Carta del arzobispo de Tarragona (España) ante la próxima fiesta de todos los santosSon muchos los artistas que han plasmado con sus pinceles la más grande de las esperanzas cristianas: habitar un día en la gloria de Dios para toda la eternidad. Recuerdo la impresión que me produjo contemplar en Roma la Gloria de Bernini en San Pedro, y por supuesto, la pintura de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina. También en la Basílica del Pilar de Zaragoza, al levantar los ojos, uno se encuentra con el fresco de Goya titulado “La adoración del nombre de Dios”, más conocido por “la Gloria”.
Pensar en la vida eterna, para un cristiano, no es un ejercicio de espiritismo, ni entregarse a la ilusión de lo irreal en busca de un fácil consuelo. Es meditar las palabras de Jesucristo acerca de la vida futura de cada persona. Es tener en cuenta que, junto a nuestra realidad visible y finita, hay otra invisible, pero no por ello menos cierta. Nos falta la experiencia de ese momento, pero tenemos la palabra de Dios, creador y redentor, que no puede fallar y es más verdadera que todas nuestras certezas, que sin El no serían.
En los próximos días, de forma consecutiva, la Iglesia dedica dos celebraciones a esta creencia en la inmortalidad del alma: la fiesta de Todos Los Santos y el Día de Difuntos. La celebración de esta última festividad se remonta a mil años atrás. En aquella época la Abadía de Cluny había cobrado una importancia enorme. Se hallaba a la cabeza de más de 1.100 monasterios benedictinos establecidos sobre todo en Europa Occidental. Recibía tantas peticiones de sufragios por los difuntos, costumbre de siempre en la Iglesia, que decidió establecer un Día de Difuntos en el que las misas y oraciones se ofrecerían por todos ellos en conjunto. El 2 de noviembre de 998 arrancó así una celebración que luego se extendió por toda la Iglesia.
En ese día rezamos y ofrecemos sufragios por nuestros familiares difuntos, hacia los que tenemos sentimientos de amor y gratitud. Y también elevamos oraciones, uniéndonos al sacrificio de Cristo que se renueva en cada misa, por todos, también por aquellos de quienes nadie se acuerda. Para que pronto estén en el Cielo, gozando de la presencia de Dios.
Antes, hemos celebrado la fiesta de Todos los Santos. Ahora levantamos nuestro pensamiento hacia quienes gozan ya de la gloria celestial. Algunos pocos son honrados públicamente por la Iglesia como beatos o como santos. La inmensa mayoría son santos anónimos, niños, jóvenes, personas maduras o ancianas, seglares, sacerdotes o religiosos que murieron, y en general vivieron, en gracia de Dios, fieles a su voluntad y haciendo de sus vidas un servicio a los demás.
Es una buena ocasión para que nos preguntemos si pensamos con frecuencia en el Cielo, en el sentido más profundo de la vida, en la gran esperanza de una felicidad que no tendrá fin.
Con la mirada en el cielo
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