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Los mercados y el Alzheimer: la ausencia de conCiencia y la fuga de cerebros.

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César Nebot - publicado el 02/08/13

Si no hay una responsabilidad de los gestores económicos ante las consecuencias sociales, no aprenderemos como sociedad

Sergio sólo tenía nueve años cuando su abuelo olvidó para siempre su nombre. No entendía cómo una enfermedad que apenas sabía pronunciar podía borrar esa chispa en la mirada de su abuelo que tantas veces le había servido de refugio.  Mirada que se apagaría para siempre cuatro años más tarde. El día del funeral, Sergio confesaba a Antonio, su amigo de la infancia, el deseo de descubrir cómo curar el Alzheimer para que sus futuros nietos no sufrieran la muerte en vida de su abuelo. Ese día, había brotado la vocación de un investigador.

Sergio se mostró incansable y brillante en sus estudios, su vocación científica y la voluntad de ayudar a los demás era la brújula de tanto esfuerzo. El verano en el que a su amigo Antonio le quedaron dos asignaturas, Sergio le ofreció su ayuda  y se quedó preocupado y decepcionado por la decisión de Antonio de entrar a trabajar en la construcción.  Pensaba que a pesar de lo bien remunerado, ese camino le iba a costar caro tarde o temprano.

Sergio continuó por su camino de estudio y sacrificio. A golpe de becas y clases particulares consiguió costearse la carrera y acabó por doctorarse en Neurociencia.  Su excelente currículum le permitió entrar como becario en un centro de I+D en Madrid puntero a nivel mundial sobre el estudio del  Alzheimer.  A pesar de la ilusión de una oportunidad así, más de una vez lamentaba lo poco reconocida que estaba la investigación en España. Su amigo Antonio había llegado a cobrar más del triple de su exiguo sueldo que no le permitía ni una mínima estabilidad ni un futuro familiar. “¿Había hecho bien en estudiar tanto?” La frase le martilleaba de vez en cuando, pero recordaba la mirada de su abuelo y recobraba fuerzas.

Con el estallido de la burbuja inmobiliaria del 2007 y de las sucesivas crisis financiera del 2008, de la deuda soberana, del déficit y del euro vio cómo, poco a poco, los planes de vida de amigos y compañeros comenzaron a resentirse de forma grave. Lamentó profundamente el calvario de Antonio al perder su empleo, su casa y la esperanza de un futuro mejor para su familia. Alguien le hizo creer que disponer de formación le permitiría superar sin problemas la crisis; tal vez en Europa, pero en España eso no era tan cierto.

En el 2012, el ministro de economía, el Señor de Guindos, consideró que la inversión en I+D+i debía dar una rentabilidad inmediata y bajo esa premisa tuvo a bien recortar subvenciones en aras de una mayor eficiencia. Muchos proyectos de investigación se vieron truncados  y, al cabo de unos meses, obsoletos. Cientos de millones de inversión pública tirados a la basura. Algunos centros de investigación tuvieron que cerrar. El contrato de Sergio se quedó en el limbo de las no renovaciones. Al final, para seguir con su vocación, tuvo que emigrar a Alemania a mal vivir con un minijob. En el viaje en tren, mientras hojeaba su agenda por la página en blanco del mes de abril, pensó qué sentido tenía un país que entiende como eficiente recortar en I+D y que llama movilidad geográfica de la mano de obra a la emigración de la generación con mayor capital humano de su historia. “¿Qué me diría el abuelo?” Cerraba los ojos y recordaba aquella mirada de ternura. Pensó si un día tendría nietos y si podría mantener hasta sus últimos días esa mirada con ellos.

Como en el artículo anterior sobre la historia de Antonio, la penuria de muchos como Sergio está inevitablemente conectada a los excesos de unos cuantos a través de los mercados que permiten un telón de anonimato. Restaurar la línea de responsabilidad entre las acciones económicas y sus consecuencias sociales resulta imprescindible para la recuperación y el aprendizaje sobre nuestros errores como sociedad.

Hace unos diez años, recuerdo que un alumno nada brillante y bastante prepotente vino a alardear de su primer millón de euros conseguidos de la noche a la mañana mediante una operación de especulación que le había preparado su papá con la compraventa de una nave industrial. Era la cultura del pelotazo. Aunque lo típico ante tal anuncio era poner el acento en la suerte y la cantidad de dinero del pelotazo, me limité a preguntarle si creía que su aportación en esa operación se correspondía con esa cantidad. Simplemente no me entendió, ni era capaz… y, por aquel entonces, ni falta que le hacía.

Me quedé pensativo: si alguien tan poco preparado podía ganar esa cantidad de dinero tan rápido, mucha gente preparada y competente se iba a quedar sin recursos tarde o temprano para desarrollar su tarea y generar valor añadido social. Y es que existe una realidad económica simple de base, si se da un crecimiento económico sin aumentos en productividad y sin aportar un valor añadido real, el crecimiento no es real, simplemente se hace a crédito; el problema es sobre qué espaldas recaerá tener que devolver ese crédito. Aunque el tiempo y los mercados acaban por desdibujar la línea de responsabilidad entre aprovechado y víctima, no me cabe duda de que el desvío sistemático de millonesde eurosa personajes de baja o negativa productividad que hoy copan las portadas ha conllevado la limitación de recursos para educación, investigación, desarrollo e innovación que son las fuentes que sustentan el crecimiento económico a largo plazo.

Pero para mayor sinsentido, el Gobierno actual consideró en abril del 2012 que uno de los ajustes imprescindibles consistía en reducir las partidas dedicadas a I+D+i de los 8.600 a los 6.400 millones de euros, un recorte de un 25%, entre el doble y el triple de lo recortado en términos promedio en todos los Presupuestos Generales del Estado. El ministro de Economía y Competitividad, el señor Luis de Guindos, argumentó que el recorte era necesario para  alcanzar una mayor eficiencia; eliminar subvenciones públicas a la investigación e innovación abría el paso a la inversión privada.

Por una parte, cualquier economista sabe de sus cursos de microeconomía que la provisión en el mercado de inversión privada para la investigación es insuficiente e ineficiente porque acarrea externalidades positivas sobre la actividad económica y, por lo tanto, requiere ser subvencionada para alcanzar el óptimo social. Sustraer financiación pública no va a implicar, como hemos visto estos meses, una mayor inversión privada en investigación. Por otra, desde un punto de vista macroeconómico, los modelos de crecimiento señalan a la I+D como uno de los motores principales de crecimiento a largo plazo y los datos muestran que España invierte muy poco en I+D, casi un 40% menos que el promedio de la Zona Euro, un 50% menos que en Alemania y un 60% menos que en Japón. (Gráfico 1 y 2) Sacar a España de la crisis reduciendo de forma tan drástica las dotaciones presupuestarias en I+D+i resulta cuanto menos absurdo e impropio que un Ministerio que se denomina de Economía.

Es decir, el crecimiento a crédito vía especulación que propiciaron y del que se beneficiaron personajes y políticos de productividad nula se tradujo en una pelota de activos tóxicos para cuyo saneamiento se pidió un rescate a Europa. Este rescate implicó unos recortes en educación, sanidad e investigación, sectores claves para el futuro crecimiento real de nuestra economía. Para colmo, hoy día esas ayudas ya se dan por perdidas, aunque aseguraron que la banca pagaría el saneamiento. ¡Enhorabuena a los premiados! han sido agraciados con un drenaje de caudales públicos y los correspondientes indultos en su caso.

Y bajo la excusa del funcionamiento de los mercados, además de diluir responsabilidades y mirar a otro lado mientras la buena gente sufre las consecuencias, se da otro elemento preocupante: Un desprecio sutil por el esfuerzo de todos frente a los intereses privados.

Imaginemos que unos compañeros de trabajo pusieran cada uno un euro diario en un bote. Si al cabo de diez años alguien viniera de fuera y se pretendiera llevar el bote, claramente se lo impedirían incluso haciendo uso de la fuerza. Sin embargo, buenos investigadores españoles con un gran capital humano invertido mediante recursos públicos, pagados con los impuestos de todos, se van a otros países, y ni nos preocupa. Vienen a reclutarlos y encima les aplaudimos. Para colmo, hay quien desde una ignorancia sin precedentes lo atribuye a la bondad del mercado de propiciar la llamada movilidad geográfica.

Parece que la desconexión entre el sentido de lo propio y lo público hace que la mirada del español de a pie quede anestesiada con las burdas explicaciones que se pretenden desde una visión sesgada y errónea del mercado. Hasta parece natural que salgan tres ministros y el presidente del gobierno a manifestar su rechazo público en los medios por la expropiación de una empresa privada como Repsol YPF que dispone de 43 domiciliaciones en paraísos fiscales mientras que la expropiación de la filial de Red Eléctrica Española en Bolivia no suscitó más que un breve comentario del Ministro de Fomento de “No es lo mismo” Claro que no, Red Eléctrica Española es un 20% pública, de todos los españoles, y Repsol es enteramente privada.

Así pues, investigadores con talento como Sergio, formados con dinero público, pero sin futuro dentro de nuestras fronteras, huyen de este país para labrarse un futuro. Unos conseguirán continuar con sus investigaciones y serán reconocidos por su contribución a la Ciencia. Otros no encontrarán equipos de investigación donde aglutinar sus esfuerzos y toda la inversión que hicimos en ellos se irá depreciando, perdiendo. Mientras tanto aquí, los agraciados por los sorteos nacionales del pelotazo y exculpados por el anonimato de los mercados, tal vez un día, despierten y no recuerden sus actos porque una enfermedad sin todavía cura, de nombre impronunciable para sus nietos, les habrá borrado parte de sus vidas y su poca conciencia. 

Tags:
economía
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