Un Francisco para la Iglesia del siglo XXI

Es verdad que el Espíritu Santo sorprende: el cardenal Jorge Mario Bergoglio, que según algunos medios de comunicación fue segundo en las votaciones del cónclave del que salió Benedicto XVI hace ocho años. Pero pocos lo daban como “papable” para éste. Es relativamente mayor (77 años), cuando casi todos apostaban por un candidato más joven. Es hispano (nada que hacer frente a personalidades de un Scola, de un Dolan o de un Scherer o de un Ravasi: nadie esperaba seriamente un hispano en las quinielas). Es jesuita, el único que estaba de esta congregación entre los electores.  Y ha sido precisamente él el elegido, primer papa hispano, primer papa jesuita.

No es, por supuesto, un hombre de la Curia. Viene de su archidiócesis de Buenos Aires, en un país que en estos últimos años vive grandes tensiones sociales y políticas. El cardenal Bergoglio, hijo de un ferroviario y de un ama de casa, es un hombre que sabe lo que son las dificultades.

Sus homilías y escritos muestran a un hombre sencillo que habla con sencillez y con valor, que defiende la vida inocente, preocupado por la justicia social, por la crisis económica en su país, por los problemas de la gente corriente. Preocupado por los humildes, por las madres solteras, por los judíos despreciados, por las víctimas de la trata, por el diálogo interreligioso. Preocupado por la corrupción, preocupado por las mafias y por las personas marginadas.

Y un hombre queridísimo en su país, como lo muestra un perfil de Facebook abierto en su apoyo, y que antes del conclave reunía ya casi 40.000 seguidores. En la rueda de prensa celebrada en España a las dos horas de la elección, otro jesuita, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, decía de él que “tiene el perfil de un santo”, destacando su sencillez y cercanía, durante unos ejercicios espirituales predicados a los obispos españoles en enero de 2006.

En definitiva, un moderno san Francisco. Los cardenales, contra todo pronóstico, han visto de la Providencia a un humilde Francisco para guiar a la Iglesia del tercer milenio. Como decía el propio cardenal Bergoglio en una reciente homilía, dirigiéndose a sus fieles en Buenos Aires: “Pasarán las crisis y los manipuleos; el desprecio de los poderosos los arrinconarán con miseria, les ofrecerán el suicidio de la droga, el descontrol y la violencia; los tentarán con el odio del resentimiento vengativo. Pero ellos, los humildes, cualquiera sea su posición y condición social, apelarán a la sabiduría del  que se siente hijo de un Dios que no es distante, que los acompaña con la Cruz y los anima con la Resurrección en esos milagros, los logros cotidianos, que los animan a disfrutar de las alegrías del compartir y celebrar”.

Lejos quedan ya las supuestas intrigas políticas, los acuerdos, los Vatileaks y el Banco Vaticano. Todos los temas que han hecho correr ríos de tinta en los últimos días, con especulaciones sobre el nuevo papa. Los cardenales han dado su voto. Definitivamente, el Espíritu Santo no lee la prensa (ni tiene Twitter).