En su primera Misa como Papa alertó de la tentación de la Iglesia de rezar al Demonio, durante la fiesta de Pentecostés oró para liberar a un peregrino mexicano del mal,… ¿Por qué?
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En su primera misa como Papa la tarde del 14 de marzo, Francisco afirmó que “el que no reza al Señor, reza al diablo” porque “cuando no se confiesa a Jesucristo se confiesa la mundanidad del demonio”.
De esta manera, apuntaba a una tentación muy actual para la Iglesia: la de alejarse de Cristo Crucificado y volverse mundana. Y lo hacía hablando del Demonio, con la misma naturalidad con la que impuso las manos a un peregrino mexicano el 19 de mayo y oró para que fuera liberado del mal, un gesto que dio la vuelta al mundo.
Para el teólogo Joan Antoni Mateo, profesor del Instituto de Teología Espiritual de Barcelona y del Instituto Santo Tomás de la Fundación Balmesiana, y miembro de la Sociedad Mariológica Española, la acción diabólica sigue presente en el mundo, y no es extraño que aumente, “pues cuando disminuye la fe en el Dios verdadero el hombre queda abandonado a sí mismo y a muchas manifestaciones del mal, sin excluir al mismo Maligno directamente”.
Para mantener lejos al Maligno, Mateo señala en la siguiente entrevista la escucha de la Palabra de Dios, la oración, los sacramentos y la práctica de la caridad.
¿El Papa Francisco tiene un interés especial en el Demonio?
El Papa, como sus predecesores, es consciente de la existencia del Maligno y, como el primer Papa (Pedro), nos advierte sobre sus intenciones y nos invita a "resistirle fuertes en la fe". El Demonio quiere hacernos perder la fe, confundir nuestra mente en la percepción del bien y del mal y hundirnos en el desaliento. Tentaciones muy actuales en la difícil situación que estamos viviendo.
Por esto, Francisco, sin obsesionarse por el tema pero sin ocultarlo, habla con naturalidad del Maligno, siempre desde el horizonte de la fe que nos hace saber que Cristo lo ha vencido y que nosotros, unidos a Cristo en la fe y la caridad, también le derrotaremos.
Me llama la atención una primera reflexión del Papa Francisco en la que advertía que si la Iglesia no se mantenía en su confesión de Cristo Crucificado, se volvía una Iglesia mundana, incapaz de generar esperanza, y entonces se "rezaría al Diablo", citando a Leon Bloy. Me parece una tentación muy actual que hay que discernir en la fe y combatir con la oración.
¿Por qué cree que lo que sucedió con un joven mexicano al que le impuso las manos y sobre quien hizo una oración ha suscitado tantos comentarios? ¿Cómo interpreta usted ese gesto?
Parece que el Papa no hizo ningún exorcismo estrictamente dicho con esta persona, pero si interpretamos su gesto correctamente, el Papa quiso orar a Dios para que esta persona fuera liberada del mal y esto, en sentido amplio, tiene un sentido claramente exorcístico, pues podemos llamar también "exorcismo" a toda forma cristiana de combatir el mal en sus diferentes facetas,
¿Las posesiones diabólicas han aumentado en los últimos años?
Dicen los expertos que en ciertas partes del mundo se advierte una creciente acción diabólica. No me extraña pues cuando disminuye la fe en el Dios verdadero el hombre queda abandonado a sí mismo y a muchas manifestaciones del mal, sin excluir al mismo Maligno directamente. No olvidemos que Jesús nos enseñó a pedir al Padre "líbranos del Maligno".
La asignación del ministerio de exorcista a varios sacerdotes por parte de muchos obispos parece confirmar esta impresión.
¿Tendría que haber más exorcistas? ¿A qué realidad responde el interés del arzobispado de Madrid por nombrar más sacerdotes para realizar este servicio?
No me cabe duda que la decisión de monseñor Rouco [arzobispo de Madrid] responde a la voluntad de una atención pastoral especializada a muchas personas que la requieren.
Cada diócesis debería tener un sacerdote debidamente preparado para este delicado ministerio aunque no es preciso, y a veces ni es conveniente, que se publique el nombre del exorcista.
¿Cómo se puede mantener lejos al Demonio?
Con una fe viva que se alimenta de la escucha atenta y constante de la Palabra de Dios, con la oración y los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia y con una práctica generosa de la caridad.
