En la era de las comunicaciones, el nuevo Papa es un brillante comunicador, y eso los niños también lo perciben
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¿Por qué alguien casi desconocido pasó a ser, en pocos días, una de las personas más famosas, importantes e influyentes del mundo, si no la más?
Por muchas razones, entre las cuales podemos aseverar que llegó al lugar justo en el momento indicado, que rompió todos los moldes (y sigue haciendo lío), que tiene una absoluta integridad moral, que es un as de la comunicación y que supo aprovechar a su favor las complejas reglas de juego.
Y sin dudas, porque es un elegido. Elegido por los cardenales, claro está, pero mucho antes de eso elegido por Dios (o por el destino, si uno quiere ser más romántico). Y desde entonces, elegido por multitudes de católicos y no católicos de todo el planeta para sentirse representados, para ver en él una luz de esperanza por un mundo mejor, más humano, más atento a las necesidades de quienes no la pasan bien que a los lucimientos de los privilegiados.
Es inevitable que semejante aparición conmocione hasta al más parco, y provoque una inmediata necesidad por conocer más sobre él, por tratar de entender cómo es posible que una persona común de un barrio común de un país común pase a ser de un día para el otro el centro del universo.
La consecuencia lógica es un boom editorial que pretende abarcar a Francisco desde todos los ángulos habidos y por haber: el descendiente de italianos, el estudioso de vocación docente, el fanático del fútbol, el hombre político, el predicador valiente, el pensador profundo, el conciliador, el polémico, el cura de pueblo…
También los chicos detectan esta “Franciscomanía” y no quieren quedarse afuera. Francisco ejerce sobre ellos una atracción inocente y pura, como la de un superhéroe, pero a la vez saben que Jorge Mario era un chico normal que iba al colegio y jugaba al fútbol con sus amigos. Al verlo omnipresente, igual que los grandes, desean saber más sobre él y le dan suma importancia a su mensaje.
En la era de las comunicaciones, el nuevo Papa es un brillante comunicador, y eso los niños también lo perciben. Sienten (y es cierto) que él se dirige a ellos directamente, que comprende sus problemas y les ofrece guía con genuina esperanza.
No menos cierto es que el propio Francisco facilita el trabajo de los intermediarios (periodistas o escritores) con sus modos llanos y hogareños, con su estilo afable y familiar que sabe dosificar con experta precisión la caricia y el llamado de atención. Siempre, con una sonrisa bonachona que lo hace más humano, que lo acerca a la gente común.
Eso sí: que luego cada uno ponga o no en práctica sus enseñanzas, ya no depende de él.
Federico Böttcher Sorondo
Autor de LAS ENSEÑANZAS DE FRANCISCO (Ediciones B) y director de la Revista interCole.