"San Antonio, ayúdame a encontrar mis llaves". Una de las mejores cosas de ser católico es tener a los santos para que vengan a rescatarnos… Muchos cristianos invocan la intercesión de los santos cuando se enfrentan a pruebas y tribulaciones.
"Cuando Dios nos elude y no nos sentimos dignos de su atención, buscamos intermediarios que transmitan nuestras intenciones y que, a cambio, nos transmitan la gracia de Dios", explica el padre Maximilien de la Martinière, sacerdote de la diócesis de Versalles y experto en piedad popular. A continuación, enumera otras posibles formas de mediación, como los ángeles u objetos como estatuas y medallas, o lugares como santuarios.
En cuanto a los santos patronos, explica: "Nos decimos que cuanto más cerca esté ese santo de Dios, más posibilidades tendremos de que le haga llegar nuestras oraciones. Y al mismo tiempo, tenemos un afecto especial por los que están cerca de nosotros en lo que nosotros mismos vivimos en la tierra". Esto incluye santos regionales o locales vinculados a un lugar y su historia, santos que ejercieron una profesión concreta que compartimos, o santos que afrontaron situaciones similares a las nuestras.
Santos que "nos hablan"
"Lo que pone en marcha la devoción es la amistad con los santos: ellos 'nos hablan'… Pero también se basa en experiencias que hemos tenido ("San fulano atendió mi oración") o en la tradición ("Mi abuela rezaba mucho a este santo…")." Con el tiempo, nos "familiarizamos" con los santos.
Los santos patronos han sido invocados por la gente -creyentes y no creyentes- desde la Edad Media. En aquella época, los gremios se reunían por oficios para obtener la protección de un santo, como san Honorato para los panaderos. Otra patrona popular es santa Bárbara, que nació en el siglo III y fue torturada por su padre por elegir entregarse a Cristo. Su padre fue alcanzado por un rayo justo después de decapitarla. Este vínculo con el rayo la convirtió en patrona de armeros, artilleros y bomberos.
Conexiones indirectas
A veces, la razón de un determinado patronazgo es una anécdota atribuida a un santo muy antiguo. Tales historias, sumadas a una vida verdaderamente edificante, han llevado a la tradición popular a asignar a los santos el patronazgo de causas específicas. San Antonio de Padua, como todos sabemos, es venerado por las personas que pierden cosas. ¿Por qué? Porque se dice que este discípulo de san Francisco recuperó milagrosamente su precioso salterio anotado, que le habían robado.
Hasta el siglo XVI, la piedad popular designaba a numerosos santos para invocar la protección contra una determinada plaga o enfermedad, a veces basándose en leyendas y difuminando la línea entre fe y superstición. Por ejemplo, a san Wilgeforte, que se dice vivió en Portugal en el siglo IV, le rezaban las esposas infelices.
Los santos y sus patronazgos proliferaron tanto en estas circunstancias que en 1630 el Papa Urbano VIII decidió regular el nombramiento de los santos patronos. "A finales del siglo XVI, la Congregación Pontificia para los Sacramentos recibió el encargo de enumerar a los santos y autorizar (o no) su veneración. Estas funciones se confiarían más tarde a la Congregación para las Causas de los Santos, que sigue siendo la encargada y ratifica los patronazgos", se lee en un artículo del 20 de abril de 2018 en la web de La Croix.
Iglesia y piedad popular: un doble movimiento
La Iglesia nos invita así a inspirarnos en la vida ejemplar de los santos que, como nosotros, han vivido en medio del mundo. De hecho, "cuando se trata de la devoción a los santos, la institución eclesiástica y la piedad popular se alimentan mutuamente", resume el P. Maximilien.
"La Iglesia puede proponer un santo que los fieles harán suyo, como san Lucas, patrón de los médicos. O, las más de las veces, es el pueblo el que reconoce la santidad de alguien por los milagros, por la tradición oral… Lo que lleva a la Iglesia a estudiar su canonización", concluye.
¡Así que no dudes en pedir la intercesión de estas grandes figuras de la fe!