Belén, en esta circunstancia, descubrió la mano poderosa y cariñosa de Dios
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Hace ocho años, Belén enfermó de cáncer, pero en esta circunstancia descubrió la mano poderosa y cariñosa de Dios, que la cuidaba dándole «una paz inmediata, y también una alegría enorme, desbordante». Las siguientes líneas, escritas por ella, hace ahora tres años, las leyó su marido, Pepe, en su funeral, el pasado 20 de marzo
Me llamo Belén, estoy casada y tengo cuatro hijos de 21, 19, 17 y 15 años. Soy bióloga y aunque he tenido diversos trabajos, el último, hasta que apareció la enfermedad, fue traducir libros para una editorial.
Cuando apareció el cáncer, hace ya cinco años, mi vida dio un vuelco completo. Pero lo primero que surgió en mí nada más recibir la noticia fue la pregunta: ¿Por qué? Y, sobre todo: ¿Para qué? ¿Qué quieres Tú, Señor, con esta enfermedad? Y, a continuación, la conciencia de que mi vida estaba en Sus manos, la conciencia de pertenecerle a Él, conciencia que ya nunca me ha abandonado. Y, por lo tanto, el Sí, que se haga tu voluntad. Y ese abandono, misteriosamente, produjo en mí, no sólo una paz inmediata, sino también una alegría enorme, desbordante.
Mucha gente me dice que yo estoy bien porque soy fuerte. No es verdad, no es verdad en absoluto. Si estar bien dependiera de mí, de no se qué extraña energía interna, hace mucho tiempo que habría tirado la toalla. Porque la incertidumbre sobre el futuro produce un vértigo tremendo. Y de ese vértigo sólo se sale si miras al lugar adecuado, que evidentemente no eres tú, sino Cristo, que es Quien me hace en cada instante.
Para mí, el verdadero milagro no es que yo me cure -cosa que sería estupenda-, sino que yo pueda estar viviendo esta circunstancia, que no es fácil, como bien podéis imaginar, no sólo contenta -que ya es-, sino también agradecida, porque percibo la enfermedad como el método que Dios ha escogido para educarme, el camino que tengo que recorrer para aprender quién soy y para qué estoy en el mundo.
¿Quién me ayuda a recorrer este camino? Dios me cuida y me acompaña a través de muchos rostros. En primerísimo lugar, a través de Pepe, mi marido, que está siempre a mi lado, sosteniéndome y a la vez corrigiéndome, con infinita paciencia y con infinito afecto. Nuestra relación, en estos cinco años, ha cambiado mucho, y para bien. Se ha hecho mucho más profunda, más verdadera, más esencial. Los dos podemos decir que, al aceptar esta circunstancia que Otro permite como una ocasión para reconocer a Cristo y, por lo tanto, como un bien para nosotros, experimentamos que el matrimonio se cumple, el ciento por uno.
También me ayudan mis hijos, cada uno a su manera, porque mi enfermedad no les deja indiferentes y tienen que hacer cuentas con ella, tienen que preguntar y buscar respuestas; por ejemplo, mi hijo menor preguntaba cómo puedo estar cada vez más contenta después de tanto tiempo y tantos tratamientos. Ellos están obligados a tomar postura ante este hecho, y verles a ellos me ayuda a mí. Y me conmuevo siempre cuando veo sus gestos de afecto. Es Otro el que actúa en ellos y a través de ellos.
Y luego están mis amigos. Les estoy infinitamente agradecida. Me ayudan a ir al fondo de las cosas. Además, tengo a mi familia y a otros muchos amigos, que rezan cada día por mí (lo sé, pero siempre me conmuevo al oírlo) y que están dispuestos a darme su tiempo e incluso su dinero si hiciera falta, como ya lo hicieron para el tratamiento de tomoterapia.
Con todo esto, ¿cómo no disfrutar de la vida? Todo es para mí: ésa es la conciencia que me acompaña cada día y que me permite disfrutar instante tras instante
In memoriam
El pasado 12 de marzo falleció mi amiga Belén, después de haber luchado durante ocho años contra un cáncer. Desde el día en que me comunicó el diagnóstico, empecé a pedir por el milagro de su curación. Lo hice hasta dos meses antes de su muerte, cuando la derivé al hospital porque el empeoramiento de su estado hacía muy complicado el tratamiento en su domicilio. Aunque mi corazón me decía que siguiera pidiendo el milagro, mi mente de médico hizo que cambiara la petición, ya no para que se curara, sino para que tuviera una buena muerte. Y el Señor ha respondido. He sido testigo de un milagro tan impresionante como podía haber sido el de su curación: cómo se forja una santa. Desde el primer momento, Belén aceptó la enfermedad como el plan que tenía Dios para su vida y nunca la oí quejarse ni rebelarse contra ello. Pedía por su curación, pero estaba completamente abierta a la Voluntad del Misterio, ofreciendo todo su sufrimiento al Padre, como Cristo en su Pasión.
Durante los tres últimos años, en los que no pudo salir de casa, cuando iban a verla los amigos, ella contaba lo justo sobre su enfermedad y se dedicaba a preguntar y escuchar sobre la vida de los demás, ofreciendo el dolor y los efectos secundarios del tratamiento por los problemas y dificultades de cada uno. Ya ingresada en el hospital, poco a poco fue tomando conciencia de que la muerte se acercaba. Se abandonó del todo a la Voluntad de Dios y apareció otro milagro: ¡estaba contenta! Como me resultaba increíble, le pregunté: ¿Pero no tienes miedo? Y me respondió: No, no tengo miedo. ¡Pero si me está esperando el Abrazo del Padre! Y mi padre y mi hermano estarán justo ahí para recibirme. -¿Y dejar a Pepe y a los chicos? -El plan del Señor es para toda la familia. Lo que está pasando es lo mejor para todos. Él los cuidará, me dijo.
Otro día pude pedirle encargos para la vida eterna. Lo acogió con algo de sorpresa al principio, pero después con toda naturalidad. De hecho, cada vez que iba alguien a despedirse de ella, además de recibirle con una sonrisa, ya preguntaba directamente si quería que llevara algún encargo para el cielo.
Cuando se acepta que la Encarnación es el acontecimiento más importante en la historia de la Humanidad y se viven sus consecuencias concretas en la vida cotidiana, todo se puede afrontar de forma positiva, todo adquiere significado y transforma la realidad para mejor. Incluso uno puede morir en paz y con alegría. Gracias, Belén, porque junto a ti mi fe se ha consolidado. Estoy llena de certeza.
Candelas
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega