Francesca Pedrazzini murió “segura de Jesús, curiosa de ver que sucederá”. Desde entonces su historia cambia a quien la escucha“He tenido el privilegio de ver a mi mujer realizada”. Vincenzo Casella tiene cuarenta años y es abogado. En el 2000 se casó con Francesca Pedrazzini, profesora de derecho. Juntos tuvieron tres hijos: Cecilia, Carlo y Sofía. El 23 de agosto del 2012 Francesca murió a causa de un cáncer, tras una recaída grave e imprevista de una enfermedad diagnosticada dos años y medio antes.
Treinta meses de angustia (“Para mí, sobre todo por mi marido, mis hijos, mi familia, es algo que no puedo superar”, escribió en un mail), pero sobre todo de certeza: “Ella dijo que sí, se abandonó a Jesús”, dice su marido.
De su historia, que continúa transformando a las personas que la escuchan, nació el libro No tengo miedo, escrito por Davide Perillo, director de la revista de Comunión y Liberación Tracce.
“Se ha ido al paraíso bronceada” repite el marido. “Habíamos vuelto hacía poco de pasar las vacaciones en Grecia; a pesar de la terapia durísima, Francesca quería disfrutar de su familia”.
Vincenzo recuerda esos momentos todavía lleno de estupor: sin duda es lo más bello que le ha pasado en la vida. “Un milagro que no te puedes quitar de encima” dice.
“Cuando los médicos me dijeron que le quedaban pocos días de vida caí en un estado de angustia terrible. No podía decírselo, temía que se derrumbara. Y yo con ella.
Mientras me esforzaba en encontrar las mejores palabras para decírselo, ella me miró y me dijo: “Vince, ven aquí”. Me senté. “Mira, tienes que estar tranquilo”, continúa ella. “Yo estoy contenta. Estoy en paz, estoy segura de Jesús. No tengo miedo. Todo lo contrario, estoy nerviosa y siento curiosidad de ver lo que sucederá”.
Francesca era un río de vida: pidió que se le enterrase en Chiaravalle, recomendó que su hija fuese inscrita en la escuela media, pidió hablar con cada miembro de su familia. “Yo estaba allí, mirándola con los ojos como platos y sin palabras”, continúa Vincenzo.
Quince minutos para cada uno, para explicar a los niños lo que estaba sucediendo: “Mirad, voy al paraíso. Es un sitio bellísimo, no os debéis preocupar. Sentiréis nostalgia, lo sé. Pero yo os veré y os cuidaré siempre. Y os lo pido, por favor, cuando vaya al paraíso tenéis que hacer una gran fiesta”.
Los hijos le tomaron la palabra: Sofía, la más pequeña, el día después de muerte le preguntó a su padre: “¿Cuándo hacemos la fiesta?”. Él, cogido por sorpresa, responde: “Es mañana, el funeral”.
Explica Vincenzo: “Ha hecho una cosa que vale cincuenta años de educación de una madre”. Ha dejado una certeza que destruye todos los límites, todo lo que un padre puede comunicar a sus hijos.
Ahora, la presencia de Francesca está todavía vivía, la certeza mas límpida, la fe más sencilla: “En estos meses mucha gente ha venido a preguntar sobre mi mujer, me han pedido que transmita mi testimonio. Después surgió la posibilidad del libro. Digo que sí a lo que el Señor hace en mi vida, como mi mujer. Algunos me dicen: “Perdona si te hacemos hablar de esto, sé que es duro porque cada vez la herida se reabre”.
“Muchos piensan que para superar es necesario olvidar, pero para mí ha sido justo al contrario: más tengo presente esta experiencia, más paz tengo”.