Providencial ocasión para mirar con generosidad a la universalidad de la Iglesia
El Papa Francisco se refirió recientemente a los carismas en la Iglesia como “dones y gracias especiales que el Espíritu Santo reparte para la edificación de la Iglesia”. Explicó como ellos enriquecen la caridad, que está por encima de todo: “Sin amor, advirtió el Papa, los carismas son vanos. Con amor, hasta el menor de nuestros actos repercute en beneficio de todos”.
El Santo Padre insistió en que los bienes espirituales que compartimos en la Iglesia están al servicio de la comunión y de la misión, y mediante la comunión de los santos cada uno de nosotros somos signo y sacramento del amor de Dios para los demás y para el mundo entero”.
La vivencia de la “espiritualidad de comunión” que ya propuso el beato Juan Pablo II, aplicada a la relación entre los viejos y los nuevos carismas y entre ellos y las iglesias locales, no consiste en una especie de fusión, en el caso de los nuevos, perdiendo cada uno su identidad y su carisma; o de un excesivo control de la aportación de los viejos carismas relgiosos por parte de las estructuras diocesanas, frenando su vocación de misión de frontera. Al contrario, se trata de conocerse todos más, de quererse más, de reconocer la novedad de cada carisma con la misma alegría con la que se experimenta la vivencia de la novedad del propio carisma. De dar un testimonio ante la Iglesia y ante la humanidad de unidad, que es todo lo contrario a la unifromidad, de comunión entre ellos y de comunión con toda la Iglesia.
Este tiempo se presenta como una espléndida y providencial ocasión para mirar con generosidad a la universalidad de la urgencia evangelizadora, retomar el tesoro de los viejos pero siempre nuevos carismas que regaron la Iglesia con tantas ordenes religiosas, y confrontarlo con la sabia nueva de los nuevos carismas eclesiales, carismas que el Espíritu Santo ha querido dar principalmente a los laicos, para acelerar una nueva primavera para nuestras iglesias para ser un pueblo evangelizado y evangelizador.
Tal vez, si fuésemos un poco menos pueblerinos e hiciésemos nuestra la riqueza del otro en la comunión de la Iglesia y buscásemos el bien de la comunidad eclesial más distante del mundo como si fuese la nuestra, si pudiésemos por un momento mirar a la Iglesia y al mundo desde la mirada universal del Papa Francisco, y sintiésemos la pasión por amarles como él los ama, nuestras iglesias despertarían del sueño y del desanimo, y en la misión encontrarían la luz y la vitalidad que anhelan.