La infancia de Jesús, de Belén a Nazaret y hasta su trigésimo cumpleaños, está casi ausente en los cuatro Evangelios. Lucas, que es el único que habla de la Anunciación y la Visitación, luego del nacimiento del Salvador en la cuna y adorado por los pastores, es completado por Mateo con el anuncio a José y la llegada de los Magos de Oriente, pasaje leído para la Misa de la Epifanía.
Lucas evoca también la Presentación de Jesús y luego su Recuperación en el Templo, pero para los cuatro evangelistas, el ministerio público de Cristo comienza con su bautismo en el Jordán por Juan Bautista, que la Iglesia celebra el domingo después de Epifanía (o el día siguiente en algunos años), durante el cual el Padre revela la identidad de Jesús, el "hijo amado".
Primeras apariciones de Jesús
Lógicamente, en las misas de la semana entre la Epifanía y el Bautismo, la liturgia incluye las primeras apariciones de Jesús para inaugurar su ministerio. En san Mateo, el lunes, tras el arresto de su primo por Herodes (cf. Mt 4); en san Lucas, el jueves y el viernes, cuando el hijo de María y José habla en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4-5); en san Juan, el sábado, con el paso del testigo entre Juan Bautista y Cristo:
"Es necesario que él crezca y que yo disminuya" (cf. Jn 3).
¿Y san Marcos? Sorprendentemente, el martes y el miércoles no se han elegido como evangelios los comienzos de la predicación de Jesús, sino la primera multiplicación de los panes (Mc 6,34-44) y luego el caminar sobre las aguas (Mc 6,45-52).
Una elección que no debe nada al azar
Esta decisión no se tomó por casualidad, sino que refleja lo que podríamos llamar el ambiente litúrgico de la semana entre las dos manifestaciones de la divinidad del Niño Jesús, revelada a las Naciones a través de los Magos, y revelada a Jesús, Juan y sus discípulos a orillas del Jordán.
Aunque la primera multiplicación y el caminar sobre las aguas no se leen el mismo día, siguen inmediatamente en la página del segundo evangelista y deben leerse juntos. Aunque Jesús podría despedir a los miles de personas que le seguían para que fueran a alimentarse por sí mismos, opta por revelarles un elemento esencial de la fe: en los sacramentos, y en particular en la Eucaristía, Cristo habita en medio de su pueblo y lo alimenta.
Anuncio del Misterio Pascual
Los oyentes actuales de la Palabra de Dios saben que el acontecimiento es profético: anuncia el Misterio Pascual, durante el cual Cristo, muerto y resucitado, se entrega a todos y entrega su carne para que la comamos, como prometió en la Última Cena.
El paseo sobre las aguas no es menos profético, y el biblista Camille Focant no duda en calificarlo de "epifanía". Mientras los discípulos están en el corazón de las tinieblas en la barca y ahora en la Iglesia, Jesús vence las aguas, las fuerzas de la muerte, para salir a su encuentro.
Jesús está presente en los sacramentos
La lectura de estos dos episodios justo después de la Epifanía nos brinda la oportunidad de meditar con una perspectiva diferente sobre el modo en que Dios viene a habitar en el corazón de este mundo para levantarlo.
El Niño Jesús, nacido en medio de la noche en la aldea de Belén, es verdaderamente el Emmanuel, Dios con nosotros, que vino a revelar al mayor número posible de personas, desde los pastores hasta los Magos, y los discípulos de Juan Bautista, que Él está presente en cuerpo y alma con cada persona en los sacramentos.
Particularmente en la Eucaristía, que es el objeto mismo de la adoración de los fieles como "presencia real" de Cristo.