En cada viaje internacional, el Papa Francisco tiene la costumbre de saludar uno por uno a los periodistas que ocupan sus asientos en el avión. Esta jovial secuencia dura unos veinte minutos y brinda la oportunidad de intercambiar algunas palabras con el pontífice. Pero también conduce, con creciente regularidad, a un extraño carrusel.
"Yo soy el que inició la tendencia", dice un periodista acostumbrado a los viajes apostólicos. Pero la moda en cuestión consiste simplemente en aprovechar esta breve interacción con Francisco para hacerle un regalo.
Y es innegable que nuestro experimentado colega sobresale en el arte de honrar al Papa con cuadros de "Teresita", la Santa Teresa del Niño Jesús que tanto ama el Papa. La originalidad del día consistió en que la modelo ofrecida esta vez había sido envuelta en una bolsa de arpillera fabricada con cacao de Papúa Nueva Guinea, uno de los destinos que nos esperaban en los próximos días.
En el avión a Yakarta, un regalo especial suscitó la risa generalizada: un periodista argentino regaló al Pontífice un pequeño ventilador eléctrico manual para ayudarle a combatir el calor que le espera en los próximos días.
Más tarde, un colega americano vio cómo al Papa se le iluminaba la cara con una gran sonrisa cuando reconoció al beato Carlo Acutis, futuro santo italiano, en la portada del libro que ella le regalaba. Y también pareció apreciar los "caramelos" argentinos que ella le pasó subrepticiamente para agradecérselo:
A continuación, otro francés regaló al Papa una linterna frontal que había permitido a los socorristas encontrar a un migrante cuando su embarcación vagaba por la noche. "Un signo de esperanza", comentó este colega, que recibió un caluroso agradecimiento del Papa.
Después, un piamontés le regaló una cruz hecha con cuerdas marinas, una especialidad artesanal y luego industrial de la región natal de la familia Bergoglio. Inmediatamente después, una periodista alemana hizo lo propio con una reliquia de un rey mago encontrada por su padre, mientras que un francés más estratégico prometió llevar al pontífice la última foto de monseñor Romero, tomada justo antes de su asesinato.
Francisco agradeció incansablemente a cada generoso donante, tomó el "regalo" y lo sostuvo sobre su hombro, detrás del cual apareció una mano que lo hizo desaparecer.
Tras saludar al pontífice, cada periodista observa la sorprendente procesión que le sigue entre las butacas: primero su mayordomo, un gigante de sonrisa muy amable que lleva una gruesa maleta, luego tres jóvenes gendarmes vaticanos.
Mientras los tres hombres anónimos esperan, sus brazos se cargan poco a poco de paquetes, bolsas y cajas de golosinas de todo tipo… y al final de esta ronda de saludos, se cubren de regalos para el Papa.