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Principios para la buena convivencia matrimonial

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LaFamilia.info - publicado el 08/10/13

En la vida en común hay que saber actuar con corazón, pero también con inteligencia y buen humor

El amor y las buenas intenciones son un buen punto de partida para que haya armonía en la convivencia matrimonial, pero es natural que en el día a día salgan a relucir los defectos del carácter y otras actitudes personales que pueden afectar la relación.

Una buena convivencia matrimonial repercute positivamente en el bienestar físico y emocional, no sólo de los cónyuges, sino también de los hijos y demás miembros de familia. Brindamos algunas claves para aprender a manejar las situaciones cotidianas y así evitar que afecten el “clima” matrimonial.

¡Afuera el egoísmo! Se es egoísta con el tiempo, con el dinero, con los gustos, con el poder, con las decisiones. Darle prioridad a los intereses particulares, es un paso seguro al conflicto. De ahí la afirmación que el egoísmo no tiene cabida en el matrimonio, pues no es lo “yo quiera” sino “lo que los dos queramos”.

Negociar en lugar de discutir. La vida matrimonial se basa en una negociación continua, donde no hay ganador, ni perdedor. Por eso la relación y los acuerdos se deben basar en un ganar/ganar. Cada uno debe buscar que los dos ganen en cualquier aspecto: en las decisiones, en lo económico, en lo sexual, en el hogar, etc.

No tomar como propio las actuaciones del cónyuge. Más bien hay que pensar que eso que nos molesta es un rasgo de la personalidad de él/ella. El cariño y el ejemplo es la mejor manera de ayudarle a mejorar sus defectos.

Hay que ceder. Quienes que se quedan estáticos en sus opiniones, están fomentando un disgusto sin necesidad. Alguno de los dos debe dar el brazo a torcer; a reglón seguido, el otro cederá. En el matrimonio hay que ceder muchas, muchas veces.

“Tratar al otro/a como quiero que me traten a mí”. Aunque suena a frase de cajón, es un principio básico para una buena convivencia.

Evitar el mal genio e irritarse por las pequeñeces. Hay que ser paciente y comprensivo. La ira es perjudicial, la risa es beneficiosa. Los problemas, malestares o presiones no justifican el mal humor ni la agresividad.

Estar en casa en cuerpo y alma. Quiere decir que al llegar a casa hay que tener todos los sentidos puestos ahí, y no en el trabajo, ni en la televisión, ni en el celular, ni en las tabletas. Los pocos momentos para estar juntos, deben ser aprovechados.

Trabajo compartido. No debe haber sobrecarga en ninguno de los dos, cada quien debe tener unas responsabilidades dentro del hogar.

Perdonar significa olvidar, aunque la memoria se resista. Quedarse estancado en el pasado, es negar la posibilidad de vivir un maravilloso presente y futuro.

Cada día se debe manifestar el cariño con alguna acción concreta. El amor se alimenta en la convivencia, en el día a día; no sólo en las ocasiones especiales. Hay que darle al otro lo que espera de uno, algo que le guste a la pareja.

Escuchar el doble de lo que se habla, es la clave del diálogo.

Las decisiones se toman en conjunto. Pensando siempre en el bienestar de la familia.

No importa ser muy distintos, lo importante es respetar la otra forma de ser del otro/a. Aceptar las diferencias de carácter, de competencias, de ritmo de trabajo, y llegar a puntos comunes.

La vida debe ser divertida, a pesar de los pesares. No todo puede ser trabajo, rigurosidad, seriedad, temas trascendentales, problemas. La vida está llena de pequeños detalles y el matrimonio se enriquece con ellos. Por eso las distracciones, el descanso, los planes familiares, las escapadas románticas, y todas las actividades que rompan la rutina son más que bienvenidas. Asimismo, conservar el buen humor hasta en los momentos difíciles, es una de las maneras de mejorar la convivencia.

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