Dios no nos deja solos en el camino de la santificación, por eso, aunque nacemos con el pecado original, llevamos dentro de nosotros el deseo de Dios de manera natural. Pero el bautizado recibe, además, las virtudes sobrenaturales para conocer, amar y servir a Dios. Aquí es donde entra la virtud de la religión.
¿Que es una virtud?
El Catecismo de la Iglesia católica dice que:
"La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas".
Hasta aquí, entendemos que la virtud se trata de una inclinación para hacer el bien, que se desarrolla conforme la vamos practicando. Es como quien acostumbra a decir la verdad y se esfuerza para no mentir. La persona se hace el hábito de ser veraz en sus dichos y hechos.
Las virtudes teologales
Sin embargo, hay virtudes que solo Dios da. Esas son las llamadas virtudes teologales. Y, de manera especial, encontramos una relación entre la caridad y la virtud de la religión, porque nuestro amor y deber para con Dios se fortalece con nuestros actos, siempre y cuando estén enfocados a cumplir su voluntad.
De nuevo, el Catecismo afirma:
“Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, informan y vivifican las virtudes morales. Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión nos dispone a esta actitud".
El primer acto de la virtud de la religión
Nos encontramos con una realidad que nos pone de frente con la razón de ser de la virtud de la religión, y es la adoración de Dios. El Catecismo enseña lo siguiente:
"La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. 'Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto' (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13)".
Por ella, pues, somos capaces de reconocer a Dios como el único Señor y Creador, a quien nos sometemos y por quien vivimos y tenemos todo. Así es que, demos gracias a Dios porque ha previsto lo necesario para nuestra salvación.