Crónica de una parrilla de cumpleaños llena de heroísmo cotidiano
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Hace poco me comentaban sobre un correo que enviaron del exterior que decía que los venezolanos que nos quedamos aquí es porque estamos enchufados y que las "parrillitas esas" que tenemos los fines de semana son para cuadrar "negocios". Supongo que habrán algunos que hacen eso (no creo que llegue al 1% de la población) pero aquí la mayoría de la gente vive honestamente, y trabajando muy duro para poder sacar a sus familias adelante.
Lo que sí me llama la atención es que en las parrillas o reuniones que realizamos en este país todos los fines de semana, para vernos y relajarnos un poco, es que ahí ocurren cosas y se hablan temas que no son frecuentes en otras partes del mundo.
Por ejemplo, hace poco le celebré el cumpleaños a mi hija. Fue un cumpleaños donde se mezcló la crisis con la reunión. Ella quiso que antes que llegara su familia le diera clases de repostería a sus amigas. Cuando llamé para invitar a las niñas, las mamás que estaban encantadas con que les enseñara a cocinar, muy amablemente me decían: yo tengo aquí escondido un paquete de azúcar que te puedo mandar, o uno de harina, o unas 6 cucharadas de leche. Así arreglé lo de los ingredientes. Las niñas hicieron y decoraron sus tortas y algunas de ellas comenzaron a hablar de negocios muy honestos: "Cuando sea grande quiero tener una tienda de cupcakes ¿tú crees que podamos trabajar juntas?".
Después llegó la segunda parte de la reunión y la odisea para recolectar servilletas, vasos, platos y cucharitas plásticas. Yo, de varios años para acá, lavo y guardo ¡todo! lo desechable, por lo que tenía varias cosas de otros años que no combinaban mucho pero ¡qué importa! Por otro lado, mi esposo brincó de panadería en panadería buscando 2 canillas por aquí, 4 por allá, hasta reunir ¡20 panes! Si el Indepabis hubiera venido a mi casa por acaparadores no hubiera encontrado ni rastro porque en menos de una hora los 50 trogloditas entre hermanos, tíos, primos, sobrinos, etc., que vinieron se tragaron ¡TODO! Total que gozamos un puyero y logramos bajar un poco la tensión por la crisis que estamos viviendo. Mi hija antes de acostarse me dijo feliz: "Mamá, este ha sido el mejor cumpleaños de mi vida".
Pero lo más impactante de la fiesta (¡para mí) fue de lo que hablamos. Además del "tenemos que seguir luchando" y "tenemos que ser valientes" se dijeron cosas que no se dicen en todas partes.
Una de mis cuñadas acababa de llegar de Barinas y contó que se quedaron accidentados a las 3 de la madrugada. Le pegamos tremendo regaño porque cómo se les ocurría viajar a esa hora. Ella contó que desde que se montó en el carro comenzó a rezar y que en lo que se accidentaron rezó más intensamente. A los 10 minutos se detuvo un carro con dos hombres. Sus súplicas crecieron pensando que eran unos ladrones y resulta que los dos señores eran mecánicos, les arreglaron la camioneta y como ellos venían para Caracas los escoltaron en el trayecto. Eso ella lo contaba delante de todos los chamos quienes, con sus orejas paradas, no dejaban de escuchar. Al final dijo: "Yo cuando salgo de Venezuela nunca rezo en un carro".
Luego mi hermana contó que por donde ella vive comenzaron nuevamente los secuestros. Yo le dije que si había escuchado el cuento de Barinas. Entonces ella le dijo a mi sobrino de 12 años: "Lo que vamos a hacer es rezar el rosario siempre que estemos en el carro, ¿oíste fulanito?" Y él respondió: "Sí mamá, eso es lo que tenemos que hacer".
Yo, a la mañana siguiente, pensaba que cuando yo estaba chiquita nunca nadie hablaba de rezar en una fiesta. Eso me hizo sentir feliz porque a pesar de los terribles momentos que estamos viviendo, nuestros hijos están disfrutando su infancia y adolescencia en unos hogares donde la gente honesta ¡que somos la mayoría! hablamos de valentía, de luchar, de trabajar y de rezar. Aquí ¡en Venezuela!, al lado de la degradación que existe en unos pocos, se está levantando una generación que se está fajando en sus estudios y que saben que allá arriba está su Papá Dios que ¡nunca! los va a abandonar.
Esa fe que nuestras abuelas nos enseñaron, y que ha quedado impresa en una piedad popular difícil de encontrar en otro lugar del mundo, será la que salvará a Venezuela, y cuidado si al mundo entero porque ya en muchas partes del planeta se han olvidado de Dios. Aquí a Él lo tenemos muy presente, día y noche, y sabemos que desde allá arriba está viendo todo. Y sabemos (hasta los enchufados que hacen parrillas para cuadrar "negocios") que tarde o temprano a todos nos llegará la hora de rendir cuentas de lo que hicimos en esta tierra ¡Y también sabemos que Dios nos va a ayudar!
Cada día estoy más orgullosa de ser venezolana porque aquí hay demasiada gente buena que ama a Dios. Y por eso este país algún día se va a salvar. Y ese día haremos una ¡Gran! Fiesta y le daremos inmensas gracias a Nuestro Padre en el cielo y nunca ¡Nunca! nos olvidaremos de Él.
Por María Denisse Capriles. Artículo publicado originalmente por El Universal