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“Las virtudes son hábitos buenos que nos llevan a hacer el bien. Podemos tenerlas desde que nacimos o podemos adquirirlas después. Son un medio muy eficaz para colaborar con Dios, pues implican que hemos decidido, libre y voluntariamente, hacer el bien, es decir, cumplir con el plan de Dios. El objetivo de una vida virtuosa es llegar a ser semejantes a Cristo, no es un perfeccionismo, donde la persona elimina defectos porque considera que no debe de tener tal o cual falla, esto sería un vanidoso mejoramiento de sí mismo. Tampoco es un narcisismo de verse bien, que todos piensen que es lo máximo. La virtud no es una higiene moral por la cual limpio mi persona”.
“Los valores, por su parte, están orientados al crecimiento personal por un convencimiento intelectual: sabemos que si estamos limpios, seremos mejor aceptados por los demás; sabemos que si mantenemos ordenadas nuestras cosas, podremos encontrarlas cuando las busquemos.
Los valores son bienes que la inteligencia del hombre conoce, acepta y vive como algo bueno para él como persona”. El valor es todo aquello que se “valora” como bueno, como deseable, como necesario para la vida. Para alguien puede ser un valor tener un hermoso automóvil mientras que para otro no lo es en modo alguno.
En este sentido podemos decir que los valores son más ambiguos puesto que no todos consideran como valor lo que es para otros; las virtudes son de carácter universal y lo que es una virtud en uno lo es también en otro.
Establecidas las diferencias es importante reconocer que en la vida de fe siempre hay propuestas hechas por Jesús que, cuando son puestas en paralelo con lo que el mundo nos presenta, tiende a tener una propuesta que se le asemeja pero no necesariamente se le equipara. Veamos algunos ejemplos:
La Sagrada Escritura enseña la necesidad del ayuno como remedio eficaz contra la concupiscencia y como mecanismo de dominio sobre sí mismo; el mundo nos propone la dieta pero como método eficaz para mantener el control del peso corporal y de una adecuada salud humana. Primera conclusión: no es lo mismo ayunar que hacer dieta y menos aún que padecer hambre. Aunque se asemejen en la forma no son iguales en el fondo.
Jesús invita a la castidad como modo de entender la sexualidad y el cuerpo humano como instrumentos de santificación y de oblación a Dios y al cónyuge mientras que muchos han optado por la abstinencia sexual como modo de libertad interior para alcanzar otros fines que consideran más nobles. No es por tanto lo mismo ser casto que ser abstinente y menos aún ser asexuado.
Mientras que la dieta y la abstinencia pueden llegar a tener alguna valoración para algunos, el ayuno y la castidad son en sí mismas virtudes de carácter espiritual para todos. Es importante saber además que los valores no necesitan de la gracia de Dios, pues por el hecho de poseer una ponderación intelectual se viven desde la racionalidad, mientras que las virtudes, por buscar colaborar en el plan de Dios y la semejanza con Cristo, sí requieren de la ayuda del Señor, de un auxilio especial de su magnificencia puesto que el hombre por sus propias fuerzas no las puede alcanzar.
Se puede ser abstinente sin ser casto y hacer dieta sin ayunar. El sentido mismo de cada una de estas prácticas difieren mucho por la finalidad de su objeto, de lo que pretenden en sí mismas. Los cristianos no estamos llamados simplemente a cultivar valores (necesarios en todo ser humano) sino a llenar nuestras vidas de virtudes tanto cardinales como teologales (aquellas que son cultivadas por el ejercicio disciplinado y perseverante del hombre y las que son dadas directamente por Dios a quien le ama).
Si nos extendemos un poco más podemos encontrar muchos otros valores que tienen una semejanza con las virtudes y por ello tienden a ser confundidos por quienes no lo saben. Hay quienes piensan que es lo mismo el fanatismo que la fe, enamoramiento que amor, ilusión que esperanza, osadía que valentía, timidez que prudencia, etc.
Todos los seres humanos poseemos valores, todos consideramos que hay valor en algo, que incluso hay cosas por las que vale la pena morir; pero para alcanzar la perfección no bastan los valores sino las virtudes.