Testimonio de una mamá a la que presionaron para que abortara
Hijo voy a contarte una historia de amor, del amor de Dios en nuestras vidas, en nuestra Familia y en nuestra Comunidad:
En octubre de 2007, yo tenía una vida “normal”, el matrimonio de tus papás cercano a los 20 años, una familia funcional donde tus hermanitos ya estaban muy grandes: 19 años y 16 años, sin planes de un nuevo miembro en la familia, múltiples ocupaciones y roles que ejercer; sin embargo y de modo que sólo Dios puede establecer, entendí que mis planes, la vida que estaba viviendo, las prioridades que había establecido, lo acertado y lo erróneo, estaba lejos de ser lo que Dios tenía planeado y lo que le agradaba. “Pues sus proyectos no son los míos y mis caminos no son los mismos de ustedes, dice Yavé. Así como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos, y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes”. Isaías 55: 8-9.
En el fondo del corazón y en muchas de mis oraciones le había pedido a mi señor norte, luz, su presencia y Él me concedió esas cosas a su tiempo y a su manera.
Durante los tres años previos al inicio de esta historia yo venía tomando un medicamento para la piel que exigía por parte del paciente firmar compromisos de no embarazo por el alto riesgo de malformaciones fetales graves y muy graves: anomalías del sistema nervioso central (hidrocefalia, malformaciones o anomalías cerebelosas, microcefalia), dismorfia facial, paladar hendido, anomalías del oído externo (ausencia de oído externo, conducto auditivo externo ausente o pequeño), anomalías oculares (microftalmía), anomalías cardiovasculares (malformaciones conotruncales, como tetralogía de Fallot, transposición de los grandes vasos, defectos del tabique), anomalías del timo y de las glándulas paratiroideas (ver algunas en las fotos).
El día que supe que estaba embarazada de ti y consciente del riesgo me comuniqué con mi ginecólogo quien me dijo que tenía que abortar; sin más reparos me citó a su consultorio tan rápido como me fuera posible para que me sometiera a dicho procedimiento. Como agravante, habían transcurrido según las cuentas más de dos meses de gestación lo que hacía que fueras completamente inviable: durante tus primeras semanas –las más importantes para tu formación- habías estado expuesto al medicamento. Esta decisión la corroboró el dermatólogo tratante y las escabrosas consultas e imágenes en Internet. Tu papá, tus hermanitos y yo durante esa tarde escuchamos mensajes contradictorios: los de la medicina y la razón y los del amor y las personas, que como mi mamá, fieles a sus experiencias de Dios me animaban a confiar en Él.
Sin ninguna certeza sobre el deber ser, viaje a Nicaragua a cumplir con obligaciones de trabajo que de paso me impedían durante 4 días acudir a la cita con la muerte y me regalaban un espacio de absoluta soledad, dura, muy dura para esos momento pero providencialmente útil para pensar, clamar misericordia y buscar una respuesta. Los argumentos de la ciencia me decían que no era sano traer un niño así al mundo y mi fe era tan frágil como una hoja frente a la brisa.
En medio de esa angustia, y de regreso a Colombia, en el aeropuerto de Nicaragua vi una persona que me llamó la atención, entablamos una conversación, empecé a hablarle de mi y él a mí de algunas de sus cosas. A un hombre que no conocía terminé contándole todo lo que estaba guardado en mi corazón.
Unas de sus palabras sacudieron mi mente y mi corazón: “entiendo que el cuerpo del bebé viene muy mal y entonces hay que destruirlo porque no trae los cánones de belleza del mundo… pero su alma viene perfecta, ¿esa también la vas a destruir?” Su frase fue como una lanza.
Sus palabras sobre la vida y la muerte en el vientre de una mujer, su llamado a permitir que tú te convirtieras en mi bendición y no en la mayor maldición para nuestra familia si decidía abortarte; el rezo juntos del Santo Rosario, sus consejos acerca de guardarte en el vientre de la Virgen de Guadalupe –Patrona de los No Nacidos-; y acudir al libro de La Sabiduría en los momentos de duda, fueron bálsamo para esos momentos y pilares para lo que vendría.
Me había encontrado con un hombre de Dios, un monje de clausura con dispensa papal para ejercer un ministerio que trascendió las paredes de su monasterio, el Hermano Pablo María, que extendiendo su mano cerca de mí, dijo que Nuestro Señor le decía en su corazón que ibas a ser sano pero que, si decidía creer, venían para mi nueve meses de noche oscura y hasta el día que nacieras yo no iba a tener certeza de tu estado.
A la mañana siguiente, ya de regreso a Colombia teníamos una cita con un ginecólogo con quien podíamos tener una opinión creíble y equilibrada por haber manifestado por años sus creencias católicas. Sin embargo, al escucharlo, nos dimos cuenta que había desviado su manera de pensar: por más de una hora nos señaló la gravedad de los efectos del medicamento y la mala calidad de vida que te esperaba a ti y a nosotros si continuábamos con el embarazo, si nacías. Le pidió a tu abuelita que no intercediera en la decisión que era solo de tus papás y me reiteró que no era un problema religioso, sino una decisión moral a la que teníamos derecho las mujeres. Llegó al punto de señalar que si él fuera quien tuviera que tomar la decisión y si fueras su hijo, el te abortaría sin reparos.
Estábamos en cero de nuevo…confundidos… nuestra exigua fe se evaporaba. Yo salí absolutamente confundida, nuevamente, a pesar de la experiencia tan linda que había tenido el día anterior. No valieron las exhortaciones de hombres de fe como Heliodoro y las llamadas a la cordura de tantas personas, simplemente no teníamos el valor de tomar una decisión.
Cómo debieron ser los sufrimientos de tu corazón, cómo debieron ser los sufrimientos del corazón de Jesús, cuáles las angustias de mi amada Virgen María al ver que en una, dos, tres y hasta en cinco ocasiones salían de mi boca y de las de tu papi, palabras de duda, decisiones de interrumpir el embarazo, argumentos todos en contra de la vida y a favor de la muerte.
Pasaron 24 horas más para que yo tomara una decisión. Papá me dijo que no se sentía capaz de traer un bebé con tantos problemas al mundo, que pensáramos en tu calidad de vida y que, si yo quería, en un tiempo podríamos pensar en encargar otro bebé. Pero vino el Espíritu de Dios para recordarme que fuera al Libro de la Sabiduría y a solas en medio del llanto que había sido mi compañero permanente durante todos esos días, pasaron esas líneas maravillosas delante de mis ojos, sin entenderlas, quizás sin orarlas… no recuerdo como sucedió todo, ni cuánto tiempo pasé en ellas; lo que sí sé es que poco después de terminarlas tu papá llegó a la sala de nuestro apartamento, me habló de nuestro matrimonio, de nuestros hijos, de su decisión de apoyar mi embarazo y de no hablar más de posibles enfermedades. Dios le había regalado a él la sabiduría que yo estaba clamando. “Si a alguno de ustedes le falta la sabiduría, que se la pida a Dios que da a todos fácilmente y sin poner condiciones y El se la dará” Santiago 1: 5
Fue inmediato. Mi corazón de madre, que siempre supo que mis pensamientos iban en contra de la naturaleza divina, se llenó de alegría. Mis lágrimas se convirtieron en llanto de esperanza y de agradecimiento y el aborto dejó de ser una alternativa en nuestras vidas y tú empezaste a respirar tranquilo. Cuánto lo siento amor mío, cuánto siento tanto dolor a esa almita perfecta, a ese corazón que se formaba y que oyó de su mamá cosas tan duras, sentimientos tan encontrados, cuando sólo debió escuchar y sentir el amor…
Nosotros estuvimos presos del sistema, presos de la angustia, ¡¡presos de presión!! De un sistema que perdió su marco ético, de unos médicos que olvidaron el valor de la vida, de una angustia que nos hizo contemplar escenarios que NUNCA debimos contemplar. Pero de manera milagrosa y como prueba de la misericordia de Dios por sus ovejas extraviadas, la razón, la coherencia y la verdad iluminaron nuestra mente para poner los ojos donde siempre debieron estar… en DIOS, en el OMNIPOTENTE, en el dueño de la vida.
“Me apretaron los lazos de la muerte, las redes del sepulcro; me ahogaban la angustia y el fastidio, pero invoqué al Señor: ¡Salva, oh Señor, mi vida!”
El Señor es muy justo y compasivo, nuestro Dios está lleno de ternura; defiende a los pequeños el Señor, estaba yo sin fuerza y me salvó” Salmo 116: 3-6.
Entendí que la fe no es fe si no hasta que estamos frente a la prueba. Entendí que es fácil hablar de Dios alabarlo y hasta confesar que le crees cuando todo va bien en tu vida, pero una vez estás frente a la prueba, buscas y encuentras toda las justificaciones para violentar tus creencias, para ser “inteligente” y “racional” como pudieron ser en su momento los argumentos de la ciencia y de la medicina, de las personas que te merecen respeto, o de quienes buscando tu BIEN ESTAR te sugieren aceptar los dictámenes y los diagnósticos por encima de los principios, las virtudes, la ética y la moral.
Luego de una semana desde que supe que estaba embarazada visité a mi amada comunidad de los Santos Ángeles, llegué llena de temores pero decidida. Nada se compara con la Paz de la conciencia, nada iguala la tranquilidad del obrar bien. Heliodoro pidió respaldo, apoyo y oración. Hoy sé que es MI grupo de oración, hasta ese momento había sido el grupo de oración de mi mamá, tenía cariño y agradecimiento por las oraciones, la formación y el apoyo recibido en tantas momentos a mi familia y en especial a mi mamá, pero mis visitas eran ocasionales, mi disciplina de asistencia dependía de mis tiempos libres y de la ausencia de otras cosas más importantes. Hoy sé que es MI grupo y que tener una comunidad de oración es uno de los regalos más grandes que pude haber tenido en medio de la prueba.
Tenía sus oraciones, fueron mi apoyo en momento de fragilidad… cuántos jueves llegué con miedos, cuantas veces llegué sintiéndome asustada y ni una sola vez salí de ese lugar sin sentirme fortalecida. “Si en la tierra dos de ustedes unen sus voces para pedir cualquier cosa, estén seguros que mi Padre Celestial se la dará. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Mateo 18: 19-20.
No solo fue la Comunidad de los Santos Ángeles, fueron los cientos y miles de personas que escucharon tu historia por Radio Católica Mundial, el voz a voz, los sacerdotes que Dios puso en nuestro camino, el Padre César Rozo, el frágil Padre Wilson Mora que hizo la más hermosa oración que recibí en los meses de embarazo, Heliodoro con su unción y entrega fraterna, el hermano Pablo María, tu papá, tus hermanos, mis papás, la familia, mis hermanos…
Escoger el nombre no fue difícil, 4 opiniones en la mesa del comedor, todos con ganas de tener el nombre del varoncito de la ecografía y cuando pronuncié SAMUEL, supe que ese era el nombre que Dios quería para mi bebé.
¿Sabes hijito mío? no sólo yo te parí sano y hermoso como eres, no solo yo te llevé en mi vientre, fueron tantas y tantas y tantas las personas que te cargaron, que te alimentaron con sus oraciones, que doblaron rodilla para pedir tu bienestar, que nunca sabrás cuántos ruegos llegaron al Altísimo con tu nombre. Definitivamente Samuel… tú debes estar destinado para grandes cosas… Y como lo anunció el hermano Pablo María algún día estarás delante de muchas personas explicando por qué tu nombre significa que Dios Escuchó y Dios Contestó.