Cuando leemos o escuchamos el relato del Hijo Pródigo, a veces podemos ponernos en el lugar del Hermano Mayor, pensando que nosotros no somos el Hijo Pródigo.
El Hermano Mayor es el que se enfada por el regreso del Hijo Pródigo y se resiente cuando el padre celebra una gran fiesta:
"Su hijo mayor estaba en el campo y, al acercarse a la casa, oyó música y danzas… Se enfadó y no quiso entrar. Salió su padre y le suplicó; pero él respondió a su padre: 'He aquí, todos estos años te he servido, y nunca he desobedecido tus órdenes; sin embargo, nunca me diste un cabrito, para que me divirtiera con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha devorado tu sustento con rameras, mataste para él el becerro gordo'".
A menudo somos ese Hermano Mayor, molesto con todos esos "pecadores" que van a Misa, o que dicen ser "católicos".
Puede que nos guste señalar con el dedo a los pecadores públicos y afirmar que no somos como ellos.
Este síndrome del Hermano Mayor no es sano espiritualmente, ya que nos dispone a tener una visión muy orgullosa de nosotros mismos.
Ser el hijo pródigo
En lugar de enfadarnos con los demás, debemos señalarnos a nosotros mismos y acercarnos a nuestro Padre amoroso para sentir el calor de su abrazo.
San Francisco de Sales lo explica en una de sus meditaciones de la Introducción a la vida devota:
"Humíllate en tu miseria. Oh Dios mío, ¿cómo me atrevo a presentarme ante Tus Ojos? No soy más que un ser corrompido, un sumidero de ingratitud y maldad… Échate a los Pies del Señor como el Hijo Pródigo, como la Magdalena, como la mujer condenada por adulterio. ¡Ten piedad, Señor, de mí, pecador! Oh Fuente Viva de Misericordia, ten piedad de mí, indigno como soy".
Cuando somos capaces de identificarnos como el Hijo Pródigo, entonces podemos experimentar la misericordia de Dios en toda su extensión:
"Resuélvete a hacerlo mejor. Señor, con la ayuda de tu gracia nunca más me entregaré al pecado. Lo he amado demasiado, por eso lo aborrezco y me aferro a Ti. Padre de Misericordia, viviría y moriría para Ti".
La próxima vez que dediques tiempo a la oración, pregúntate: "¿Soy el Hijo Pródigo? ¿O soy el Hermano Mayor?"