La fecha es el 25 de julio de 325. Constantino I llevaba cerca de veinte años reinando sobre el Imperio Romano. Nicea, una importante ciudad de Bitinia, fue el escenario de una reunión sin precedentes.
Situada en lo que hoy es Turquía, esta tierra fértil a orillas de un lago era una ciudad bulliciosa que comerciaba con muchos países. Entre el 20 de mayo y el 25 de julio de 325 se realizó una reunión sin precedentes: el primer Concilio Ecuménico, que reunió a la mayoría de las Iglesias cristianas.
Aunque la ausencia del Papa era lamentable, casi todo el episcopado del imperio, e incluso de más allá de las fronteras de Roma, había acudido a la llamada de Constantino. Según Eusebio de Cesarea, más de 250 obispos hicieron el viaje. San Atanasio menciona incluso 318 participantes. Entre ellos había obispos, por supuesto, pero también sacerdotes, diáconos y laicos; en resumen, todos los hombres de buena voluntad: Paphnutius, obispo de Tebaida, Paul, obispo de Neo-Caesarea, Spiridion, obispo de Chipre… La diversidad de la Iglesia estaba allí, representada en todo su esplendor.
La unidad de la Iglesia
En aquella época, el cristianismo era una religión en auge. Si antes se consideraba a los cristianos como una raza maligna, en 313, gracias al Edicto de Milán, el emperador puso fin a su persecución.
Se dice que, mientras estaba en guerra con un rival, vio una señal luminosa en el cielo que representaba a Cristo, y desde entonces mostró una gran simpatía por los cristianos. Ahora quiere ir más lejos. La tesis de un tal Arrio ha encontrado muchos adeptos. Según él, Jesús no es de la misma naturaleza que Dios, sino que está subordinado a su creador. Los debates teológicos apasionaban a los habitantes del Imperio; se dice incluso que se discutía de teología hasta entre los mercaderes. Constantino temía un cisma que alterara la unidad del Imperio. Por eso convocó esta reunión sin precedentes, que resonaría durante siglos. Su objetivo era establecer la unidad de la Iglesia en Oriente y Occidente y resolver el problema del arrianismo.
Durante dos meses, los debates se desarrollaron con normalidad. Escaramuzas, abjuraciones, acaloradas discusiones y amenazas se sucedieron a lo largo de los días, y el concilio concluyó con varias aportaciones importantes, condenando el arrianismo y pronunciándose sobre la cuestión de la fecha de la Pascua. Se dice que, en vista del trabajo realizado, Constantino ofreció a los obispos "un banquete cuya magnificencia superaba toda imaginación" y que el concilio se disolvió en medio de la euforia general.