“Cada uno cree tener la verdad y echarle la culpa de los males al otro”: frase clave para comprender que se está en el umbral de una guerra
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Estamos celebrando el XXXIV aniversario del martirio de Mons. Romero y la actualidad y vigencia de sus palabras nos sigue iluminando en estos momentos oscuros que viven tantos países que padecen conflictos sociopolíticos y guerras.
Me ha llamado la atención el siguiente párrafo de la homilía del 16 de marzo de 1980, en el cuarto domingo de cuaresma en el que se refiere a la situación de El Salvador con éstas palabras: “Hay mucha violencia, hay mucho odio, hay mucho egoísmo. Cada uno cree tener la verdad y echarle la culpa de los males al otro. Nos hemos polarizado. La palabra ya corre corrientemente como una realidad que se vive, sin darnos cuenta, cada uno de nosotros está polarizado, se ha puesto en un polo de ideas intransigentes, incapaces de reconciliación, odiamos a muerte. No es ese el ambiente que Dios quiere. Es un ambiente necesitado como nunca del gran cariño de Dios, de la gran reconciliación” (Cf.: www.sicsal.net/romero/homilias/C/800316.htm)
Es interesante destacar que en la descripción de la situación que vive El Salvador, él mismo se involucra reconociendo la polaridad en un ambiente de violencia, de odio y de egoísmo.
“Cada uno cree tener la verdad y echarle la culpa de los males al otro”. Esta frase es clave para comprender que se está en el umbral de una guerra que comienza en cada persona cuando interpreta la realidad y toma partido de manera absoluta por un lado oponiéndose al otro.
Sin duda, que ese momento histórico fue interpretado por discursos diferentes que provocaron confusión en el pueblo, pues se mezcló la verdad con la mentira y detrás de actos inhumanos se escondieron las verdaderas intenciones de un gobierno que buscaba sostener su ideología política a cualquier precio. Se pudo constatar que desde el momento en que las ideas justificaron los medios, las relaciones humanas se vieron afectadas, se debilitaron y quebraron cuando los derechos humanos fueron violados, pisoteados y reprimidos.
“Nos hemos polarizado“. Mons. Romero vive esa polarización en carne propia. Cuando se escucha: “tú eres… yo soy…” surgen los juicios sobre las personas con descripciones que son antagónicas, incompatibles y que van poniendo distancia entre amigos, vecinos, familiares… Cada uno tenía sus razones que justificaban “su verdad” y que puso en práctica con acciones concretas relacionadas con su posición.
“La palabra ya corre corrientemente como una realidad que se vive, sin darnos cuenta, cada uno de nosotros está polarizado, se ha puesto en un polo de ideas intransigentes, incapaces de reconciliación, odiamos a muerte”. En esta frase se puede comprender que el discurso y las palabras que sostienen las ideologías se vuelven vacías, huecas, sin sentido cuando los hechos concretos, reales a pesar de su mudez, gritan y claman por ser liberados. Se habla de paz, acuerdos y se actúa reprimiendo, matando. La incongruencia de las ideas y las acciones provoca que el sentir popular rechace los falsos discursos. Se ha llegado a una situación en la que reina el odio que trae la muerte concreta, real de las personas. Si bien el análisis que hace Mons. en pocas palabras es muy crudo, su mirada de fe, abre a la esperanza: “No es ese el ambiente que Dios quiere. Es un ambiente necesitado como nunca del gran cariño de Dios, de la gran reconciliación”.
En esta conclusión del párrafo, apuesta por la conversión y el cambio interior de los salvadoreños que se resume en la palabra reconciliación. Es posible reconciliarse si cada uno, con humildad, se abre al gran cariño de Dios para poder reconciliarse con sus hermanos. Y la apertura pasa por reconocer con humildad su responsabilidad al “estar polarizado” y actuar en consecuencia. Si eso ocurre, el ambiente cambia, al cambiar cada persona.
Luego del sintético análisis de este párrafo puedo decir que Mons. internalizó el método latinoamericano en su vida tan profundamente que ve la realidad crudamente involucrándose en ella, la juzga desde la mirada de Dios y propone una acción concreta, la reconciliación para lograr el cambio.
¿Cómo vivió la polarización? Reconoció su existencia y su responsabilidad en las acciones hacia los demás. En su vida se pudo observar que si bien las muertes, torturas, desapariciones y tantas situaciones de parte de las víctimas que llegaban a sus oídos, hizo que tomara la decisión de defender a sus hermanos, siendo la voz de los sin voz, hay que destacar que su mirada hacia los perpetradores del mal, fue de misericordia y de búsqueda de un cambio interior. Sabía que los que mataban “obedecían” órdenes de sus superiores, que a su vez servían a un proyecto político que estaba por encima de la gente de carne y hueso.
Como Pastor y hombre de Dios, se dejó amar por Él, de tal manera, que no le importó decir estas palabras tan claras y verdaderas que le provocaron su muerte y que dan voz a la situación actual venezolana, así como de muchos países en conflicto y guerra: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: NO MATAR… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!” (Homilía del 23 de marzo de 1980. Cf.: www.sicsal.net/romero/homilias/C/800323.htm).
Por María del Pilar Silveira, Doctora en Teología. Artículo publicado originalmente por Reporte Católico Laico