Por lo general, los hijos suelen preguntar a los padres "¿soy tu favorito?". El padre, en ese momento, responde al hijo que sí; mientras que otros padres responden: "Yo no tengo favoritos". Sin embargo, la noción de favoritismo está muy arraigada en muchas familias, y es una pregunta que puede atormentar silenciosamente el corazón de un niño: ¿soy yo el favorito de mis padres? O peor aún, ¿por qué no lo soy?
Puede que incluso los propios padres, en sus momentos más tranquilos, luchen con sentimientos que nunca esperaron: una fuerte conexión con un hijo que les hace cuestionarse su propia justicia. Seamos sinceros: la vida familiar puede parecer a veces una comedia de situación en la que alguien está obligado a gritar: "¡¿Por qué a Juan le dan dos bolas de helado y a mí sólo una?!". ¿La buena noticia? Manejar estos sentimientos con un poco de humor y mucho corazón puede unir más a las familias.
El problema de la percepción
Los niños son detectives natos, y no de los sutiles. Se dan cuenta de quién sonríe más cuando entra en la habitación, qué proyecto de ciencias cuelga en la nevera y quién parece pasar más tiempo con mamá o papá. También te harán saber cuándo no es justo con una reacción digna de un Oscar. Aunque estas percepciones no siempre se basen en la realidad, son importantes. Sentirse menos visto o menos valorado puede sembrar semillas de inseguridad en un corazón joven.
Los padres, por supuesto, saben que el amor no es un juego de suma cero. Querer profundamente a un hijo no disminuye el amor por los demás. Sin embargo, la vida familiar es desordenada, y las personalidades a veces se alinean más fácilmente con un hijo que con otro.
Apreciar los dones únicos
Una forma de combatir el favoritismo, real o percibido, es celebrar los rasgos únicos que Dios ha dado a cada niño. Así como no hay dos santos que hayan vivido vidas idénticas, no hay dos niños que sigan el mismo camino. Uno puede ser un artista con una imaginación desbordante; otro puede ser el pacificador de la familia con vocación de servicio. Incluso puede que uno sea el cómico de la familia, especializado en bromas pesadas que nunca acaban.
Al reconocer y afirmar activamente estas diferencias, los padres pueden mostrar a sus hijos que cada uno de ellos es apreciado no a pesar de sus diferencias, sino gracias a ellas.
Luchar contra los prejuicios internos
Los padres no son inmunes a las tendencias humanas. A veces, sin darse cuenta, los padres se inclinan por un hijo con el que es más fácil conectar. Pero reconocer estas tendencias es el primer paso para superarlas.
Una práctica útil es reflexionar sobre los momentos de alegría y gratitud con cada niño. Llevar un diario de las interacciones positivas puede ayudar a los padres a desarrollar un aprecio más equilibrado por los diversos dones de sus hijos.
Además, buscar la opinión de un cónyuge, un mentor o un amigo de confianza puede aportar perspectiva y, tal vez, incluso una comprobación de la realidad cuando uno se siente culpable sin motivo.
La mirada de Dios
Podríamos imaginar que Dios Padre tiene uno o varios hijos predilectos. (Sin contar a Jesús, por supuesto. Después de todo, Él es el Hijo de Dios, perfecto en todos los sentidos, incluso en su amor por el Padre). Pero las Escrituras pintan un cuadro más amplio del amor de Dios - un amor tan expansivo que nos abraza a cada uno de nosotros como hijos e hijas amados. A los ojos de Dios, nadie es olvidado o pasado por alto. Su amor es infinito, personal y perfectamente adaptado a cada uno de nosotros.
Por lo tanto, si Dios no tiene un favorito (a pesar de dirigir la familia más grande que existe), los padres pueden respirar un poco más tranquilos. Hay sitio para todos en la mesa divina.