedicó una muy cuidada y apasionada biografía. 
 

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