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Carmen Hernández es viuda. A su marido, Jesús María Pedrosa, que era concejal del PP en Durango, lo mató ETA en el año 2.000 con un disparo en la nuca. Había sido trabajador del metal. Carmen ha participado en el programa que se inició a mediados de 2011 en el País Vasco.
Un programa en el que presos de Nanclares de Oca, trasladados a esa prisión de Álava porque habían rechazado de forma explícita el terror, se encontraron con víctimas. Los encuentros no generaron beneficios penitenciarios de ningún tipo. Pero si tuvieron otro tipo de rédito.
13 años después de que ETA le quitara a su marido, usted ha querido participar en el programa de encuentros entre víctimas y terroristas. ¿Por qué ha querido hacerlo?
Cuando nos propusieron entrar en este proyecto me pareció interesante. El pasado ya no vuelve. El objetivo es que los que estén arrepentidos, cuando salgan a la calle, se puedan reinsertar de alguna manera. Lo que me interesaba es que las personas que se han arrepentido puedan tener una oportunidad. Yo es que soy muy creyente. Sé que ha sido mucho el sufrimiento. Y ojalá que la gente que saliera de las cárceles lo hiciera con un mea culpa y un arrepentimiento por el daño que han hecho.
¿Cómo fue ese momento de encuentro con el terrorista?
El chico con el que me encontré no era el asesino de mi marido. Pero tenía tres muertos en su memoria. Al principio es muy duro. No sabes cómo vas a reaccionar tú y como va a reaccionar él. Al principio no se atrevía a mirarme. Ellos están a la espera de tu reacción y tienen asumido que tú puedes decir o hacer cualquier cosa.
Puede salir todo el dolor que uno tiene dentro…
Sí, pero yo tenía ganas de saber cómo se introduce uno en ese mundo. Este chico era muy joven. Tuvo una historia triste en su casa y a los 19 años se metió en ETA. Me contó cómo funciona todo: tú no ves a los que mandan, solo tienes un listado de las cosas que tienes que hacer. Les mandaron a él y a un compañero matar y decidieron quién lo hacía, a cara y cruz. El quería salir de ese mundo y tenía tantas ganas que no le importaban que le matasen. Estaba arrepentido desde que llegó a la cárcel y asumía que la víctima no le perdonara. Me dijo además que no podía dormir.
¿Y usted que le respondió?
Le conté mi historia. La suya y la mía eran dos historias tristes. Una persona que mata tiene una historia terrible. Le dije que había hecho mucho daño. Pero no se puede hacer nada por evitar aquello que está hecho.
Se le ve tranquila. Ha sido capaz de hablar con los miembros de la banda que mataron a su marido. ¿Cómo ha podido dar ese paso? ¿Qué le ha hecho no albergar rencor?
Al principio sientes la rabia, el dolor, la impotencia…es difícil de definir. Es una cosa terrible. Pero con odio no se puede vivir. Y con rencor tampoco porque tú sufres más que el que te ha hecho el daño.
La violencia es así. Primero mata y luego se te anida en el corazón y te pudre.
Claro. Los condenados van a ir saliendo todos a la calle. Al que haya hecho examen de conciencia y haya pedido perdón hay que ayudarle a que siga su vida. Con el que yo hablé estaba con una chica, tenía dos niños. Y me dijo que no tenía amigos pero que se los iba a buscar. Y que algún día les contaría a sus hijos cómo había sido su vida. No sabía cómo hacerlo.
¿Cómo le ha ayudado la fe en todo esto? Perdonar y no quedarse en el pasado es una cosa milagrosa.
Pues sí. Necesitaba perdonar para liberarme. Perdonar para mí es una liberación. Una persona puede perdonar según cómo se sienta. A mí la fe me ha ayudado mucho: Jesús nos ha enseñado en el evangelio que hay que perdonar y yo lo he asumido. Me he liberado, tengo una gran tranquilidad interior y eso es lo que me vale.
Entrevista realizada por Fernando de Haro