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Pedir al Señor la gracia de un corazón que sepa amar y no se desvíe con tesoros inútiles. Este ha sido el corazón de la homilía que pronunció el papa Francisco el 21 de junio de 2013 en la Casa Santa Marta.
La búsqueda del único tesoro que nos podemos llevar más allá de la muerte es la razón de ser de un cristiano.
Es la razón de ser que Jesús explica a los discípulos en la cita del Evangelio de Mateo: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”.
Tesoros arriesgados
El problema, explica el Papa, está en la confusión de las riquezas. “Hay tesoros arriesgados” que seducen pero “que debemos abandonar”, aquellos acumulados durante la vida pero que la muerte hace vanos.
Constató con leve ironía el Papa: “nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre, nunca”.
Las verdaderas riquezas que perduran
Pero existe un tesoro que “podemos llevar con nosotros”, un tesoro que nadie puede robar, que no es –afirma- “lo que hemos ahorrado”, sino “lo que hemos dado a los demás”.
“Este tesoro que nosotros hemos dado a los demás, es lo que nos llevamos. Este será nuestro mérito –entre comillas, porque es ¡el ‘mérito’ de Jesús en nosotros!
Es lo que debemos llevar. Es lo que el Señor nos deja llevarnos. El amor, la caridad, el servicio, la paciencia, la bondad, la ternura, son tesoros bellísimos: los que podemos llevarnos. Los otros, no”.
Por tanto, como asegura el Evangelio, el tesoro que vale a los ojos de Dios, es el que desde la tierra se acumula en el Cielo.
Corazón inquieto
Pero Jesús, revela el papa Francisco, va un paso más allá: vincula el tesoro al “corazón”, crea una “relación” entre los dos términos. Esto, añadió, porque nuestro corazón es “un corazón inquieto” que el Señor “ha hecho así para que lo busquemos a Él”.
“El Señor nos ha metido esta inquietud en el corazón para que le busquemos, para encontrarlo, para crecer.
Pero si nuestro tesoro es un tesoro que no está cercano al Señor, nuestro corazón se inquieta porque esto no es bueno, no funciona con estos tesoros…
Tanta gente, también nosotros nos inquietamos… Por tener esto, por llegar a algún sitio, al final nuestro corazón se cansa, nunca se llena: se cansa, se vuelve vago, se convierte en un corazón sin amor.
El cansancio del corazón. Pensemos en ello.
¿Qué tengo yo? ¿Un corazón cansado, que solo quiere apañarse con tres o cuatro cosas, una cuenta llena en el banco, y dos o tres cosas más o un corazón inquieto, que busca siempre las cosas que no puede tener, las cosas del Señor? A esta inquietud del corazón hay que atenderla siempre”.
El corazón, origen del mal o del bien
En este punto, prosigue el papa Francisco, Cristo nos llama la atención sobre el “ojo”, que es el símbolo de “la intención del corazón” y que se refleja en el cuerpo: un “corazón que ama” hace que el cuerpo sea “luminoso”, un corazón “malo” lo oscurece.
De este contraste, luz-tinieblas, destaca el Papa, depende “nuestro juicio sobre las cosas”, como, por otro lado, demuestra el hecho que de “un corazón de piedra”, “cogido a un tesoro de la tierra” –a un “tesoro egoísta” que puede convertirse también en un tesoro “del odio”- vienen “las guerras…”.
Por eso, reza finalmente el Papa, por intercesión de san Luis Gonzaga, pidamos la “gracia de un corazón nuevo”, un “corazón de carne”.
“Que todos estos pedazos del corazón que son de piedra, el Señor los haga humanos, con esta inquietud, con el ansia buena de seguir adelante, buscándolo a Él y dejándonos encontrar por Él.
¡Que el Señor nos cambie el corazón! ¡Y así nos salvará! Nos salvará de los tesoros que no pueden ayudarnos a encontrarnos con Él, en el servicio a los demás, y también que nos dé luz para conocer y juzgar según el verdadero tesoro: su verdad.
Que el Señor nos cambie el corazón para buscar este verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no en personas de tinieblas”.
© Radio Vaticano