Conflictos laborales, ¿hay una forma cristiana de solucionarlos?
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Los conflictos más difíciles de solucionar en las organizaciones no son los que surgen de factores externos, sino los que brotan de las propias rupturas interiores de sus miembros. Quien está en conflicto consigo mismo, irradiará esa ruptura a su alrededor.
La soberbia es uno de los vicios que genera mayores conflictos en las organizaciones. El soberbio se cree superior al resto y suele ser autosuficiente. Al creer que siempre tiene la razón, no hará ningún esfuerzo en escuchar ni entender la posición del otro; estará pensando en convencer o imponer su punto de vista, cegado en ocasiones por prejuicios hacia los demás.
La soberbia impide tener una visión crítica sobre la propia realidad, creyendo que los problemas de las organizaciones obedecen siempre a falencias de terceras personas. Por ejemplo, un líder del área evaluará duramente a un colaborador por ser negligente, pero no se preguntará si su propio estilo de liderazgo es el más adecuado o si sus actitudes son las causantes de los problemas organizativos. Así mismo, un trabajador que tiene áreas ciegas tenderá a criticar con facilidad al resto, pero tendrá dificultad en generar propuestas proactivas. Recuerdo un diálogo ante un grupo de trabajadores, muy críticos hacia a su jefe, les pregunté qué harían ellos en su lugar y no pudieron dar ideas constructivas.
Otra característica de la soberbia es la tendencia a buscar justificativos frente a los propios errores, o la dificultad de reconocerlos públicamente por miedo a mostrarse vulnerable. Será de gran utilidad en estos casos tener una sana desconfianza de uno mismo, aceptando la posibilidad de estar equivocado. La auténtica humildad implica vivir en la verdad y estar abierto a las opiniones de los demás, valorando lo que cada uno tenga para aportarnos, sin actitudes defensivas, agradeciendo incluso las correcciones que nos permitan crecer como personas.
Valorar a cada trabajador como persona nos impulsará a realizar el esfuerzo de entender a cada uno, escuchar y dejarme enriquecer por cada miembro de la organización. Sólo quien vive en paz con Dios y consigo mismo podrá ser artífice de comunión, unidad y reconciliación con los demás.
© 2014 – Carlos Muñoz para el Centro de Estudios Católicos – CEC Artículo publicado originalmente por Centro de Estudios Católicos