Los desafíos de la Iglesia según el card. Rodríguez Maradiaga

“El Oscar color púrpura” es el título del libro de Enzo Romeo que tiene como protagonista al cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, uno de los purpurados elegidos por el Papa Francisco para formar parte del grupo que deberá aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia y en la reorganización de la curia.

Nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II el 2 de febrero de 2001, el salesiano Rodríguez Maradiaga es un enamorado de su vocación. Para él, escribe Romeo, el sacerdocio “no es un simple título, ni un mero servicio eclesial prestado a la comunidad, como un funcionario delegado por la misma y que puede renunciar a este encargo cuando desee. Para él “el misterio del sacerdocio de Cristo es uno de los más grandes signos de amor de Dios hacia la humanidad”.

“Ser otro Cristo”, observó el cardenal, “quiere decir experimentar la obra divina, participando en los misterios de Dios y asumiendo las miserias de la humanidad para dar vida nueva”. No es casualidad que en su escudo episcopal aparece el lema “Mihi vivere Christus est”, y en el fondo azul destaca una estrella, que representa a María, la que inspiró al sacerdote la fidelidad a su ministerio.

“A través de María el sacerdote puede obtener los dones de la pureza y de la abnegación, de la perseverancia y de la fidelidad, y comprender toda la belleza, la alegría y la fuerza de un ministerio vivo, llevado a cabo sin reservas y con generosidad al servicio de Dios y de los hermanos. María nos ayuda a decir sí a la voluntad del Señor siempre, también cuando su palabra es exigente, incomprensible y a veces dolorosa”.

¿Cuáles son para el cardenal las urgencias principales para la Iglesia de hoy? Antes que nada la formación, entendida como la educación en general, cuya ausencia, según su opinión, es el origen de la pobreza. Aliviando la pobreza “comienza el progreso, comienza la paz”, que como formación cristiana, uniendo fe y vida cotidiana, pero también una política, una economía y una globalización inclusiva, que respeten a los pobres.

La globalización del proyecto inicial del Señor está relacionada con la universalidad en la comunión, observa el cardenal. “Creo que la perspectiva católica debe incluir la globalización de los derechos y de la dignidad humana. Si nos detenemos en la globalización del dinero, de la tecnología y del poder, entonces habremos traicionado a nuestra fe”; “sólo si nos reconocemos finalmente como una sola raza, podremos hacer de la globalización de la solidaridad un instrumento para el crecimiento de todo ser humano”. Del mismo modo, es necesario promover la familia, verdadera escuela de paz, y las vocaciones a la vida consagrada.

La oposición del cardenal a los narcotraficantes colombianos, que usan Honduras como etapa en la ruta de la droga, le ha valido al purpurado la amenaza de muerte. “No tengo miedo”, declaró. “Tengo ya el visado en el pasaporte y estoy listo para partir en cuanto el Señor me quiera llamar”.

Antes de entrar a formar parte en el grupo que tiene que aconsejar al Papa Francisco, el purpurado había destacado la necesidad de incrementar la colegialidad, es decir la descentralización del poder vaticano. Podrá llevar adelante sus propósitos para hacer que la Iglesia esté cada vez más cercana a las personas y que sea consciente de representar una autoridad moral en todo el mundo. Un aspecto, indicó, “del que a veces ni el clero es realmente consciente”.