Pone deberes: escuchar a Jesús y leer el Evangelio todos los días
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el Evangelio nos presenta la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera las tentaciones en el desierto, el domingo pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús “tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado” (Mt 17,1). La montaña, en la Biblia, representa el lugar de la cercanía a Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar a la presencia del Señor. Allá arriba en el monte, Jesús se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo y después aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro es tan brillante y sus vestiduras tan blancas que Pedro queda deslumbrado, tanto que quisiera permanecer allí, detener el tiempo. Pero enseguida suena la voz del Padre que proclama que Jesús es su hijo predilecto, diciendo: “Escuchadlo” (v.5). Esta palabra es importante, nuestro padre que dijo a los discípulos y también a nosotros: “Escuchad a Jesús, porque es mi hijo predilecto”. Esta semana, tengamos esta palabra en la cabeza yen el corazón: “Escuchad a Jesús”. No lo dice el Papa, lo dice Dios Padre a todos, a mí, a vosotros. Es una ayuda para seguir adelante con el camino de la Cuaresma. “Escuchad a Jesús”. ¡No lo olvidéis!
Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús hay que seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que lo siguen por las calles de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijo, sino que era un maestro itinerante, que proponía sus enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, por las calles, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces, difíciles. Seguir a Jesús para escucharlo. También escuchamos a Jesús en su Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿Vosotros leéis un pasaje del Evangelio todos los días? Sí, no, sí, no, mitad y mitad, eh? Algunos sí y algunos no. Pues es importante. Leed el Evangelio. Es bueno tener un pequeño Evangelio y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en la bolsa y leer un pequeño pasaje en cualquier momento de la jornada. En cualquier momento, coger el Evangelio y leer un pequeño pasaje, allí está Jesús que nos habla. No es necesario que estén los cuatro, con que sea uno es suficiente. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es la Palabra de Jesús, para poder escucharlo.
De este episodio de la Transfiguración quisiera destacar dos elementos significativos, que resumo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos salir de la multitud, subir a la montaña, a un espacio de silencio, para encontrarnos con nosotros mismos y escuchar mejor la voz del Señor. Esto lo hacemos en la oración ¡Pero no podemos quedarnos allí! El encuentro con Dios en la oración nos empuja nuevamente a “descender de la montaña” y volver a la llanura donde nos encontramos con el resto de hermanos cargados de fatigas, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos, nuestros hermanos, que están en dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de gracia recibidos. Esto es curioso, cuando escuchamos la Palabra de Jesús, la tenemos en el corazón, esa Palabra crece, ¿sabéis cómo crece? Dándola al otro. La Palabra de Cristo en nosotros crece cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Esta es la vida cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos nosotros. Escuchar a Jesús y ofrecerlo a los demás. No os olvidéis. Esta semana, escuchad a Jesús. Y pensad lo del Evangelio ¿Lo haréis? ¿Haréis eso? ¿Eh? El próximo domingo me diréis si habéis hecho eso de llevar un pequeño Evangelio en el bolsillo, en la bolsa para leer un pequeño pasaje durante la semana.
Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y confiémonos a su guía para proseguir con fe y generosidad el camino de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a “subir” con la oración y a “descender” con la caridad fraterna.