La vida católica se supone que es un viaje aventurero de crecimiento en santidad, un viaje ayudado por el Espíritu Santo. Santo Tomás de Aquino, en su monumental Summa Theologica, arroja luz sobre un aspecto crucial de este crecimiento: los frutos del Espíritu Santo.
Estos frutos, enumerados por san Pablo en Gálatas 5, 22-23, son nueve: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y autocontrol.
¿Fruto o frutos?
Ahora bien, aquí se plantea una primera cuestión. El texto bíblico dice "el fruto" del Espíritu Santo, no "los frutos". De hecho, el griego dice karpòs - en singular; no dejes que esa "s" final te engañe haciéndote pensar que es plural-.
El comentario de Agustín sobre el asunto explica que el apóstol "no tenía intención de enseñarnos cuántos hay, sino de mostrar cómo deben evitarse las obras de la carne y buscarse las del Espíritu".
Pero, ¿qué son exactamente?
Tomas de Aquino aclara que los frutos no son simplemente nuestras buenas obras, sino más bien los rasgos de carácter virtuoso que florecen en nosotros a medida que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones.
No acciones, sino signos
Imaginemos un árbol frutal. Evidentemente, la fruta en sí no es todo el árbol. Pero es el producto del crecimiento del árbol. Del mismo modo, nuestras acciones no son el fruto en sí, sino los signos externos de la transformación interior que tiene lugar por la gracia de Dios. Esta transformación produce una cosecha de hábitos virtuosos que nos aportan (a nosotros y a los que nos rodean) verdadera alegría.
¿Cómo se desarrolla este fruto?
Él explica que proceden de nuestra colaboración con el Espíritu Santo. Al igual que una planta necesita tierra fértil y luz solar para florecer, nuestras almas necesitan estar abiertas a la obra de Dios en nosotros. La oración, la asistencia a Misa y la participación en los sacramentos son cruciales. Al permanecer arraigados en Cristo, el Espíritu Santo nos capacita para desarrollar estos hermosos frutos.
Uno podría preguntarse, cómo hace Santo Tomás, si estos frutos son entonces diferentes de las virtudes.
Aquino reconoce que algunos de los frutos, como la caridad (amor) y la fe, comparten nombre con las virtudes. Sin embargo, no son exactamente lo mismo. La Summa explica que los frutos se refieren más bien a las acciones agradables y sin esfuerzo que se derivan de estas virtudes.
Por ejemplo, una persona con la virtud de la paciencia puede enfrentarse con calma a una situación difícil, experimentando y compartiendo así un fruto de esa virtud. Es, si se quiere, como montar en bicicleta. El fruto sería la capacidad de montar en bicicleta. La virtud es el acto mismo de montar sin esfuerzo.
Parecernos a Cristo
Esta interpretación de los frutos del Espíritu Santo es un hermoso recordatorio de que nuestra vida cristiana no consiste solo en seguir normas, sino en parecernos más a Cristo, es decir, ser libres.
Al cultivar estos frutos a través de la oración, los sacramentos y las buenas obras, permitimos que el Espíritu Santo nos transforme en las personas que Dios nos invita a ser.