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Dios (y no la TV) en el centro de la familia

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Monseñor Jaume Pujol - SIC - publicado el 18/12/13

Todo lo que constituye un hogar es bueno –también el televisor, por supuesto- pero debemos procurar que quede espacio preferente para Dios

En 1917, en plena Primera Guerra Mundial, el papa Benedicto XV añadió a las letanías del Rosario la jaculatoria “Reina de la paz”, implorando la paz del mundo. En la clausura del concilio Vaticano II, Pablo VI pidió que añadiéramos otra: “Madre de la Iglesia”, para poner a la Iglesia bajo la protección de la Virgen. El último añadido a las letanías, es de Juan Pablo II, y fue “Reina de la familia”. Son tres preocupaciones, expresadas de este modo, por diversos pontífices: la paz, la Iglesia, la familia.

Este domingo último del año, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia, presentándonos el ejemplo del hogar de Nazaret en el que confluyeron las tres personas más amadas por los cristianos: Jesús, María y José.

Son un modelo de fe y fidelidad. Allí está la Virgen María, aquella que “conservaba todas las cosas en su corazón”, aquel corazón que iba a ser traspasado de dolor, según la profecía del anciano Simeón en el templo.

La alegría y el dolor se mezclaron en las vidas de María y de José. Los evangelistas nos dejan pocas palabras de la Virgen y ninguna del santo patriarca, pero sí nos cuentan sus acciones, siempre movidas por los mensajes que Dios le enviaba, desde la aceptación de su esposa en momentos de duda, hasta la huida y retorno de Egipto.

En la familia de Nazaret, Dios ocupa un lugar central. El jefe de la familia, José, y la madre, María, viven en función de Jesús. Y aquí podemos preguntarnos: ¿ocupa Dios un lugar central en nuestra casa? ¿O lo ocupa el televisor?, por poner un ejemplo.

Todo lo que constituye un hogar es bueno –también el televisor, por supuesto- pero debemos procurar que quede espacio preferente para Dios. No vaya a pasar como en algunos hogares que yo he visto en los que hay tanta cantidad de muebles, mesitas, cuadros, alfombras, jarrones y otros adornos, que puede resultar incómodo vivir allí.

Supongo que se me entiende. Lo que deseo es alertar para que la cantidad de ocupaciones y preocupaciones que pueda albergar una familia, no le lleve a dejar en último término su relación con Dios, que es el sello de toda familia cristiana.

Cuando era pequeño, en mi pueblo y en tantos otros, llegaba a casa una capillita de madera que contenía tres figuras: la Virgen, San José y el Niño en medio. La dejaban en casa unos días, le encendíamos una vela y rezábamos ante ella. Luego, los niños generalmente, la llevábamos a una casa vecina para que continuara el recorrido.

Falta muy poco para que termine un año y comience otro: 2014. Con este motivo se preparan toda clase de celebraciones. Está muy bien, pero démosle un sentido a este cambio en el calendario, más allá de las campanadas, las uvas y los fuegos artificiales. Hagamos el propósito de recibir, junto al Año Nuevo, a Jesús en nuestros corazones y en nuestra familia. Y pidamos que Jesucristo sea siempre el centro de nuestras vidas.

Por monseñor Jaume Pujol Bacells, Arzobispo de Tarragona. Artículo publicado orginalmente por SIC 

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