Tenemos vocación de fuente, pero para ello necesitamos buscar el pozo que la alimente
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Es dura la sed. Es duro vivir continuamente con sed. La sed del desierto. La sed de la soledad. La sed del pecado, de la angustia. Cristo desde la cruz grita: «Tengo sed». Tiene sed de amor, de nuestro amor sincero. Tiene sed de nosotros que le cerramos la puerta. Tiene sed de nuestra vida que con frecuencia desperdiciamos.
El hombre de hoy también tiene mucha sed. Sed de un agua pura, sed de verdad, de justicia, de amor, de paz. Sed de una familia en la que descansar, de un hogar en el que echar raíces. Sed de un Dios que calme su sed de infinito. Sed de perdón, de misericordia, de una mano que lo socorra y lo saque de su dolor. Sed de salud, de vida plena, de alegría.
Muchas veces caminamos con sed. Sólo el que tiene sed desea beber. Sólo el que ha experimentado la sequedad puede, cansado, pedir agua. A veces ni nos damos cuenta de nuestra sed. Vivimos los días y no miramos hacia dentro.
La Cuaresma es ese momento de desierto de mirar hacia el interior, de pararnos, de ver nuestra sed, nuestra inquietud. Para pedir, cansados, a otros, y a Dios, que nos den de beber. Que nos den el agua que nos falta.
Es verdad que si no sabemos de nuestra sed, no podemos pedir. Y si no sabemos de la sed de los demás, no podemos dar. Y a veces vivimos así, cada uno con su agua, desconociendo el agua del otro, la sed del otro, desconociendo mi sed, mi agua.
¿Cuál es mi sed? Lo que anhelo, lo que me inquieta, lo que me pasa y que no me deja reposar, eso que me quema por dentro. ¿Cuál es el agua que yo puedo dar? Mi don, mi cualidad, lo más propio mío, mi capacidad particular de amar. ¿Cuál es la sed de los otros? ¿Cuál es el agua que tienen los demás y que a mí me falta? ¿Se la pido?
Necesitamos volver a los pozos de los que podamos sacar un agua pura. Comenta Abbé Pierre: «Para que haya fuentes en el desierto tiene que haber pozos escondidos en la montaña». De la fuente mana el agua que viene de la profundidad del pozo.
Nosotros tenemos vocación de fuente, pero para ello necesitamos buscar el pozo que la alimente. Los pozos de los que sacar el agua que necesitamos.
Dice san Alberto Magno: «Existen tres géneros de plenitudes: la del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y la de la fuente, que crea, retiene y da». Queremos dar el agua que recibimos, queremos abrirnos para que muchos puedan beber. No queremos ser como el vaso, ni como el canal. Eso no nos basta. Nuestra vocación es la de ser fuente.
Pero para ello el pozo tiene que tener agua. Si la fuente está seca es que el pozo del que viene el agua también está seco. El pozo ha de ser profundo para que el agua nunca se acabe. Para ello necesitamos volver siempre de nuevo a esos lugares en los que podemos llenarnos de agua y de vida.
¿Cuáles son las fuentes de las que bebemos? ¿Cómo llenamos de agua nuestro propio pozo? Los lugares en los que cargamos nuestro pozo pueden ser lugares santos, en los que el corazón vibra, se enamora, descansa y sueña.
Pero también pueden ser personas santas que nos llenan de Dios. Aquellas personas que en su autenticidad y verdad podemos beber y descansar. Hogares en los que somos lo que tenemos que ser sin miedo al rechazo.