Juan Pablo II había advertido muy duramente a EE.UU. contra ella
Hace hoy diez años, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, lanzaba sus tropas de asalto contra Irak, en la conocida como operación Nuevo Amanecer o segunda Guerra del Golfo. Una operación bélica contra el régimen de Saddam Hussein, acusado de fabricar armas de destrucción masiva, en la que participaron también el Reino Unido y otros muchos Estados, entre ellos España.
Una guerra que prometía ser rápida y efectiva, pero que duró más de nueve años, hasta la retirada de las tropas norteamericanas el 18 de diciembre de 2011. Después de más de diez años, se sabe que ni existían dichas armas, ni en Irak ha logrado establecerse un régimen democrático que Bush prometía. No sólo esto: ha dado alas al fundamentalismo islámico, desestabilizando aún el Oriente Medio, y ha provocado una sangrienta persecución contra los cristianos, víctimas fáciles del odio contra Occidente.
Los países que apoyaron la guerra pagaron también las consecuencias. La venganza por esa guerra fue la supuesta causa de sendos atentados en Inglaterra y España (11 de marzo). La publicación de material documental sobre torturas y vejaciones por parte de soldados aliados contra prisioneros iraquíes ha aumentado el resentimiento del mundo árabe y avergonzado a la opinión pública occidental.
Una encuesta reciente revela que más de la mitad de los norteamericanos considera que la guerra fue un error.
Quizás sea un buen momento recordar que el desastre ya había sido anunciado proféticamente por el Papa Juan Pablo II, una de las figuras mundiales que más firmemente se opuso contra esta guerra. Una guerra que el entonces pontífice definió como “injusta, ilegal e inmoral”, algo a lo que el tiempo ha dado la razón.
Resuenan ahora, después de diez años, los ecos del dramático llamamiento de un Papa enfermo y agotado que levantaba inútilmente su voz hasta el final para evitar in extremis el conflicto, incluso apelando al juicio de Dios sobre la conciencia de George W. Bush. Un llamamiento que no había de ser escuchado, con las trágicas consecuencias que hoy conocemos.