La tragedia tiene que ver con “la inhumana crisis económica mundial que es un síntoma grave de la falta de respeto hacia el hombre”.
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Frente a las “numerosas víctimas del enésimo trágico naufragio sucedido hoy en Lampedusa… se me ocurre la palabra ‘vergüenza’… ¡Es una vergüenza!” así se ha expresado el Papa hoy durante la audiencia en el Vaticano a los participantes del encuentro promovido por el Consejo Pontificio de la Justicia y de la Paz, en el 50º aniversario de la “Pacem in terris”, promulgada por el beato Juan XXIII el 11 de abril de 1963.
“Recemos unidos al Señor –ha dicho el Papa- por quienes han perdido la vida, hombres, mujeres, niños, por sus familiares, por todos los prófugos. ¡Unamos nuestros esfuerzos para que no se vuelvan a repetir estas tragedias! Solo una colaboración decidido entre todos puede ayudar a prevenirlas”. El Papa ha expresado su “gran dolor” por esta tragedia, vinculándola a la cuestión “de la inhumana crisis económica mundial que es un síntoma grave de la falta de respeto hacia el hombre”.
“La Providencia –dijo al principio del discurso- ha querido que este encuentro se dé poco después del anuncio de su canonización. Saludo a todos, en especial al cardenal Turkson, agradeciéndoles las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre”.
“Los más ancianos de nosotros –prosiguió. Recordamos bien la época de la encíclica ‘Pacem in terris’. Era el momento más álgido de la llamada ‘guerra fría’. Al final de 1962 la humanidad se encontraba en el umbral de un conflicto atómico mundial y el Papa hizo un dramático y sentido llamamiento de paz, dirigiéndose así a todos los que tenían la responsabilidad del poder: “con la mano en la conciencia, que escuchen el grito angustioso que se eleva desde todos los lugares de la tierra, de los niños inocentes, de los ancianos, de las personas en las comunidades, que sube hacia el cielo: ¡Paz, paz!” (Radiomessaggio, 25 de octubre 1962). Era un grito a los hombres, pero también una súplica dirigida al Cielo. El diálogo que se inició con dificultades entre los grandes bloques contrapuestos, llevó, durante la etapa del pontificado de otro beato, Juan Pablo II, a la superación de esa fase y a la apertura de espacios de diálogo y de libertad. Las semillas de paz lanzadas por el beato Juan XXIII dieron frutos. Sin embargo, no obstante hayan caído muros y barreras, el mundo sigue necesitando paz, y la llamada de la Pacem in Terris sigue siendo fuertemente actual”.
El Papa se ha preguntado después: “¿Pero cuál es el fundamento de la construcción de la Paz? La Pacem in Terris lo quiere recordar a todos: consiste en el origen divino del hombre, de la sociedad y de la misma autoridad que compromete a los solteros, a las familias, a los diferentes grupos sociales y a los Estados a vivir relaciones de justicia y de solidaridad. Es un deber de todos los hombres, por tanto, construir la paz siguiendo el ejemplo de Jesucristo, a través de estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según sus posibilidades, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad. Mirando a nuestra realidad actual, me pregunto si hemos entendido la lección de la Pacem in Terris. Me pregunto si las palabras ‘justicia’ y ‘solidaridad’ están solo en nuestro diccionario o todos trabajamos para que se conviertan en realidad. La encíclica del Beato Juan XXIII nos recuerda claramente que no puede darse verdadera paz y armonía si no trabajamos por una sociedad más justa y solidaria, si no superamos egoísmos, individualismos, intereses de grupo y esto a todos los niveles”.
Después el Papa Francisco planteó otra pregunta: ¿Qué consecuencias tiene recordar el origen divino del hombre, de la sociedad y de la misma autoridad? La Pacem in Terris focaliza una consecuencia básica: el valor de la persona, la dignidad de todo ser humano, de promover, respetar y tutelar siempre. Y no solo son los principales derechos civiles y políticos que deben ser garantizados –afirma el Beato Juan XXIII- sino que se debe ofrecer a todos la posibilidad de acceder efectivamente a los medios esenciales de subsistencia, la comida, el agua, la casa, la asistencia sanitaria, la educación y la posibilidad de formar y sostener una familia".
"Estos son los objetivos que tienen una prioridad inderogable en la acción nacional e internacional y que miden la bondad. De ellos depende una paz duradera para todos. Es importante también que haya espacio para la rica gama de asociaciones y de cuerpos intermedios que, en la lógica de la subsidiariedad y en el espíritu de la solidaridad, persigan esos objetivos. Cierto, la encíclica afirma objetivos y elementos que están adquiridos por nuestro modo de pensar, pero hay que preguntarse: ¿lo están en la realidad? ¿Después de cincuenta años, se han hecho realidad en el desarrollo de nuestras sociedades?
“La Pacem in Terris –observó. No pretendía afirmar que sea deber de la Iglesia dar indicaciones concretas sobre temas que, en su complejidad, deben ser dejados a la libre discusión. Sobre las materias políticas, económicas y sociales no es el dogma el que tiene que indicar las soluciones prácticas, sino que son el diálogo, la escucha, la paciencia, el respeto por el otro, la sinceridad y también la disponibilidad a revisar nuestra propia opinión. En el fondo, el llamamiento a la paz de Juan XXIII de 1962 pretendía orientar el debate internacional según estas virtudes. Los principios fundamentales de la Pacem in Terris pueden guiar fructíferamente el estudio y la discusión sobre las “res novae” que interesan a vuestro congreso: la emergencia educativa, la influencia de los medios de comunicación sobre las conciencias, el acceso a los recursos de la tierra, el buen o mal uso de los resultados de las investigaciones biológicas, la carrera armamentística y las medidas de seguridad nacionales e internacionales".
"La crisis económica mundial, que es un síntoma grave de la falta de respeto por el hombre y por la verdad con que se han tomado decisiones por parte de los gobiernos y de los ciudadanos, nos lo dicen con claridad. La Pacem in Terris marca una línea que va desde la paz que hay que construir en el corazón de los hombres a un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo y de acción a todos los niveles, para que nuestro mundo sea un mundo de paz. Me pregunto si estamos dispuesto a aceptar esta invitación”.
Por tanto, concluyó: “Queridos amigos, que el Señor, con la intercesión de María Reina de la Paz, nos ayude a acoger siempre en nosotros la paz que es el don de Cristo Resucitado, y a trabajar siempre con empeño y con creatividad por el bien común”.