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En los últimos tiempos, todas las noticias que Nicaragua envía al mundo tienen implicaciones negativas desde el punto de vista de los derechos humanos. Y todas tocan a la Iglesia católica.
Podría uno preguntarse cuál es la razón que ha llevado al régimen de Ortega a pasarse todas las líneas. Si debido a su mensaje salvífico y liberador el catolicismo causa escozor entre tiranos, autócratas y afines, es claro, por los momentos, que en otras latitudes gobernantes del mismo bando se cuidan en que esas relaciones no se salgan de cauce aunque a ratos lo parezca. Es la diferencia que se mantiene – por ahora- entre Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Ya lo escribió Chesterton, palabras más palabras menos: la Iglesia tiene 2000 años lidiando con sátrapas de todo pelaje, por lo que no resulta sencillo subirle la parada.
En dos platos, el pretender sacarla del juego no sólo es vano. Los dictadores pasan, ella queda y si la expulsan regresa. Porque su lugar no es desplazable, está en el corazón y la identidad de los pueblos.
Nicaragua, caso emblemático
El caso de Nicaragua no puede ser más emblemático. Un experto en política nicaragüense al que consultamos nos dijo: «En Nicaragua la Iglesia es más de lo que los gobernantes suponen porque allí la Iglesia es el pueblo y el pueblo es todo la Iglesia».
Fue una manera de enfatizar que están imbricados en una mimetización espiritual y social que no es fácil digerir, sobre todo para quienes vivieron esa experiencia, se llamaron católicos y andaban de misa en misa con un rosario al cuello. Esto como fue el caso de los sandinistas, los mismos que hoy -salvo quienes se desmarcan- son los cómplices de Ortega en la persecución a la Iglesia de Cristo.
«Refugio» en Venezuela
En Venezuela, el católico es más ritual, tal vez menos comprometido pero siempre dispuesto. No suelta su religión y no le gusta que se metan con los curas ni irrespeten a los representantes de la Iglesia. Eso siempre ha sido rechazado. No importa si su religiosidad se limita a bautizos, bodas y funerales, pero que no se metan con lo suyo, con su opción espiritual.
La mayor valoración de la Iglesia católica ha ocurrido en los últimos tiempos, pues ante la crisis y el sufrimiento de la gente, ninguna otra institución ha estado más cerca, acompañando con denuncias y también con labores muy concretas de asistencia, a las mayorías sufrientes.
Ello ha contrastado dramáticamente con la inercia, insensibilidad y absoluta inoperancia del Estado, especialmente ante las tragedias derivadas de fenómenos naturales cuyas consecuencias se agravan por la falta de prevención del gobierno.
La Iglesia es hoy en Venezuela, sin duda alguna, el primer «refugio» del venezolano ante la adversidad. Ya lo decían los obispos: «Debemos ser un hospital de campaña». Y lo son.
Abuso «a la cubana»
En Cuba, el ejemplo de 70 años de revolución no puede ser más claro. Cuba hizo lo que está haciendo ahora Ortega en los primeros años de la revolución comunista. Eso y más. Fue implacable y cruel. Solo que de una manera menos grotesca.
Después de todo, al frente estaba un líder formado en el mejor colegio de La Habana, católico para más señas. No era ningún agarrado a lazo. Era abogado y salía del nicho de privilegiados -aunque perteneciera a la burguesía de provincia- en la isla. Pero igualmente exilian forzosamente, revocan nacionalidades impunemente y niegan el regreso a la patria.
Muchas veces, como en el caso del 2005 en Nicaragua y los 75 presos expulsados a Europa, fue la Iglesia católica la que hubo de mediar para que los recibieran en España. Es un antecedente. Cuba tampoco permite regresar a los presos que envía fuera del país.
Una petición
Todo, muy a pesar de la petición hecha por el cardenal Stella en su visita a la isla, en nombre del Santo Padre, de interceder por la libertad de los presos y permitirles seguir en Cuba, su patria. Aún nada al respecto. Más bien, de hecho, están intentando emitir pasaportes para algunos de sus familiares y enviarlos también fuera, una merced que permitiría la reunión familiar y al régimen, una baño de «humanidad» a los ojos del mundo.
Claro, hoy es más rentable sacar gente que impedirles salir, como ocurría durante los primeros años de la revolución. Tenían a la Unión Soviética en su respaldo y un mundo que babeaba por «el proceso» cubano, ignorando las desgracias que traería a tantos países .
Hoy, más bien les falta todo por lo que las presiones internas son otras. En el caso concreto de los presos, dejarlos allí es una papa caliente para el régimen, comenzando porque pasan de 1000. Lo procedente para el gobierno de Díaz Canel es sacarlos fuera y lo harían acompañados por sus familiares. Es lo mismo, pero a la cubana, ahorrándose el cuestionamiento internacional y sin la cuestionada brutalidad que exhibe Ortega.
Están allí...
Después de la expulsión generalizada de obispos, curas y monjas en los 60, hoy no sólo han regresado y trabajan sin que la sangre haya llegado al río -aunque de vez en cuando amenace con correr- sino que su labor social es promovida y apreciada por el régimen de los Castro.
Fidel, de hecho, fue el primero que los animó a regresar para que regentaran ancianatos, escuelas, orfanatos y centros de atención social. El exalumno jesuita que era Fidel Castro Ruz, no ignoraba que el trabajo de las huestes eclesiales podía lograr lo que su régimen jamás podría…y lo necesitaba.
Más allá de amenazas y chillidos de protesta del régimen, están, allí viven, salen y entran, hablan y señalan, fustigan y, con toda razón, han hecho de sus púlpitos centros de gravedad de la predicación y la orientación en tiempos convulsos. Como dijo recientemente un sacerdote de Camagüey de paso por España: «Predicar el Evangelio es hacer gente libre frente a los poderosos».
No es un adversario cualquiera
Cualquier cosa que se intente contra la Iglesia, una premisa es crucial para gobernantes que tengan dos dedos de frente: no estás luchando contra un adversario cualquiera. Su reino no es de este mundo. Toda medida debe ser hábil y evitar la brutalidad. Exactamente lo contrario a lo que ha hecho Ortega.
Todo mandante está consciente de que la Iglesia, que jamás predicará el odio y menos atizará los sentidos para optar por la violencia y la muerte, no sólo puede ser un buen recurso ante ánimos caldeados, sino que, una vez llegada la hora, que siempre llega para los torturadores de sus pueblos, es la única instancia con alma y compasión.
De resto, quedan solos ante la jauría vengativa que les toca enfrentar y que va desde el desprecio de sus pueblos hasta los que esperan a los reos de crímenes de lesa humanidad en las cortes internacionales de justicia.
Esfuerzos de la Iglesia
Eso lo retrata a la perfección el film «Escarlata y Negro» (Christopher Plummer y Gregory Peck, 1983), que retrata los esfuerzos de la Iglesia por salvar perseguidos de la muerte, mantener el espíritu vivo y también la justicia a quienes habían pecado contra la humanidad en medio de aquel horror que fue la dominación nazi.
De ello, según el relato, fue testigo de excepción el jefe nazi de Roma, archienemigo del obispo protagonista de los hechos, quien terminó convertido al catolicismo en sus tiempos finales. Porque la justicia les llegó a aquellos quienes decían a sus hijos menores: «Miren: ¡esto es el Reich y estaremos aquí 3 mil años!». Apenas en diez, estaban esperando por sus ejecuciones en Nuremberg.
Los tiempos son diferentes, hoy, las dictaduras se esmeran en no parecerlo y las medidas son más sutiles, sofisticadas, por decirlo de alguna manera, aunque al final terminen obteniendo lo mismo. Pero lo cierto es que se busca coexistir hasta donde se pueda. Los más lúcidos comprenden: hay que entender el mundo y protegerse de lo que es inexorable: la justicia final.
La cuota de Ortega
Ortega no. Él aún no ha comprendido que puede tener a su pueblo cautivo y vejado, pero eso lo define como uno de los elefantes en cristalería que quedan por América Latina. Y la cuota le será demandada, tarde o temprano.
Mientras tanto, hay una Nicaragua que padece y una Iglesia que la acompaña. Podríamos apostar billetes contra chapitas de refresco que el obispo prisionero, monseñor Rolando Álvarez jamás se iría por su cuenta ni aceptaría negociación alguna para su liberación. Al menos, es lo que ha mostrado con las señales que envía la fuerza con que ha asumido lo que le ha tocado.
¿Qué ha llevado a Ortega a saltarse todos los contenes? El peso real de la Iglesia católica, popularmente hablando, que existe en Nicaragua, aunado a su errónea visión de la realidad, su absoluta falta de comprensión de lo que realmente significa la Iglesia en su propio país, su ingenua creencia en que se la combate con la fuerza y la represión, lo cual, curiosamente, es justo lo que hace crecer la Iglesia en fortaleza espiritual y adhesiones producto del martirologio. Es historia. Se puede constatar a lo largo de los siglos y a través de los conflictos que ha atravesado la humanidad.
Nicaragua no será la diferencia. Ortega está demostrando el mismo desprecio por la persona y la vida humanas que Putin, aunque a otra escala porque no es el zar trasnochado de todas las Rusias. Y si tuviera los recursos de Putin, no dudamos que lo emularía como aquél a Stalin. «Somoza ha quedado como niño de pecho», según opinan los nicaragüenses que conocemos.
¿A quién se le ocurre?
De allí lo que nadie se explicaba: «A quién se le ocurre expulsar a las hermanitas de Calcuta? ¿Cómo sacan a Cáritas?». Difícil de concebir pues es gente que no hace sino el bien. Pero resulta que a Ortega le hacen daño porque la intención de estos mandantes es mantener a la gente dependiendo del mendrugo que ellos tiran.
Mientras más pobres más dóciles. Y si ignorantes, mejor que mejor. Y personas que vayan haciendo la caridad por allí son sus enemigos porque malogran su plan. Conspiran contra sus propósitos cuando enseñan que la persona es digna, que es libre, que merece justicia y que tiene derechos, el primero de ellos es a pensar como le parezca y de allí, todos los demás, desde el pan, hasta la asistencia en salud.
Pueden ser muy perversos los mecanismos de sujeción, puedes tronchar a la Iglesia sus dos piernas, la educación y la posibilidad de hacer caridad. Pero seguirá trabajando con los brazos. No ha sido ésta la única temporada oscura en algunos países para la Iglesia, ni será la última.
Las mañas
El mundo está perplejo ante la fealdad de alma que ha mostrado Ortega. Muy capaz será de resolver ignorar la propiedad diplomática del edificio pontificio y reclamar el terreno; o bien interceptar los autos con destino a Costa Rica que tienen el derecho a transportar enseres y archivos de los diplomáticos, sin que nada los detenga. ¿Quién sabe?
Así son estos regímenes y los latinoamericanos conocemos bien sus mañas y métodos. Otros, ya lo hicieron a medias con Taiwán.
Con la Santa Sede es distinto y teóricamente, hasta donde se sabe, la propia mandante consorte mantenía buenas relaciones con la nunciatura y se esmeraba en puntualizar que el asunto no es con las personas sino con la entidad pero sabemos cuánto vale la palabra en predios dictatoriales. Puede ser un saludo a la bandera y habría que esperar.
Importante aval
Hay alguno que otro obispo que pueda simpatizar con el sandinismo, pero la Iglesia se ha posicionado a favor del obispo Álvarez, quien permanece preso, incomunicado y nadie, en ninguna parte, sabe absolutamente nada de él hasta el momento de escribir estas líneas. El último que tuvo contacto con él fue el cardenal Brenes y no ha vuelto a tener noticias, al menos hasta donde sabemos.
Ese obispo preso tiene, nada más y nada menos, que el aval del papa Francisco, quien durante un Ángelus habló de él en términos muy elogiosos, valorando su ministerio y su persona. ¿Qué está pasando con ese obispo, cómo lo estarán tratando?, nada se sabe. Ni sus familiares, ni siquiera su propio capellán, han tenido el menor contacto con él.
Hace pocos días, Sergio Ramírez, escritor, periodista, político y abogado nicaragüense, quien formó parte del gobierno de Daniel Ortega en los años 80 y se convirtió en duro crítico de su gestión, escribió en El Tiempo de Bogotá, ante los atropellos cometidos con el obispo Álvarez:
«Los actos de venganza se cumplen en Nicaragua con celeridad, un tribunal dócil lo condenó a 26 años de prisión por traición a la patria, le suspendió sus derechos ciudadanos a perpetuidad, y lo despojó de la nacionalidad nicaragüense.
Ahora vive sus días en una celda de aislamiento, y nadie puede verlo, ni siquiera sus familiares. Nada se sabe de él. Y aquella oración suya que cité al principio, seguirá en sus labios: el miedo y la noche me rondan como fieras, y sólo me quedas Tú, como única defensa y baluarte. Y un país entero que lo acompaña».
Diferencias de «método»
Y de cultura de base también. En Cuba, reiteramos, con una larga historia de casi 70 años de comunismo castrista, hechos como los de Nicaragua hoy serían impensables y la presión internacional se alzaría contra ellos.
En Venezuela, en honor a la verdad, la Iglesia no da pie a revanchas semejantes. Actúa con moderación, inteligencia y conocimiento del terreno que pisa. Tan es así, que las arremetidas del régimen – que ciertamente han ocurrido- se deben al talante intolerante y al nerviosísimo que suele exhibir cuando siente que las cosas se les van de las manos.
Después de todo la Iglesia es una buena «perita» a la cual golpear. No hay confrontaciones importantes pues la realidad institucional en Venezuela está regida por un modus vivendi.
No promueve situaciones de confrontación, si bien denuncia, defiende y hace escuchar su voz ante las coyunturas de conflicto como curiosamente no asumen los políticos, siendo ése su específico papel.
Desde otro punto de vista, en las diócesis venezolanas, en general, hay buenas relaciones con la institucionalidad política en atención a las necesidades locales. Es una dinámica distinta a la de la Conferencia Episcopal. Hasta ahora, los encontronazos han sido verbales, sin episodios de violencia física.
¿Curas que defienden al chavismo? Los hay, claro, como en Nicaragua, pero son muy pocos, aferrados a ese único espacio de significación y sin mayores apoyos ni influencia, ni en las filas del régimen y menos en el seno de la propia comunidad católica.
Lo que queda en pie
En Nicaragua, Ortega y su mujer saben perfectamente que, de su entorno, lo único que queda en pie es la Iglesia católica. Han expulsado a todo el que desarrollaba un trabajo social y humanitario, han cerrado universidades y academias, acabaron con el consejo de los empresarios y hasta defenestraron a la Orden de Malta.
Lo que queda es la Iglesia institucional por su peso histórico y la tradición de combatividad que arrastra.
La pugnacidad y el espíritu anti gobiernos siempre ha estado presente en ese país. No hay que olvidar a toda una Iglesia nicaragüense volcada en su momento a favor del sandinismo y contra los desmanes de Somoza.
Luego vino una cierta «paz» con Violeta Chamorro a la que siguió la agitación de los «Contras» y hoy tenemos a un pueblo entero, al lado de su Iglesia, enfrentando al jefe sandinista devenido en un Somoza repotenciado. La gente siempre se ha apuntado en Nicaragua a las luchas de manera militante.
Ortega iba para allá
De manera que, más allá de las palabras utilizadas – de las que ahora echa mano un «ofendido» Ortega para consumar lo que a todas luces venía cuajando desde hace tiempo- el Papa no deja de tener razón cuando lo califica de desquiciado.
Con o sin excesos verbales, Ortega iba para allá. Tampoco descartemos que, en la mujer del dictador el tema de las sectas, tan cercano a este tipo de gobernantes y sus cercanos, esté espoleando algunas decisiones contra la Iglesia.
En la mentalidad moderna racionalista esto no tendría cabida, pero eso existe, juega y funciona en algunas circunstancias y para algunas personas con una manera primitiva de razonar y manejar los asuntos a fin de no soltar el poder.
¿Qué sigue?
Es probable que la Iglesia aborde líneas de negociación a ciertos niveles. Quizá la Santa Sede intente la salida del obispo preso, lo que hasta ahora no parece viable pues, según la última expresión de su voluntad al cardenal y a sus hermanos en la fe, desea que no se gestione nada a su favor porque él no se va de Nicaragua. Obviamente, hay allí un tema de obediencia y también de conciencia que en su momento se verá.
Pero lo cierto es que se ha llegado a un punto que rebasa las expectativas y es la ruptura de relaciones entre la Santa Sede y Nicaragua. De paso, Ortega usa el término de «suspensión de relaciones con el Estado Vaticano», lo cual es erróneo. No se suspenden relaciones, se rompen. Punto. Lo otro no existe en el derecho internacional.
Por otra parte, las relaciones no son con el Estado Vaticano sino con la Santa Sede. Lo primero es geográfico-administrativo, pero el ente que tiene personalidad jurídica internacional, observador en Naciones Unidas entre otras cosas, se llama la Santa Sede.
Tal vez el régimen nicaragüense no sabe lo que está haciendo en esta materia o, deliberadamente, lanzan la especie para luego escudarse en un error si les conviene cambiar de postura. Dejan esa pica allí, en Flandes.
Una salida
Adelantamos una especulación, suposiciones que sólo cuentan con el aval de la intuición. Lo cierto es que, seguramente, de la manera más discreta, la Santa Sede buscará la salida del obispo. En primera, por él mismo y luego para que las cosas no se compliquen, de lo cual hay precisos antecedentes en la historia reciente internacional y, aunque la incertidumbre ha entrado en juego, la Santa Sede tiene vasta y aleccionadora experiencia en estas lides.