Vivir con orden ayuda al ser humano a tener estabilidad, no solo en el tema de la administración de su bienes y negocios, sino también en la cuestión personal, familiar y hasta emocional, porque teniendo orden encuentra beneficios. Ahí está Dios.
Dios puso orden desde el principio
Y desde el inicio de la creación nos damos cuenta de que a Dios no le agrada el caos:
"En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas".
El libro del Génesis narra entonces como Dios fue organizando y creando cada cosa, y luego de seis días, descansó.
Vemos, pues, que en el desorden no puede reinar el Señor, porque cuando se rompe el orden impera el mal. Y lo comprobamos, lamentablemente, en las secuelas de la guerra: destrucción, miseria, abandono, dolor, llanto.
La obediencia es parte de la cadena
Otro aspecto de esta cadena de bienes es la obediencia. También desde el comienzo, fue necesario que el hombre se sometiera a Dios y respetara el único mandamiento que le fue dado:
"Y le dio esta orden: 'Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte'.
Sabemos lo que pasó. Por eso, el Padre tuvo que volver al cauce lo que se había desbordado con la desobediencia, y para ello eligió a una jovencita a la que le pidió que se convirtiera en Madre de su Hijo. Y Ella, con su total sometimiento a la voluntad de Dios, colaboró a la redención del mundo:
María dijo entonces: 'Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho'.
El orden da paz espiritual
Por eso, mantener en orden nuestra vida y nuestra alma abundará en paz espiritual. Claramente lo percibimos al contemplar la naturaleza, al entrar en un templo silencioso, al asistir a un retiro.
Y también cuando tenemos nuestras emociones controladas, cuando la oración es parte de nuestro día, cuando obedecemos los mandamientos de Dios.
Todo lo que el Señor nos regala ha tenido un principio, un desarrollo y tendrá un final, que, si seguimos fielmente, nos conducirá a su Presencia en el cielo.