El dolor suele ser amargo. Pero algunas personas le encuentran también un lado dulce. Como los místicos Rafael Arnáiz y Conchita Cabrera. Para ellos no se trata de masoquismo ni de utilitarismo, sino de acoger el sufrimiento y, en ese abrazo a la cruz, unirse más a la persona amada.
San Rafael Arnáiz
Este místico monje trapense español murió joven a causa de la diabetes, una enfermedad que marcó su vida y que él valoraba como un tesoro:
“¡Qué dulce y tranquilo es el sufrimiento pasado en compañía de Jesús Crucificado!”, son las palabras del Hermano Rafael.
Y rezaba: “¡Qué bueno eres, Señor! Dulce eres cuando consuelas…, pero tu verdadero amor nos lo muestras en las tribulaciones y en las pruebas”.
En una carta a su madre en el año 1938, escribió:
“Dios es muy bueno conmigo; a medida que pasan los días y los años me voy dando cuenta de que la gran misericordia de Dios para conmigo consiste en haberme enviado esta enfermedad, que es para mí, créeme, mi verdadero tesoro”.
Beata Conchita Cabrera
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Esta mística beata mexicana, que enviudó y tuvo que sacar adelante a sus nueve hijos, vivió una espiritualidad de la cruz. En su diario, describió su experiencia del dolor:
"Hay momentos preciosos en que me siento, ¡qué raro!, gozar en el dolor y entonces se me va el alma con una delicia enteramente desconocida, se suaviza la pena sin disminuirse, pero este efecto lo produce el acto de abandono a la voluntad de Dios y el gusto de complacerlo… jamás experimentado por mí. He experimentado hoy en mi alma una cosa extraordinaria: la unión de dolor”.
"Rarísimo encuentro en mí estos efectos sobre el dolor. ¡Gozar en el sufrimiento! Si me parece increíble, yo que siempre le he sacado mil vueltas a pesar de haber puesto en mí Dios cierta inclinación al sufrimiento y oculto.
¡Cómo no extrañar que de la noche a la mañana, casi de repente, cuando mi alma siente ahogarse en el dolor, en esos mismos instantes casi desesperados, viene una brisa nueva como a transformar el dolor seco y árido en fresco y agradable, con solo la consideración de agradar al Amado, sin más dichas ni esperanzas futuras: esto se hace o parece, digo, como secundario ante la felicidad de complacerlo, iOh maravillas de la gracia!
Mi alma se abisma en unos espacios tan desconocidos a mi miseria, que jamás imaginaba siquiera poder tocar con mis manos. Estos favores de veras son gratuitos y no merecidos. ¡Qué bondad de Dios, tampoco tiene límites, infinita e inmensa como todo Él!… La unión en la Cruz tiene que hacer brotar del alma el amor más sublime y desinteresado.
Este amor purísimo sin mezcla de egoísmo o amor propio. El amor al dolor es el amor a Jesús, sólido y verdadero. Que nadie me quite este mi tesoro escondidísimo, quiero ocultar mi dolor, este es ahora mi tesoro que me une a mi otro tesoro: Jesús”.
También escribió algunas palabras que ella recibió en su interior como de Jesucristo:
“El mundo se hunde por el sensualismo; y el sacrificio ya no se ama casi ni se conocen sus dulzuras. Solo en el Corazón de la Cruz se puede gustar de las inefables dulzuras de mi Corazón. Por de fuera la Cruz es áspera y escabrosa pero comiéndola, penetrándola y empapándose de ella no existe mayor dulzura, porque ahí está el descanso del alma enamorada, su delicia, su vida".
Otros santos hablan del sufrimiento
Otros santos han dejado reflexiones sobre el sufrimiento en la misma línea que pueden encontrarse en webs y redes sociales:
Santa Isabel de la Trinidad: “No puedo decir que prefiera el sufrimiento por sí mismo; lo amo porque me hace semejante al que es mi Esposo y mi amor”.
Santa Teresa de Calcuta: “El dolor y el sufrimiento han entrado en tu vida, pero recuerda que el dolor, la tristeza y el sufrimiento no son más que el beso de Jesús, una señal de que te has acercado tanto a Él que Él puede besarte”.
San Juan Pablo II: “La cruz es amor eterno que toca las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre”.
Santa Teresa de Lisieux: “Quiero sufrir e incluso alegrarme por el amor, porque esta es mi forma de esparcir flores. Nunca encontraré una flor, pero sus pétalos serán esparcidos por ti; y todo el tiempo cantaré; sí, siempre canta, incluso cuando recoges rosas en medio de espinas; y cuanto más largas y afiladas sean las espinas, ¡más dulce será mi canción!”
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