Según un estudio reciente, Sudamérica es el continente más feliz.
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Entre las muchas Jornadas instituidas a nivel internacional, el 20 de marzo se celebra una especialmente esperanzadora: la de la felicidad.
Curiosamente, según un estudio de Gallup hecho público el pasado mes de enero, Sudamérica es la región más feliz del mundo en términos globales: ocho de cada diez personas felices en el mundo viven en América Latina. Señal de que el bienestar material no es la principal causa de la felicidad.
En su mensaje para la primera celebración de la Jornada, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, exhortó a “reforzar nuestros esfuerzos para un desarrollo humano inclusivo y sostenible y para renovar nuestro compromiso de ayuda a los demás. Cuando contribuimos al bien común, nosotros mismos nos enriquecemos. La compasión promueve la felicidad y ayudará a construir el futuro que deseamos”.
Todo el mundo, ha destacado el secretario general, aspiran a tener “una vida feliz y realizada, sin miedo y pobreza, y en armonía con la naturaleza” pero el bienestar material fundamental “es todavía inalcanzable para demasiadas personas que viven en extrema indigencia” y sufren la “amenaza constante” de “crisis socio-económica, violencia y crimen, degradación ambiental y una creciente amenaza de cambio climático”.
La felicidad es un concepto fundamental en el catolicismo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, de hecho, las bienaventuranzas descritas por Jesús en el llamado discurso de la montaña “responden al innato deseo de felicidad. Este deseo es de origen divino; Dios lo ha puesto en el corazón del hombre para atraerlo hacia sí, porque sólo Él lo puede colmar” (nº 1718).
Jesús, además, nos ha revelado a Dios “como Padre amante de la vida y de la felicidad del hombre, para el que la religión cristiana no es contraria a la realización de la felicidad, incluso la promueve”. Para vivir la alegría que Jesús nos da, es necesario “compartir la comunión que Jesús tiene con el Padre, ser humildes como Él, pobres en espíritu. Quien vive conscientemente la comunión filial con el Padre, hace experiencia de alegría en medio de las tribulaciones, como Jesús” (Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús y María).
Jesús es el primero que nos quiere felices. El cristianismo, de hecho, se ha caracterizado desde el principio como el anuncio de una alegría, una alegría no sólo humana, sino divina. Como escribió el padre dominicano C. Spicq, “la característica única de la religión judeo-cristiana es la alegría” que se contrapone al pesimismo y a la desesperación en la que vivía el paganismo del siglo. La alegría del cristianismo está vinculada a su mismo mensaje: el hombre ha sido creado para la alegría, y Cristo se ha encarnado para restituir al hombre esa alegría que ha sido y está todavía arruinada por el pecado (Amigos Dominicos, 10 diciembre 2008).
Por esto, la Jornada Internacional de la Felicidad es también una invitación a los creyentes a descubrir este aspecto esencial de la fe católica, esta llamada a ser felices que Dios dirige a cada uno para que alcancemos el objetivo que desde siempre quiere para las personas.