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‘A Real Pain’: dos primos en busca del pasado familiar

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José Ángel Barrueco - publicado el 15/01/25
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Kieran Culkin y Jesse Eisenberg protagonizan una comedia agridulce

En la última edición de los Globos de Oro, celebrada hace unos días, Kieran Culkin obtuvo el Premio al Mejor Actor de Reparto por su papel en A Real Pain, una conmovedora película en tonos cómicos y dramáticos que dirige, escribe y coprotagoniza Jesse Eisenberg.

De vez en cuando se agradecen filmes como éste: sin artificios, solo con un guión bien escrito, un par de actores centrales y varios paisajes apenas explotados en el cine (en este caso, además, utiliza escenarios europeos); una historia en apariencia sencilla en la forma pero compleja en el fondo y repleta de valores sobre la amistad, el complejo de culpa, las raíces familiares, la necesidad de recordar el legado de nuestros ancestros y la experiencia de sentir la vida real en la piel y no como si estuviéramos dormidos.

A Real Pain comienza en el aeropuerto, donde dos primos, Benji (Kieran Culkin) y David (Jesse Eisenberg), están a punto de embarcarse en un vuelo que los trasladará a Polonia. En su ruta han previsto dos objetivos: primero, unirse a un tour guiado en torno al Holocausto; segundo, visitar la casa donde vivió su abuela, fallecida unos meses atrás. Dado que son de ascendencia judía, quieren saber más acerca de los terrores y sufrimientos que soportaron sus antepasados. 

En el grupo guiado hay otras cuatro personas: dos hombres y dos mujeres. Pronto todos verán que ambos primos son totalmente distintos y sus actitudes contrarias ejercen de contrapunto entre ellos. David tiene mujer e hijo y un trabajo que le roba demasiado tiempo y está siempre serio y estresado y trata de pasar desapercibido en cualquier situación. Benji ha afrontado algunos problemas de salud mental y estuvo muy unido a su abuela, por lo que se muestra siempre extrovertido y jamás se calla lo que piensa, da igual si se nota triste, alegre o furioso. 

Benji sostiene que, durante un viaje turístico de esas características, deberían asumir una idea aproximada de lo que sufrieron sus familiares. Es el caso de uno de los trayectos en tren: le parece una contradicción que, mientras sus ancestros viajaron en vagones de carga directos a los campos de concentración, ellos se trasladen en primera clase, rodeados de lujo y disfrutando de las vistas. Expresando esas dudas y exaltándose cada vez que el tour parece artificial y un compendio de datos y estadísticas, Benji va logrando que el viaje se torne algo más vivo. 

Prioridades: familia, raíces, tradiciones 

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La película de Eisenberg, nominada a numerosos galardones en los últimos certámenes de premios, abunda en detalles que van configurando la visión de su director en torno a la familia, las raíces y las tradiciones. Entre los integrantes del tour hay un africano nacido en Ruanda que emigró a Estados Unidos para luego convertirse al judaísmo. David le pregunta si es muy religioso. El hombre, Eloge, responde que sí. No sigue todas las tradiciones pero le gusta respetar el Sabbat: “Pase lo que pase en mi vida, una vez a la semana bajo el ritmo y me tomo en serio el descanso”. David reconoce que él no acata las tradiciones, le parecen algo arcaico. Eloge le dice: “Creo que te beneficiaría mucho”. 

En un artículo reciente de Letterboxd, Culkin reconoce que estuvo a punto de abandonar el rodaje porque ceñirse al calendario le apartaría de su familia durante demasiado tiempo. No solo la película y sus personajes dan prioridad a los lazos familiares, sino también sus actores. En una escena, Benji reconoce que los compañeros del tour se han convertido, para él, “en una extraña y retorcida familia”.  

Los viajes nos cambian. Y las películas sobre caminos, moteles y carreteras suelen darnos a personajes que mejoran tras sus periplos. Esto también sucede en “A Real Pain”, donde David advierte, gracias a su primo, que su vida está sometida en exceso a los ámbitos de lo laboral y lo responsable y que tal vez debería volver a ser el tipo alegre de antaño.

Otro aspecto interesante es cómo Eisenberg diluye los mitos sobre los lugares del pasado y poco a poco los va desmitificando. El ejemplo más claro lo vemos cuando los primos llegan por fin a la casa de la abuela. Solo ven una simple puerta en mitad de una fachada anodina en una especie de callejón que ni siquiera merece una fotografía. Es lo que determina las diferencias entre la imagen que hemos ideado en nuestra cabeza cuando nuestros mayores nos hablan de los lugares en los que vivieron y la imagen real, a la que por fin podemos acceder en persona y ver con nuestros propios ojos y que carece de aura y de encanto: al fin y al cabo solo es una morada, y lo que importa de verdad es lo que sucedió dentro y no el material que uno observa. 

A Real Pain está llena de momentos así: agridulces, especiales, desmitificadores. Durante 90 minutos Eisenberg nos seduce con uno de esos viajes cinematográficos del estilo de “Entre copas” o la trilogía de Richard Linklater que protagonizaron Ethan Hawke y Julie Delpy.

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