Una reflexión sobre la Asunción de la Virgen, de la mano de Chiara Lubich
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Hay una escena cinematográfica que se me antoja como maravillosa expresión de la contemplación de María. Mel Gibson, en su “Pasión de Cristo”, se toma la licencia de tomar unas expresiones de Jesús y cambiarlas de lugar en el relato evangélico. Es cuando llevando la cruz acuestas encuentra a su Madre.
La puesta en escena es inmejorable. Se nos presenta al discípulo amado, a Juan, accediendo a la petición de María de llegar a donde está Jesús. Callejeando le lleva por fin, tras haber podido verle pasar de lejos, a su lado, en una auténtica encrucijada. Jesús se postra ante ella, sin dejar la cruz, y sollozando, llorando y musitando una sonrisa a la vez, le dice: “Ya ves Madre, como hago nuevas todas las cosas”.
En esta escena yo ya veo dicho todo lo que tendría que decirse sobre “La Virgen María, madre de la Humanidad Nueva”. Porque allí esta ella, la madre de Jesús, que sigue “dándole” al mundo, compartiendo el dolor infinito del amor de Dios, en el momento supremo de la redención. Y porque allí está la Nueva Humanidad, en su Hijo, y por él, en todos nosotros, porque por nosotros, en el misterio de su pasión, muerte y resurrección, ha hecho nuevas todas las cosas.
A pocos días de la fiesta de la Asunción de María a los cielos, que mejor que acercarse a ella un poco, y contemplarla a ella, porque, como decía Chiara Lubich, fundadora de la Obra de María:
“María es demasiado sencilla y está demasiado cerca de nosotros como para ser contemplada. Ella es cantada por corazones puros y enamorados que expresan, así, lo mejor que hay en ellos. Trae lo divino a la tierra, suavemente, como un plano inclinado que desde la inmensa altura de los Cielos desciende a la infinita pequeñez de las creaturas. Es la Madre de todos y de cada uno, la única que sabe balbucearle y sonreírle a su niño, de una manera tal que cualquiera, por pequeño que sea, puede gozar de esas caricias y responder con su amor a ese amor”.
“A María no se la comprende, porque está demasiado cerca de nosotros. Destinada desde toda la eternidad a traer a los hombres las gracias, divinas joyas del Hijo, está junto a nosotros y espera, siempre paciente, que advirtamos su mirada y aceptemos su don. Si alguno, para su dicha, la comprende, Ella lo transporta a su reino de paz, donde Jesús es Rey y el Espíritu Santo es el aliento de ese Cielo” (Chiara Lubich: 27).