Con su ejemplo y sus palabras, puede ayudar a asimilar la reforma litúrgica del Vaticano IIEl Papa Francisco puede ayudar a asimilar todo el pensamiento litúrgico del Vaticano II, tanto con su ejemplo como sus palabras, especialmente las que dirija a los obispos, afirma el director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona, Jaume González Padrós.
En la siguiente entrevista, González Padrós señala que la reforma litúrgica ya ha finalizado y ahora hay que profundizar todo lo dispuesto en el concilio.
También destaca la necesidad de una educación a la liturgia por parte de los bautizados para que puedan recibir todo el provecho espiritual en las celebraciones.
El instituto superior de liturgia que dirige el experto, el único de este tipo en lengua castellana y uno de los cuatro existentes en Europa (junto a los de París, Padua y Roma), organiza la 35ª edición de su curso de verano, que este año se celebrará del 1 al 5 de julio en la abadía de Montserrat con el tema “La liturgia: oración de la fe”.
Explicado breve y sencillamente: ¿qué es la liturgia?
La sagrada liturgia acerca hacia nosotros las obras redentoras que el Padre ha realizado por medio del Hijo encarnado, Jesucristo, en la fuerza siempre presente del Espíritu Santo.
Así, después de Pentecostés, los discípulos de Cristo podemos acoger la redención a través del contacto con la santa Humanidad del Hijo, y llenarnos de la gracia de la salvación.
No importa el lugar, el tiempo, la cultura o los méritos propios. Las acciones litúrgicas, por la obra del Santo Espíritu, nos recuerdan y hacen presente la redención de Cristo a través de sus palabras y acciones, y de forma eminente, por su muerte y resurrección.
Gracias a la sagrada liturgia los seres humanos podemos glorificar perfectamente a Dios en nuestra vida y recibimos el don más precioso, por el que fuimos creados: la divinización. Es por ello que el Vaticano II nos recuerda que la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.
¿Qué función tiene la liturgia en la nueva evangelización?
El pasado 22 de mayo el Instituto Superior de Liturgia de Barcelona organizó una Jornada de estudio para reflexionar sobre el rol que tiene la liturgia en la evangelización.
Los ponentes nos llevaron a la comprensión de que ella es cumbre y fuente de la obra evangelizadora, como de toda la vida cristiana, ya que toda acción apostólica se orienta a llevar a los hombres hacia la comunión trinitaria a través de los sacramentos en la santa Iglesia.
Y, a la vez, en este misterio de comunión, la liturgia aparece como la fuente indispensable y necesaria de todas las gracias, de toda la fuerza eclesial para vivir una vida de fe y caridad según el evangelio del Señor.
En esta sintonía, dos aspectos quedaron especialmente clarificados en la Jornada: celebrar en fidelidad a los libros litúrgicos vigentes, en una serena y humilde eclesialidad, es una gran fuente de evangelización para quienes participan en las acciones sacramentales, y en segundo lugar que, en las celebraciones exequiales, hay un gran potencial evangelizador, ya que en ellas se proclama el núcleo más decisivo de la fe, no sólo con palabras, sino también con los gestos rituales que inciden profundamente en la mente y el corazón del ser humano.
¿En qué punto se encuentra la reforma litúrgica, 50 años después de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium?
El beato Papa Juan Pablo II ya dijo que la reforma litúrgica se daba por finalizada. Los libros litúrgicos han sido publicados y ya no estamos en la misma situación que cincuenta años atrás.
Nuevas generaciones de sacerdotes y de fieles laicos han aparecido en la escena de la Iglesia y ellos ya no han conocido la liturgia anterior al Vaticano II.
No podemos -nos decía el papa- seguir hablando de reforma. Ahora se impone la profundización de todo lo dispuesto, ahora se impone vivir cada acción litúrgica como un momento privilegiado de espiritualidad específicamente cristiana.
Por desgracia, en estas cinco décadas, no todo ha sido fidelidad a la voluntad conciliar: inventos fantasiosos en lo más sagrado, nostalgias tradicionalistas excluyentes, etc.
Ello ha entorpecido la obra de reforma y fomento de la sagrada liturgia que quería el Vaticano II, así como lo manifestaron los papas Juan XXIII y Pablo VI.
Sin embargo, lo que es de Dios no puede ser vencido o anulado. Por ello, y con el auxilio precioso del ministerio petrino del gran Juan Pablo II y del no menos grande Benedicto XVI, muchos, especialmente las nuevas generaciones de sacerdotes y personas de vida consagrada, hemos comprendido la voluntad del Concilio en cuanto a la sagrada liturgia y estamos en
disposición de vivirlo, con la ayuda de la gracia del Señor.
¿Cómo cree que influirá el pontificado de Francisco en la liturgia de la Iglesia católica?
Desde principios del siglo XX con el llamado Movimiento Litúrgico, ha ido aumentando el conocimiento de la liturgia desde todas sus dimensiones: la teológica, la histórica, la pastoral, la espiritual.
El magisterio pontificio, antes y después del Vaticano II, y los mismos documentos conciliares, son de una profundidad magnífica en cuanto a contenido y comprensión de la liturgia.
Así mismo, los teólogos que, durante el siglo pasado y éste, se han dedicado a reflexionar sobre la sagrada liturgia como una realidad claramente teológica, han hecho –y están haciendo- una labor estupenda.
Estrictamente hablando, pues, no hay vacíos en doctrina ni en teología, entendida ampliamente, por lo que respecta a la liturgia, a día de hoy.
Lo que resulta necesario es, sí, estimular a la asimilación de todo este depósito de pensamiento litúrgico, para que se traduzca en las celebraciones sacramentales concretas y, realmente, llegue a ser, para todo bautizado, la fuente de su vida cristiana.
Creo, pues, que podemos esperar que el papa Francisco nos ayude a ello, estimulando y urgiendo esta asimilación de la que hablaba, tanto con su ejemplo –como han hecho todos sus predecesores- como con sus palabras, especialmente aquellas que pueda dirigir a los obispos de todo el mundo, los cuales son los primeros responsables de la vida litúrgica en sus Iglesias particulares.
¿Hay que hacer la liturgia más comprensible para las personas de hoy o son las personas las que deben prepararse para entenderla?
Uno de los propósitos del Concilio Vaticano II, al reformar los libros litúrgicos, fue el de eliminar barreras entre el santuario, allí donde ofician los ministros sagrados, y la asamblea, para que la participación no se viese obstaculizada por ritos complicados e innecesarios, y por palabras de difícil comprensión, ya sea a causa de la lengua o de los conceptos expresados.
Hay, pues, en la mente conciliar, una voluntad de simplificación, en aras, como hemos dicho, de una más directa participación.
Alguien afirma que, en esta querida simplicidad, se puede entrever una cierta ingenuidad e, incluso, temeridad, a causa, quizás, de un conocimiento insuficiente de la misma antropología, ya que el rito es una realidad humana que no está al alcance de todos para ser dominado o alterado; sus raíces son demasiado profundas en el corazón y la mente humana.
Con la perspectiva que da el paso del tiempo, algunos artífices de la reforma incluso llegaron a preguntarse si no se habían cambiado demasiadas cosas sobre la mesa de un despacho; quizás faltó trabajo de campo.
No obstante, a pesar de la simplificación actuada, ahora nos damos cuenta de que sigue siendo necesaria una formación, una educación a la liturgia por parte de los bautizados, para que todo el lenguaje de la sagrada liturgia, tanto el verbal como el no verbal, sea un universo lleno de sentido para los fieles y puedan moverse en él con provecho espiritual.
No ha sido suficiente eliminar ritos prescindibles e introducir la lengua vernácula. Todo ello ha ayudado no poco, pero, como decimos, sigue siendo vigente la necesidad de que las personas se preparen para una participación consciente y activa.
El Vaticano II afirma que la dedicación a hacer eso posible es «una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios», es decir, de los ministros sagrados (cf. SC 19).
Hacer la liturgia a nuestro tamaño nos haría cada vez más pequeños e insignificantes espiritualmente; sería un camino decadente.
Lo único que realmente tiene nobleza y futuro, ajustado a la dignidad de la persona humana, es que nos ayudemos unos a otros para llegar a la altura donde la sagrada liturgia nos ofrece la comunión con el Dios tres veces Santo.