Amadeo Puebla, tras 9 años en República Dominicana, ahora forma y anima a nuevos misioneros
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Durante el fin de semana se ha celebrado en Madrid el Encuentro Misionero de Jóvenes, un espacio de intercambio que pretende ayudar a los jóvenes, que suelen participar y colaborar en actividades misioneras, a profundizar en la dimensión misionera de la fe. En El Espejo de la Cadena COPE han entrevistado al misionero Amadeo Puebla, que tras 9 años en República Dominicana y ahora formando y animando a misioneros explicó cómo es “la certeza de la llamada”.
9 años en República Dominicana. ¿Cómo fue esa llamada? ¿Cómo fue esa certeza? ¿Cómo lo tenías tan claro?
Hombre, claras las cosas… uno las tiene hasta donde puede tenerlas, pero sí que se deja guiar por los que realmente te pueden guiar y te pueden llevar bien. La certeza es que uno sabe que el Señor te pide una serie de cosas en la vida porque las vas viendo a lo largo de tu vida. La llamada no es que te llegue un watsApp, sino que mira, voy caminando por la calle y es igual que ahora…me habéis llamado y yo respondo ¡zas¡ La llamada es generosidad
¿Y en tu proceso cómo sentiste esa llamada, porque cada uno tiene un proceso de encuentro con el Señor?
Yo pequeñito, con 12 años fui al Seminario. No es que yo pensara en ese momento ser cura, eso luego uno lo va descubriendo a lo largo del tiempo, pero sí que es verdad que recuerdo que llegó un compañero, Cirilo, que es de Pamplona y nos habló del ser cura en la misión. Nos dijo: “Ser misionero es parte de ser cura, no es un añadido”. Lo dijo de tal manera y con una alegría que yo dije: “Me quiero parecer a ese hombre”.
A la llamada, como a todas las cosas hay que responder, hay que dedicarle tiempo, hay que animarla y escuchar. Uno debe ponerse a disponibilidad y cuando llegó el momento le dije a mi obispo: “Mire usted, sabe que a mí me gustaría ir a la misión” y me contestó, “eso está muy bien pero primero te vas a Almadén, un pueblo de Ciudad Real”. Me dijo: “Primero en la diócesis y luego ya lo hablaremos”.
Al cabo de 8 años me llamó y me preguntó: ¿Y aquello de la misión? “Aquello de la misión sigue ahí porque lo he cuidado” y ya me dijo. “Ánimo” y me fui al Instituto Español de Misiones, me estuve formando durante casi un año y marché a la República Dominicana, a la parte de la frontera con Haití.
¿Y cómo fue esa experiencia, te ha cambiado la vida?
Yo es que no la llamo experiencia, porque estas cosas no se experimentan se viven, prefiero llamarla vivencia. Fue una vivencia que marca la existencia de uno, de arriba abajo en su ser sacerdotal: Vuelves con una amplitud de miras mucho más grande, al estilo de Jesús. Hoy en el Evangelio de la Samaritana Jesús mira más allá de su pueblo judío e Israel. Uno abre la mirada y se lanza y en el caminar acompañando a la gente descubres tu trabajo evangelizador, porque yo no soy sólo un hombre de proyectos: Llevo el Evangelio y las bondades de Dios y la justicia de Dios. La Buena Noticia de Dios a los más necesitados.
Lo anuncio con el parco conocimiento que tienes a veces de las cosas. Como un niño cuando no sabe hablar: “Que se haga Tu Voluntad y no la mía”. Te brindas e intentas ser lo más gratuito posible y lo que te pide la Iglesia y los hermanos más necesitados.
Hablabas de esos proyectos y de ese asistencialismo. ¿Cómo se puede conjugar la idea de subir, de elevarse con la oración y luego bajar con la Caridad? ¿Cómo lo hace un misionero?
Si no lo haces estas perdido, porque si no rezas se vuelve una obra de hombres y no una obra de Dios con hombres. Tienes que estar llevando la oración constantemente, toda tú vida y en todas las realidades. Lo que hicimos allí fue empezar a crear comunidades a partir de la Palabra de Dios. Comunidades pequeñitas, donde la Palabra de Dios les decía, les daba esperanzas y desde ahí me decían. “Padre, que Dios nos está hablando que la educación es importante porque no nos ponemos a hacer una escuela”. Entonces, la oración te hace también situarte, pero no en las nubes sino…ya sabes. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Es esencial la oración en un misionero.
Imagino que también es esencial en el momento de la llamada la ayuda de otro misionero, de sacerdotes, de la Iglesia que te acompaña en toda este proceso…
Yo ahora mismo me dedico a eso, a todo lo que es la animación misionera entre sacerdotes y seminaristas de manera especial. Esto es un proceso, esto no es que te llega Dios y te dice: “Oye Amadeo venga a la misión”. No, no…
No te envía un wassup diciéndote. “Amadeo te estamos esperando en República Dominicana”.
Exactamente. Ni por Instagram ni cosas de esas. Es un proceso y en ese proceso vas descubriendo junto con otra gente con la que te vas confrontando. Dios te va hablando, te va llamando con otra gente y con otras situaciones y tú tienes que estar con los ojos muy abiertos y más que con los ojos, con el corazón, para ver qué es lo que Dios te manda y te va pidiendo, que normalmente es algo más de lo que a ti te apetece, porque esto de ser misionero no es decir: “Me gusta esto, me gusta lo otro”, sino que tú te pones a disposición de lo que Dios te va pidiendo. Yo me he dejado guiar.
¿Y uno cómo puede dejarse guiar, donde puede ir, con quien puede hablar?
Yo soy de los que dice que uno no da lo que no tiene. Lo primero es acercarte a tu parroquia, ser generoso. Te acercas a la parroquia y te pones a disposición. ¿Cómo vas a ser misionero fuera si primero no eres capaz de brindar tu corazón y ser un hombre de caridad con la gente más cercana? Luego llega un momento en el que lo hablas con tu párroco, lo hablas con la gente que tiene experiencias de este tipo, te apuntas a convivencias como la que hemos tenido este fin de semana y al final te das cuenta de que tu vida tiene un sentido y que porqué no enfocarla por ahí. Las cosas hay que cuidarlas y si se cuidan tú vas resituándote en tu existencia y en lo que Dios te va llamando. Dios no tiene una bocina y te la coloca en el oído, uno tiene que ir descubriendo a lo que Dios te va llamando a lo largo de la vida.