Tras la muerte de un hijo, se abre un largo y duro camino de duelo para el padre y la madre. Necesitan estar bien acompañados en ese momento porque la relación corre el riesgo de no resistir un drama así.
¿Hay un sufrimiento más insoportable que la muerte de un hijo? Los padres, las parejas, las familias que han tenido que sufrir un suceso así, tan contrario al orden natural de las cosas, sufre por ello profundamente y durante mucho tiempo. Una pareja que afronta la pérdida de un hijo se arriesga a naufragar si lo hace sola, cerrada en su dolor.
El dolor de la muerte de un hijo
Un sufrimiento extremo vivido paralelamente pero impidiendo el encuentro. Eso es lo que casi les pasa a Marion y Édouard tras la muerte de su pequeña Juliette. Sin embargo, formaban una pareja sólida, al menos es lo que pensaban. Pero el extremo sufrimiento vivido por ambos, paralelamente, les impedía encontrarse, cada uno inmerso en su propio dolor.
Édouard se sumergió en el trabajo para no pensar demasiado en la pequeña Juliette. Y además, no podía exteriorizar sus sentimientos como lo hacía Marion. No sabía hacerlo. O más bien, era porque siempre le habían dicho que “un hombre no debe mostrar sus sentimientos y, sobre todo, no llora”, aunque se sintiera consumido, vacío, arrasado.
En cuanto a Marion, ella creía que su marido no parecía demasiado afectado. Que parecía incluso indiferente. Así que no podía compartir con él toda esa tempestad interior que vivía y en la que se sentía zarandeada como una frágil embarcación sin timón. Además, se sentía culpable: “Me digo cristiana y noto que no tengo bastante confianza en Dios. ¿Qué ha pasado con mi fe?”.
Dejarse ayudar
Los amigos les aconsejaron que buscaran ayuda. Tardaron un tiempo en dar el paso, cerrados como estaban en ese universo de sufrimiento y de muerte. Una vez pasaron el umbral, pudieron, juntos e individualmente, encontrar un terapeuta y participar en un grupo de padres que también habían perdido a algún hijo.
Marion y Édouard escucharon decir allí a una madre que, viendo a su hijo morir, pronunció en su interior estas palabras pronunciadas por Jesús en el Huerto de los Olivos:
Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Ellos aún se sentían muy lejos de poder decir también estas palabras. Pero sí pudieron, desde sus posiciones, compartir su experiencia y decir todos esos sentimientos que les habitaban, con sinceridad, sin sentirse juzgados. Otros también han pasado por eso y este dolor que cada uno tiene tendencia a considerar único, incomprensible para los demás, salvo para su cónyuge, podía ser compartido y entendido.
Poco a poco, Marion y Édouard pudieron comprender que el otro sufría también. Pudieron abrirse de nuevo el uno al otro, cambiar su comportamiento mutuo, aceptarse tal y como eran y decidir apoyarse recíprocamente en esta prueba tan corrosiva y dolorosa, pero que ha sido una oportunidad de reconstruir su hogar.
Marie-Noël Florant
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