Ricardo Blázquez es el obispo que, por su manera de ser, más se parece al Papa Francisco
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El pasado 12 de marzo fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española, por y entre los obispos españoles, monseñor Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid. Se abre un nuevo camino para esta importante “estructura de comunión” que tienen las iglesias particulares que peregrinan en España.
Un encargo para la comunión
Recordaba el Papa Francisco en Evangeii Gaudium (nº 32) que “el Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta.
Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.
En un momento en el que al mismo tiempo se quieren fortalecer las competencias de las Conferencias Episcopales, no para una mayor centralización, sino para una mayor colegialidad, conviene recordar que el presidente de la Conferencia Episcopal Española no es una especie de “gobernador” del Papa para gobernar en su nombre la Iglesia en España.
A cada obispo, como sucesor de los apóstoles, la Iglesia le encomienda ser pastor, y por tanto garante y difusor de la fe, promotor y alentador de la esperanza, e impulsor y motor de la caridad de la comunidad cristiana a él indicada.
También se le pide que ejerza esta misión no como “francotirador”, y no sólo en comunión efectiva y afectiva con el sucesor de Pedro, sino también en comunión efectiva y afectiva con sus hermanos en el episcopado, desde la perspectiva de la colegialidad, esa que el Papa Francisco esta convencido de que tanto hay que aprender de los hermanos ortodoxos y que es aún una asignatura pendiente 50 años después del Concilio que más la promovió (Evangelii Gaudium 246).
Cuando uno de los obispos es elegido entre sus hermanos en el episcopado para presidir una conferencia episcopal (ya sea esta regional, nacional o supranacional) no se pide que ejerza este gobierno, ya de por si muy diferente al modo de gobernar de este mundo, sobre todas las diócesis participantes en esa Conferencia, sino solamente presidir y coordinar en la comunión la reunión -y por tanto cada una de sus reuniones y asambleas- de los obispos, alentar una pastoral de conjunto para discernir aquellos desafíos comunes de todas las diócesis españolas, y alentar esa comunión en el día a día del funcionamiento de las diversos órganos, oficinas y comisiones que ejercen ese discernimiento área por área de la labor eclesial.
Por tanto sin entrometerse para nada en la particularidad de cada iglesia particular -como el presidente de una comunidad de vecinos no se entromete en la vida de cada uno de los hogares vecinales- su labor consiste en animar la colegialidad de los obispos en el entorno de un conjunto de diócesis que comparten rasgos identitarios comunes en lo geográfico, social, político y cultural, como son los de una misma región o un mismo país.
Otra cosa es que, ante la sociedad, y sobre todo ante la opinión pública, el presidente de la Conferencia Episcopal ejerza una especie de representatividad y de liderazgo especial. De algún modo, compartiéndolo con el secretario portavoz de la Conferencia, le ponen rostro y voz a la Iglesia en este país.
Y otra cosa es que, a partir de esta imagen pública, él mismo ejerza y los demás obispos le otorguen una autoridad referencial más allá de la estrictamente encomendada.
Nuevo estilo, nuevas prioridades
“Para presidente de la Conferencia episcopal –decía monseñor Blázquez en día en que fue elegido presidente- no hay ni candidatos ni programas. De modo que yo no tengo programa. Si que deseamos convertir en tema de reflexión para la (próxima) asamblea plenaria las insistencias y las prioridades, evangélicas, apostólicas, de cara los necesitados, que el Papa nos viene mostrando. Lo diseñaremos para entre todos recorrerlo”.
Si interpretamos estas palabras a la luz de la personalidad y de la trayectoria del arzobispo de Valladolid, podemos entender que su mandato al frente de la CEE en estos cuatro años estará marcado por su estilo personal y por algunas prioridades:
En primer lugar, nos adentramos en una nueva etapa que podríamos llamar “franciscana”, así querida por el conjunto de los obispos, y así expresada, entre otras cosas, por esta elección. Tal vez don Ricardo sea el obispo que por su manera de ser más se parece al Papa Francisco. Es todo humildad, mansedumbre, un hombre que escucha más que habla, que siempre da paz.
En segundo lugar se abre paso una etapa seguramente de menor liderazgo público del presidente de la Conferencia –que previsiblemente delegará más en el secretario general y portavoz-, y en cambio si de mayor iniciativa de sus órganos colegiados y del trabajo de las comisiones, que partirá de una mayor confianza mutua, y que a la vez redundará en una mayor comunión efectiva.
Y sin duda, limará las lógicas diferencias de acentos, estilos, y de ideas –en tantos asuntos que no comprometen la fe- del conjunto de los obispos. Providencial presidente, no para hacer encajes de bolillos, pero si para crecer en unidad desde la diversidad, por ejemplo en relación con las diversas maneras de entender la unidad y la solidaridad entre los pueblos de España.
Y en tercer lugar No le costará nada, por su manera de ser, alentar y mostrar una Iglesia más preocupada por la cercanía pastoral a las personas que por entrar en el debate público en cuestiones morales, sin desdeñar la importancia de éste en tanto en cuanto es consecuencia de esa cercanía, pero, como hace el Papa Francisco, acentuando la esencia y la coherencia de su mensaje profético.
Por ejemplo, como decía monseñor Blázquez el primer día de su elección, la Iglesia no va cambiar su postura en la defensa de la vida, pero eso si, no sólo del no nacido y del enfermo terminal, sino también de las víctimas de la pobreza extrema o de las diversas formas de explotación social.
En este sentido ni buscará titulares ni aprobará una política comunicativa en los MCS de la Iglesia por la que, como gran parte de los obispos que lo eligieron han pedido, no acentúe la crispación social y pueda parecer que tiene compromisos políticos.
Me consta que don Ricardo no le importa un perfil mediático más bajo si es por centrar el mensaje de la Iglesia en lo esencial: que es la fe, como servicio a la sociedad: “No es lo mismo –también ha dicho- la fe que la increencia. Al hombre la fe le hace bien”.