En 1978, las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes observaron que muchas mujeres se sentían inseguras en sus puestos y dudaban de sus capacidades, a pesar de su indiscutible éxito académico o profesional. Dando paso al síndrome del intruso.
Tienden a atribuir su éxito a la suerte o a factores externos, más que a sus propios esfuerzos y capacidades. Desde entonces, el término «síndrome del impostor» ha sido reconocido en todos los sectores profesionales y afecta tanto a mujeres como a hombres: una persona que sufre este síndrome teme constantemente ser «descubierta». Esto puede afectar a su salud mental (tema de actualidad) y a su rendimiento en el trabajo.
Impactos del mundo laboral
En un mundo laboral basado en el rendimiento y la competencia, el síndrome del intruso es muy frecuente, sobre todo en entornos laborales donde las altas expectativas presionan a los empleados para que demuestren su valía. Cuanto más se aleja la evaluación de sus capacidades de los criterios objetivos, más puede cuestionar su legitimidad.
El perfeccionismo es la actitud que fomenta este síndrome: las personas compensan sus sentimientos de ilegitimidad esforzándose al máximo. Su insatisfacción persistente con unos resultados que, sin embargo, son válidos, les empuja a rechazar cualquier reconocimiento o ascenso del que no se sientan merecedores… El burnout ya no está lejos, ¿qué podemos hacer hacer?
1Conocerse mejor
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, ya conoce este síndrome, que describe de la siguiente manera: «Un hombre temeroso, aunque merecedor de ciertas ventajas, se priva a sí mismo de lo que merece. Parece tener algo malo porque no se juzga digno de algo. Además, da la impresión de no conocerse a sí mismo».
A muchos asalariados les convendría reflexionar sobre estas observaciones de Aristóteles para superar el persistente sentimiento de ilegitimidad del que no pueden librarse. Conocer su valía, ser reconocido por los demás, trabajar sobre sí mismo para contrarrestar la autoculpabilidad son, en realidad, los primeros pasos hacia el verdadero autoconocimiento.
Pero esto no basta: al ver que sus colegas reconocen sus capacidades y su potencial, las personas con este síndrome simplemente sienten que están sobrevaloradas. Como se resisten a los hechos objetivos y al debate, se niegan a aceptar la opinión que les favorece. Como vemos, se trata de un problema de autoconfianza, que depende de si somos conscientes de lo que somos capaces de hacer y de si aceptamos este hecho.
2Trabajar la confianza en uno mismo
¿Por qué no reconocer tus propias capacidades? Algo nos impide llegar a la verdad sobre nosotros mismos, reconocerla y sentirnos orgullosos y felices por ello. Esto puede atribuirse a nuestra educación, la cultura del rendimiento, la competitividad, el estrés, el deseo de hacer un buen trabajo, etc.
Si la actitud liberadora consiste en retroceder por el miedo asociado al autojuicio negativo, el problema es aceptar honestamente un juicio que sea a la vez positivo y realista, y aceptarlo como el factor dominante en el campo de nuestra conciencia. Éste es el verdadero trabajo que hay que hacer, normalmente con la ayuda de otra persona.
3Acepte los cumplidos
Aprender a aceptar los comentarios positivos sin rechazarlos es un paso esencial para superar el síndrome del intruso. Distingue cuidadosamente entre los testimonios veraces y los comentarios amables: los primeros reflejan una imagen más precisa de usted que un juicio negativo que usted mismo emite con dureza. Aceptar un cumplido sin buscar la certeza es un camino difícil pero liberador.
Rara vez hablamos de la dimensión ética del síndrome del intruso, y menos aún de la generosidad: sin embargo, es ésta la que fortalece la mente contra el desaliento y la impulsa a perseguir de forma adecuada lo que merece la pena.
Saber que estás sirviendo a algo más grande que tú con generosidad y convicción es una forma elegante de salir de ti mismo, de tu miedo interior a no ser lo bastante bueno. No importa cómo evalúes tus capacidades: de lo que puedes estar seguro es de que lo que haces merece la pena.