Sembró en su pueblo el perdón y la reconciliación
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Estos días, al escuchar asiduamente todos los detalles sobre la salud deteriorada de Nelson Mandela, me vino a mi memoria esas minutos que pasé en su casa, hoy convertido en museo, en las afueras de Johannesburgo, en el barrio marginal de Soweto. Ahí donde se dieron las revueltas de jóvenes en 1976. Ingresé y vi con mucho interés los detalles al interior de casa, con habitación muy sencilla, pequeña pero muy bien distribuida, su pequeña biblioteca y varios recuerdos de sus amigos.
Algunas cosas que te llaman la atención, fotografías, cuadros y pinturas, donde podías entender su historia. Se siente su experiencia en la clandestinidad, la persecución y la cárcel. Fue interpelado por las injusticias que vivían sus hermanos surafricanos. Resalta, en algunos escritos, en su escritorio, ese su compromiso por luchar para devolver a su pueblo la dignidad y la libertad.
Los 27 años en la cárcel no le llenaron de resentimientos, ni revanchismo. Dios actuó en él, le dió fortaleza y compromiso expresado en su constancia y perseverancia; por ver a sus pueblo libre y sin dominación ni de blancos, ni de negros. Quería una libertad con dignidad. Pero en ningún momento persiguió a los responsables de tanto dolor y sufrimiento, pese a que él vivió al igual que sus hermanos surafricanos.
En sus calles la gente te habla de él, es como un mesías, un salvador, un hombre de Dios. Porque sembró en su pueblo el perdón y la reconciliación, quería la unidad de su pueblo, pero en armonía y con igualdad de oportunidades. Muchos pensaban que Sudáfrica se iba a desintegrar, pero él ha hecho posible que se mantenga unida. Desmond Tutu, decía; “Había que abrir las heridas para curarlas bien porque si no se curan bien, nunca acaban de cicatrizar”.
Muchos hoy dicen de Mandela: El nos dio la libertad y caminamos libres y respetados; él nos ha enseñado a sanar las heridas; Hoy todos tenemos las mismas oportunidades, aunque falta mucho por hacer, pero estamos aquí trabajando como él nos enseño. Hoy quedan las cicatrices del racismo del pasado.
Estos días hemos escuchado muchas historias que son signos de esperanza. De lleno nos muestran a Sudáfrica sanando heridas y construyendo su realidad con sentimientos positivos. Este símbolo se expande por toda África, pero tal vez no se consoliden, porque por medio están intereses de toda índole.
Pero los dichos y los hechos de Nelson Mandela, permanecerán e inspirarán a quienes pretenden ser auténticos promotores de la libertad y justicia. No olvidaremos estos dichos que son un verdadero motor. El hizo resonar esta expresión, “Derribar y destruir es muy fácil. Los héroes son aquellos que construyen y que trabajan por la paz”.
Pero como para sellar su ser hombre de paz, decía “El perdón libera el alma, elimina el miedo. Por eso es una herramienta tan poderosa”. Ciertamente lo que muchas veces falta en lo cotidiano es lo que pidió a los lideres, “Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con él, entonces se vuelve tu compañero”.
La lucha y coherencia le ha llevado hasta el final, hoy aún nos dice: “Un hombre que le arrebata la libertad a otro es un prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes del prejuicio y de la estrechez mental”.
Muchas veces estuvo en peligro de muerte, hoy tampoco le provoca temor, porque su esperanza es grande, Dios le ha dado esa fortaleza, por eso, al final seguirá diciendo,”La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré por toda la eternidad”.
Nelson Mandela preparó su propio paraíso en la tierra, para vivir plenamente a lado de muchos hombres y mujeres que supieron amar, sembrando perdón y reconciliando a su pueblo.
Tal vez le faltaba una última expresión, como la de San Francisco de Asís, que nos decía, “que venga la hermana muerte”.
Por Guillermo Siles Paz, OMI. Artículo publicado en Iglesia Viva