El sistema económico del mercado es idólatra
Cuando oigo hablar a los interpretes más o menos oficiales o más o menos considerados expertos sobre la incidencia que está teniendo el nuevo pontificado tanto dentro de la Iglesia como en su imagen ante la opinión pública, local y global, me sorprende la importancia que se le da al modo de adjetivar la relación entre su continuidad y su novedad que, lejos de cualquier planteamiento dialéctico, se da siempre que algún ser humano sucede a otro ser humano en una responsabilidad institucional basada en la fidelidad.
A mi modesto modo de ver, lo importante no está en si este nuevo pontificado es revolucionario o no, ni para escandalizarse por el uso del término (si es que nos creemos que el Evangelio no agota jamás su potencialidad revolucionaria), ni para consagrar este término como el único capaz de expresar que este Papa está acometiendo una profunda reforma de la Iglesia, inseparable por principio de la manera de afrontar su relación con el mundo porque, como decía el beato Juan Pablo II, el centro de la Iglesia está en su frontera con el mundo.
En cambio, lo que me parece obvio pero no por ello temido y conscientemente silenciado, es que existe una considerable parresia, mucho más importante que la novedad de los gestos, en el magisterio del Papa Francisco.
Una valentía para decir como hasta ahora jamás se había dicho, en la forma y en la contundencia del contenido, verdades como puños, por ejemplo en el terreno de la Doctrina Social de la Iglesia, que hasta ahora requerían un cúmulo de matizaciones muy bien aprovechadas por los católicos ideologizados por el liberalismo económico y por el consecuencialismo ético, que siguen dominando como hirientes herejías del siglo XXII, el lenguaje políticamente correcto de la opinión pública católica.
Lo preocupante es que con este Papa se pone más en evidencia que nunca la brecha que se abre entre los que defienden que la consideración de la dignidad humana de una persona cambia según los permisos que lleve en el bolsillo, o que para acabar con el desempleo sólo hay que actuar dentro del sistema.
Porque el Papa no para de decir todo lo contrario: que el sistema económico del mercado es idolatra y que el emigrante subsahariano que intenta entrar ilegalmente en Europa, además de víctima de la insolidaridad instalada, no pierde ni un ápice sus derechos ni se debe actuar sobre él como si fuese un asesino que amenaza vidas ajenas, sino un hombre desesperado que lo único que amenaza es nuestras obsesivas seguridades.