Ha suscitado interés la publicación de la revista Nature Communication sobre un método que permitiría obtener células de embriones de vasta escala sin destruir al mismo embrión como hasta ahora ocurre.
Es verdad que, como afirma Karl Tryggvason del Karolinska Institute (que ha llevado a cabo el estudio), “existe una gran diferencia ética entre un método de eliminación celular que permite la supervivencia del embrión y un método que le provoca la muerte”. No obstante – comenta Augusto Pessina – aunque esta aproximación podrá salvar la vida a muchos embriones, no resuelve el uso de embriones humanos que se ha vuelto algo común en muchos laboratorios del mundo.
“Sin entrar en el mérito de la fecundación in vitro, quedan – continúa Pessina – algunos aspectos toscos relacionados con esta nueva técnica. Puesto que un embrión tiene un padre y una madre, ¿qué papel tienen los padres en la programación de embriones de uso con objetivo terapéutico? ¿Cuáles son los derechos garantizados a un embrión voluntariamente creado para un uso terapéutico?
Tryggvason declara que, “después del retiro, el embrión puede ser recongelado o “teóricamente” implantado en el útero”. ¿Por qué “teóricamente”? ¿Significa que quizá no sabemos si sobrevivirá y si tendrá un desarrollo normal? Y si tiene un desarrollo y nace, ¿podrá hacer uso de los derechos sobre sus células que serán utilizadas en terapia (quizá por una multinacional farmacéutica)?
Parece evidente que, sin quitar valor al descubrimiento, el problema ético no se ha resuelto porque tiene una raíz antropológica y no técnico-científica. Como afirmaba el gran bioquímico Erwin Chargaff, “nosotros no sabemos qué es la vida. Y, sin embargo, la manipulamos como si fuera una solución salina”.