Ponerle nombre, compartirlo, hacer lo que podamos y lo que no, confiárselo a Dios
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Cada uno de nosotros tiene miedos. Va tan unido a nuestra condición que incluso cuando tenemos todo en la vida, surge el miedo a perderlo. La felicidad nos parece un don precioso y no queremos renunciar a ella.
Por eso una persona expresaba así su temor: «Me asusta aceptar la felicidad en mi vida, porque eso supone que me dé miedo perder lo que ahora tengo pensando en el futuro». Amar y ser felices nos asusta. El miedo a perder, a dejar de disfrutar de lo que ya poseemos.
Una persona me comentaba: «Me va demasiado bien en la vida, me da miedo. Seguro que pronto me llegarán cosas malas». Surgen el miedo, la inseguridad, la angustia, la falta de confianza, la desesperanza.
La clave es aprender a vivir con miedos, a dar un salto por encima de ellos y confiar. Consiste en vivir la aventura de la entrega sin hacerle demasiado caso al miedo.
Conocer nuestros miedos es importante para que no sean fantasmas. Le ponemos nombre a nuestro miedo y así se hace más pequeño, más ridículo, nos hace gracia y nos hacemos más dueños de él. Y después lo enterramos en el corazón de Dios.
El miedo nos hace necesitados, vulnerables, heridos. Lo mejor de una persona es su vulnerabilidad. Conocer el miedo de los otros los hace frágiles ante nosotros. Que los demás conozcan nuestro miedo nos hace frágiles frente a ellos.
Podemos herir al otro cuando conocemos sus miedos, su fragilidad, o podemos también sacar lo mejor de nosotros, lo más puro, el anhelo de protegerlo, de cuidarlo, de calmar su miedo, de decirle: «Tranquilo, te quiero, estoy aquí, no pasa nada, no tengas miedo, no me voy a ir».
No hay nada que una tanto a dos personas como que conozcan mutuamente su fragilidad y se quieran y se cuiden en ella. Ese amor es el verdadero, el amor que se parece al amor de Dios.
Cada uno de nosotros tiene en su corazón algún miedo inconfesable, alguna angustia. Cada uno el suyo. Es verdad que muchos los compartimos, eso nos hace humanos y necesitados los unos de los otros. Pero, muchas veces no somos capaces de compartirlos. Jesús nos pide que confiemos, que no temamos.
Jesús conoce muy bien nuestros miedos. ¡Cuántas veces en el Evangelio dice Jesús: «No temáis», «No temas»! Es un deseo de su corazón.
Nada es absoluto aquí en la tierra, por eso no merece la pena vivir con miedo, angustiados. Cuando vemos las cosas como algo absoluto, nos agobiamos y tememos perderlo todo. Deseamos en el fondo del alma vivir tranquilos, sin agobiarnos por el mañana. Para eso es necesario que aumente nuestra confianza en el Señor. Él se preocupa de nosotros.
Jesús conoce y comprende nuestros miedos, esos miedos que nos paralizan y nos impiden vivir a fondo. No quiere que vivamos inquietos, preocupados pensando en el futuro, agobiados por lo que no poseemos, por lo que no controlamos. Quiere transmitirnos paz, confianza, esperanza. A su lado no tenemos nada que temer. Son palabras muy humanas. Él conoce nuestro agobio ante la vida.
A veces estamos tan agobiados por lo que tenemos que hacer, por tenerlo todo controlado, queriendo que todo salga perfecto, que no vivimos la vida en su hondura. Nos quedamos en la superficie. Dejamos que pase y no sabemos disfrutarla porque nos agobiamos. Nos perdemos en nuestros agobios, y dejamos que la vida se nos vaya de las manos.
¡Qué bien nos hacen personas que nos ayudan a ver lo importante y a no dar tanta importancia a lo que no la tiene! Personas que nos centran. Si las cosas no salen perfectas, no pasa nada, pero estar un rato con los hijos, con la persona a la que queremos, con un amigo, con Dios, es más importante.
Jesús nos dice, con ternura, mirando nuestra debilidad, que lo que cuenta es lo de dentro, no lo de fuera. Es más importante la vida que el alimento, el cuerpo que el vestido. Y nos recuerda que no podremos añadir una hora a nuestra vida a fuerza de agobiarnos.
A veces tenemos miedo a perder algo, miedo a la soledad, al fracaso, a que sufran nuestros seres queridos, a no poder mantener nuestra familia, a vivir sin sentido, a alejarnos de Dios. El miedo habla de cómo somos, de lo que nos mueve.
Dios nos ama con nuestro miedo, sólo quiere que se lo entreguemos y que demos el salto de confiar en Él. Él está deseando calmarnos, tranquilizarnos, darnos esa seguridad del hogar que quita todos los miedos. Esa seguridad que teníamos cuando éramos niños y sabíamos que en casa de nuestros padres no podía pasarnos nada malo.
A veces es imposible no tener miedos, ése no es el objetivo. El objetivo es entregarlos, es fiarnos, es darle el timón de nuestra barca a Dios y decirle que nos guíe en la noche cuando tengamos miedo.
Pero no es fácil confiar en Dios y dejar que guíe Él nuestra barca. No nos fiamos de sus formas. Sabemos cómo murió Jesús en la cruz y el corazón sufre. No queremos morir, no queremos sufrir.
Hoy Jesús quiere aliviar nuestro agobio cotidiano. A veces nos perdemos en preocupaciones por cosas que no tienen importancia. Quiere que no nos quedemos prendidos en eso, que no nos angustiemos ni nos desgastemos en vano.
Pero, ¡qué fácil decirlo y qué difícil vivir aquí y ahora! Nos cuesta, porque nos proyectamos. La vida nos inquieta y preocupa. Vivimos llenos de preocupaciones. El alma sufre por la vida que no está bajo su control.
Deberíamos acostumbrarnos a ocuparnos más de los problemas y no tanto a preocuparnos por ellos. Cuando nos ocupamos invertimos tiempo y dedicación en resolver problemas, tensiones, dificultades. Sin embargo, cuando vivimos preocupados, perdemos la paz y no resolvemos nada.
Además, a veces no podremos hacer nada. Entonces, ¿para qué preocuparnos? Hay agobios que no sirven para nada. Tenemos agobio por cosas que no dependen de nosotros. Y si dependen de nosotros, no tenemos que agobiarnos, simplemente nos ocupamos de ellas. Pero si no dependen, ¿para qué agobiarnos? Hagamos todo lo que podamos, y lo que no podamos, dejémoselo a Dios.
Tenemos miedo a que sucedan cosas que no podemos evitar. Pero puede ser que sucedan o no. Si al final no ocurren, es absurdo habernos agobiado antes de tiempo. Si llegan a suceder, entonces ya sufriremos cuando lleguen. No habrá servido de nada haber caminado con miedo tanto tiempo.
¿Qué cosas nos agobian y nos quitan la paz? ¿Somos capaces de disfrutar de la vida o los agobios nos bloquean? ¿Sabemos pasar el tiempo con los nuestros, perder el tiempo, aunque tengamos cosas que hacer, y no todo esté controlado? ¿Sabemos reírnos cuando no todo sale bien? ¿Cuáles son esos miedos que nos quitan la paz?
[1] Santa Teresita, Historia de un alma