Ante la tragedia que viven los emigrantes en las fronteras del sur de Europa
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Por su interes, publicamos el último post que ha dejado a sus seguidores el arzobispo de Tánger, monseñor Santiago Agrelo en el que reflexiona sobre la problemáticia de la emigración y sus contínuas críticas hacia la violación de derechos fundamentales ocurridas en el Estrecho:
Ante la tragedia que viven los emigrantes en las fronteras del sur de Europa, como pastor de la Iglesia y a la luz del Evangelio, he denunciado la violación continuada de sus derechos fundamentales, y esa denuncia, a muchos cristianos, seguramente que a muchos religiosos, les ha parecido injusta, imprudente, hipócrita, demagógica.
Y me preguntan: ¿Acaso quiere usted suprimir las fronteras? Si no hay trabajo para nosotros, ¿cómo vamos a recibir a más gente?, ¿es que quiere usted aumentar el número de los parados? «Dice Vd. "Podemos compartir con el emigrante nuestro poco de leña nuestro poco de pan" ¿Con cuantos emigrantes? ¿Cien mil? ¿Cien millones? Dice Vd. "Podemos darles voz" ¿Quién tiene que dársela? ¿Quién toma esa voz? Dice Vd. "Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de la esperanza" ¿Qué decisión política en concreto? ¿Qué haya que protegerse las fronteras de cada país de algo muy muy difícil de contener?»
Un amigo me recuerda, por si yo lo hubiese olvidado, un texto de San Mateo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Me parece razonable que se me coloque entre escribas y fariseos que ocupan cátedra: yo mismo me acuso y pido al Señor que me saque de semejante compañía. Pero esto no eximiría a mi amigo de tomar en consideración lo que el Señor dice a sus discípulos: “Haced y cumplid todo lo que os digan”. Mi amigo lo sabe, y ahí llegan las preguntas, todas razonables, a darle, a darnos, una mano para justificar el que no hagamos lo que se nos dice.
Pues intentaré dejarle, dejarnos, sin justificación posible.
Siguiendo los pasos de Jesús, responderé a todas las preguntas con una sola pregunta: ¿Quién es tu Señor? Y por si alguien no hubiese caído en la cuenta de su importancia, la vuelvo formular: ¿Quién es tu Señor? Y quiero que el eco se quede repitiéndola: ¿Quién es tu Señor?
Eso significa: ¿A quién le preguntas tú cuando necesitas responder a una cuestión que implica tu vida? ¿Bajo qué luz te pones cuando quieres ver en la oscuridad de tu día a día? ¿A quién obedeces cuando haces tus opciones morales?
Si mi señor es un programa electoral, le preguntaré al programa. Si mi señor es una teoría económica, le preguntaré a la teoría. Si mi señor es el dinero, le preguntaré al rendimiento. Si mi señor es lo razonable, le preguntaré a la razón. Si mi señor es lo científico, le preguntaré a la ciencia. Si mi señor es el código penal, le preguntaré a las leyes. Si mi señor es el orden establecido, les preguntaré a sus garantes.
Cada uno de esos señores tiene una respuesta para las preguntas que me habéis formulado. Y todas las respuestas tendrán una lógica aplastante, incuestionable, demoledora.
Pero yo reclamo mi derecho a preguntarle al único Señor que reconozco y confieso: a mi Señor Jesucristo. Y él tiene su lógica, que yo pretendo aprender, que deseo no traicionar, que pido seguir.
De esa lógica me ocupé en la última carta circular a los fieles de la Iglesia de Tánger: “Para que la vida no niegue lo que la boca confiesa”.
Escrito por Monseñor Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger