Invita a las instituciones eclesiales a un mayor compromiso de acogida los refugiados
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El Papa Francisco pidió hoy un mayor compromiso de los religiosos en la acogida a los refugiados, compromiso concreto, como por ejemplo abriendo más casas de acogida, durante su visita al Centro Astalli de Roma.
“Lo digo de corazón”, dijo el Papa a los religiosos, invitando a leer “seriamente y con responsabilidad este signo de los tiempos”. “Queridísimos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados”.
Para toda la Iglesia, insistió el Papa, “es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no se confíen sólo a los “especialistas”, sino que sean una atención de toda la pastoral, de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y las agregaciones eclesiales”.
Papa Francisco insistió que “la sola acogida no basta. No basta con dar un bocadillo si no se acompaña con la posibilidad de aprender a caminar con las propias piernas. La caridad que deja al pobre como está no es suficiente”.
Ofrecemos el discurso completo del Papa:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenas tardes!
Saludo primero a vosotros refugiados. Hemos escuchado a Adam y Carol: gracias por vuestros fuertes testimonios, tan sufridos. Cada uno de vosotros, queridos amigos, tiene una historia de vida que habla de los dramas de la guerra, de conflictos, a menudo vinculados con políticas internacionales. Pero cada uno de vosotros lleva consigo, sobre todo, una riqueza humana y religiosa, una riqueza que acoger, no temer. Muchos de vosotros sois musulmanes, de otras religiones, venís de distintos países, de situaciones diversas. ¡no debemos tener miedo de las diferencias1 La fraternidad nos hace descubrir que son una riqueza, ¡un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad! ¡Roma! Después de Lampedusa y de otros lugares de llegada, para muchas personas, nuestra ciudad es la segunda etapa. A menudo –como hemos escuchado. Es un viaje difícil, extenuante, incluso violento, pienso sobre todo en las mujeres, en las madres, que soportan de todo con tal de asegurar el futuro a sus hijos y una esperanza de vida diferente para sí mismas y la familia. Roma debería ser la ciudad que permite reencontrar una dimensión humana, de volver a sonreír.
Cuántas veces, sin embargo, aquí como en otros lugares, muchas personas que llevan escrito “protección internacional” en sus permisos de residencia, se ven obligadas a vivir en situaciones difíciles, a veces degradantes, sin la posibilidad de comenzar una vida digna ¡de pensar en un nuevo futuro!
Gracias a todos los que, como este Centro y otros servicios eclesiales, públicos y privados, consiguen acoger a estas personas con un proyecto.
Gracias al Padre Juan y a los hermanos; a vosotros trabajadores, voluntarios, benefactores que no solo donáis cosas o vuestro tiempo, sino que intentáis entablar una relación con los que piden asilo o los refugiados, reconociéndolos como personas, comprometiéndoos a encontrar una respuesta a sus necesidades
Encontrar. ¡Tened siempre viva la esperanza! ¡Ayudad a recuperar la confianza! ¡Mostrad que con acogida y hermandad se puede abrir más que una ventana, una puerta, se puede tener todavía un futuro! Y es bello que trabajando por los refugiados, junto a los jesuitas, haya hombres y mujeres cristianas, incluso no creyentes o de otras religiones, unidas en nombre del bien común, que para nosotros los cristianos es la expresión del amor del Padre en Cristo Jesús. San Ignacio de Loyola quiso que hubiese un lugar para acoger a los más pobres en los locales donde tenía su residencia en Roma, y el padre Arrupe, en 1981, fundó el Servicio de los Jesuitas para los Refugiados, y quiso que la sede romana estuviese en aquel edificio, en el corazón de la ciudad. Pienso en el testamento espiritual del padre Arrupe en Tailandia: Servir, acompañar, defender: las tres palabras que están en el programa de trabajo de los jesuitas y sus colaboradores.
Servir ¿Qué significa? Servir significa acoger con atención a la persona que llega; significa inclinarse hacia quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión, como Jesús se arrodilló a lavar a los pies a los Apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, establecer con ellos, antes que nada, relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra da miedo al mundo mas desarrollado. Intentan no decirla. Es casi como una palabrota para ellos. ¡Pero es nuestra palabra! Servir significa reconocer y acoger las preguntas de justicia, de esperanza, y buscar juntos caminos, vías concretas de liberación. Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y simplicidad nos quitan las máscaras de nuestros egoísmos, nuestras falsas seguridades, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos conducen a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, a recibir en nuestra vida su amor, su misericordia de Padre que, con discreción y con confianza paciente, nos cuida, a todos nosotros.
De este lugar de acogida, de encuentro y de servicio quisiera entonces que sugiera una pregunta para todos, para todas las personas que viven en esta diócesis de Roma: ¿me inclino hacia quien pasa dificultades o en cambio me da miedo ensuciarme las manos? ¿Estoy encerrado en mí mismo, en mis cosas, o me doy cuenta de quién necesita ayuda? ¿Me sirvo sólo a mi mismo o sé servir a los demás como Cristo vino para servir hasta dar su vida? ¿Miro a los ojos a los que piden justicia o los dirijo hacia otro lado, para no mirarlos?
Acompañar. En estos años, el Centro Astalli ha hecho un camino. Al principio ofrecía servicios de primera acogida: una mesa, una cama, una ayuda legal. Después aprendió a acompañar a las personas al buscar trabajo y en la inserción social. Y por ello propuso también actividades culturales, para contribuir a hacer crecer una cultura de la acogida, una cultura del encuentro y de la solidaridad, a partir de la tutela de los derechos humanos. La sola acogida no basta. No basta con dar un bocadillo si no se acompaña con la posibilidad de aprender a caminar con las propias piernas. La caridad que deja al pobre como está no es suficiente. La misericordia verdadera, la que Dios nos da y nos enseña, pide la justicia, pide que el pobre encuentre el camino para no seguir siéndolo. Pide – y nos lo pide a la Iglesia, a la ciudad de Roma, a las instituciones – que nadie tenga más necesidad de una mesa, de un alojamiento, de un servicio de asistencia legal para que se reconozcan su derecho a vivir, a trabajar, a ser plenamente persona. Adam ha dicho: “Nosotros los refugiados tenemos el deber de hacer lo que esté de nuestra parte para integrarnos en Italia”. Y esto es un derecho: ¡la integración! Y Carol ha dicho: “Los sirios en Europa sienten la gran responsabilidad de no ser un peso, queremos sentirnos parte activa de una nueva sociedad”. ¡También esto es un derecho! Esta responsabilidad es la base ética, es la fuerza para construir juntos. Me pregunto: ¿acompañamos este camino?
Defender. Servir, acompañar quiere decir también defender, quiere decir ponerse de parte del que es más débil. ¡Cuántas veces elevamos la voz para defender nuestros derechos, pero cuántas veces somos indiferentes hacia los derechos de los demás! ¡Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quien – como vosotros – ha sufrido y sufre, quien ha visto pisoteados sus derechos, de quien ha vivido tanta violencia que ha sofocado incluso el deseo de tener justicia!
Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no se confíen sólo a los “especialistas”, sino que sean una atención de toda la pastoral, de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos, del compromiso normal de todas las parroquias, los movimientos y las agregaciones eclesiales. En particular – y esto es importante y lo digo de corazón – en particular quisiera invitar a los Institutos religiosos a leer seriamente y con responsabilidad este signo de los tiempos. El Señor llama a vivir con más valor y generosidad la acogida en las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos… Queridísimos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con generosidad y valor la acogida en los conventos vacíos. Ciertamente no es sencillo, hace falta criterio, responsabilidad, sino que hace falta también valor.
Hacemos mucho, quizás seamos llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión lo que la Providencia nos ha dado para servir. Superar la tentación de la mundanidad espiritual para estar cerca de las personas sencillas y sobre todo de los últimos. ¡Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de forma concreta!
Cada día aquí y en otros centros, muchas personas, sobre todo jóvenes, se ponen en fila para recibir una comida caliente. Estas personas nos recuerdan sufrimientos y dramas de la humanidad. Pero esa fila también nos dice que hagamos algo, ahora, todos, es posible. Basta llamar a la puerta y decir. “Aquí estoy, ¿cómo puedo dar una mano?”.