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Resucitar a la vida: un llamado a la alegría y a la valentía

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Guillermo Dellamary - publicado el 18/04/25
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La resurrección encierra un significado profundo y universal: la posibilidad de renacer emocionalmente, de levantarnos del abismo interior cuando todo parece perdido.

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Solemos asociar a la resurrección con nuestra fe, con el regreso a la vida después de la muerte, de nuestro Señor Jesús, pero es mucho más que eso, pues resucitar genera un cambio que nos trae alegría y valentía. 

Todos hemos atravesado etapas oscuras. Pérdidas dolorosas, fracasos, enfermedades, traiciones. Momentos que nos han hecho sentir agobiados. Pero así como en la tradición cristiana la muerte no tiene la última palabra, en nuestra vida cotidiana el dolor tampoco la tiene. Siempre hay un margen para reiniciar.

Renacer implica volver a intentarlo, incluso cuando el fracaso aún duele. Es abrirse a una nueva perspectiva, dejar de centrarse en lo que se perdió y comenzar a valorar lo que aún es posible. A veces, basta con mirar desde otro ángulo para descubrir que la vida sigue ofreciéndonos caminos que no habíamos notado antes. 

La verdadera alegría

Happy woman walking in flowering field

Hay quienes creen que la alegría solo llega cuando todo va bien. Sin embargo, la verdadera alegría es, muchas veces, un acto de resistencia. Surge como una chispa en medio de la oscuridad.

Es la risa que nace tras las lágrimas, el gozo de un abrazo sincero, la calma de una tarde soleada después de una tormenta interior. Cultivar alegría no significa negar el dolor, sino abrirle espacio al alma para respirar.

Es reconocer que, incluso en el caos, hay motivos para agradecer, para celebrar, para seguir vivos. Y es justamente en los momentos más difíciles cuando elegir la alegría se convierte en un acto de profunda valentía.

Miedo a la muerte

Uno de los grandes temores humanos es la muerte. Pero vivir con el miedo constante a dejar de existir nos impide, paradójicamente, vivir de verdad. Parte de nuestra resurrección interior consiste en reconciliarnos con nuestra mortalidad, no como una amenaza, sino como una invitación a saborear intensamente el presente. 

Aceptar que la vida tiene un final nos impulsa a valorar cada día como un regalo irrepetible, con sus desafíos y sus sorpresas, a decir lo que sentimos, a perdonar lo que nos han hecho, a realizar lo que anhelamos, sin seguir postergando.

Nos lleva a actuar con propósito, conectados con lo que realmente importa. A vivir con pasión, sabiendo que cada instante puede ser el inicio de algo nuevo. Cuando dejamos de centrar nuestra energía en el temor, aparece la fuerza para vivir con plenitud.

Inicio de una nueva vida

Cada amanecer encierra la promesa de un nuevo comienzo. Cada momento puede ser una oportunidad para dejar atrás lo que nos oprime y abrazar lo que nos hace vibrar. La vida, con todo su misterio, nos sigue llamando a levantarnos, a reconstruirnos, a redescubrirnos con más ternura, más sabiduría y más coraje. 

Tal vez no podamos cambiar muchas de las circunstancias externas, pero sí podemos transformar nuestra actitud interior. Y en ese pequeño gran giro se esconde la libertad más poderosa: la de elegir cómo es que quieres vivir a partir de ahora.

Hoy es un buen día para resucitar. Para mirarnos con nuevos ojos, para sacudirnos el polvo sucio del alma, para recordar que aún podemos vivir con alegría, sin miedo y con propósito. Es tiempo de retomar nuestra luz interior, esa que jamás se apaga, aunque la noche parezca interminable.

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